domingo, 19 de marzo de 2017

Numero 152. Media vida... desperdiciada


En la entrevista que Pepa Fernández le hace a Care Santos, podemos oír hacia el final cómo dice que ella, al pertenecer al mundo de la crítica, sabe bien cómo hay que tomarlas, que las muy buenas solo sirven para «peinar el ego», pero ella no lo necesita, y que las muy negativas sí que hay que atenderlas, para ver si hay «encarnizamiento o tienen una base», y que a ella de momento «la van aprobando» pese a ser un premio, y ya se sabe que «lo que toca es vapulearles». 

Pues bien, hoy toca no sé si vapulear este premio y esta novela, pero desde luego no aprobarla, y espero saber explicar por qué, por supuesto sin encarnizamiento, ya que no tengo ningún motivo para hacerlo, puesto que la autora y yo no compartimos ningún espacio ni competimos por un trocito de nada. 

Me compré el libro porque venía avalado por un prestigioso premio, el Nadal nada menos, porque lo había escrito una mujer, autora consagrada, y porque estaba en la lista del club La Acequia. Una vez leído, incluso releído para tomar algún apunte, y escrita esta crítica irá a parar a la piscina de las donaciones, porque no hay libro por malo que sea que no merezca su segunda oportunidad y alguna forma habrá de sacar provecho a los euros pagados por él. 


Figuras femeninas desenfocadas brindando con fondo de paisaje



¡Qué desperdicio! 

Si tuviera que resumir esta novela en una palabra, esa sería sin lugar a dudas desperdicio

La autora ha perdido una oportunidad de oro de hacer una novela femenina, ya no digo feminista, sino simplemente de mujeres, de escribir sobre ellas, sobre nosotras, desde dentro y a fondo. En su lugar, la autora ha preferido quedarse en la superficie, en los decorados y en los accesorios, y como mucho ha cumplido con la literatura con alguna anécdota bien contada, pero no más. 

Es difícil resumir 31 años de 5 mujeres, es decir 155 años, probablemente los más activos, en cuatrocientas páginas de letra suelta y tamaño grande, algo que dicho sea de paso se agradece. El libro se lee en dos tardes, y si llueve en una, así que no se hace pesada, este es uno de sus méritos, si es que lo es, pero precisamente porque hay que aprovechar los recursos escasos de una novela, en este caso el espacio y tiempo, no hay que malgastar ni una línea.

Dejemos de momento el primer capítulo que promete algo que luego no da, como ya se ha señalado en algún otro comentario, aparentemente no interesado. No entraré en si este capítulo refleja la realidad de una época, en si se ha pasado o se queda corto, porque en cualquier caso el primer capítulo, probablemente el de más calidad, es una realidad literaria de la que partimos. Ahora bien, esta atmósfera lograda se disuelve como azucarillo en el agua en cuanto nos situamos en 1981 y avanzamos en la lectura. 


Los personajes

Se ha dicho que uno de los logros son los personajes. En mi opinión nada más lejos de la realidad. Las mujeres que se nos presentan son en general bastante planas, muy poco mujeres diría yo. Veamos.

El carácter y la personalidad de Olga, que se apuntan como un punto fuerte en el primer capítulo, se borran en cuanto abandona el internado. Si allí, perversidades aparte, era una mujer resuelta, capaz de organizar y dirigir a sus compañeras, en cuanto pisa el mundo se vuelve un ser incapaz de gestionar nada, incluso cosas tan nimias como organizar una comida de amigas sin la ayuda de soslayo del marido: mira a ver si el teléfono de Nina viene en el listín.

En el primer capítulo Olga sufre un trastorno que puede tener puntos en común con la bulimia, aunque la autora lo llama hambre, que la hace engordar hasta convertirla en un monstruito, pero esta característica se esfuma por arte de birlibirloque el día en que la protagonista decide firmemente cambiar el «sentir hambre» por el  «pasar hambre», y todo ello gracias a Escarlata O'Hara, a la que Olga decide imitar, eso sí a su manera. No nos parece raro que una película pueda cambiar el modo de pensar de una adolescente, lo que nos extraña es que esa adolescente haya podido ver una película como aquella.

Care Santos parece que se ha documentado sobre Lo que el viento se llevó y sus dificultades para ser estrenada en España donde no conseguía pasar la censura en la época franquista, datos que da en la novela, pero precisamente con esos antecedentes nos parece raro que vaya a verla, cuando por fin consigue pasar a las salas con una calificación de 3R, una familia de bien con dos hijas de catorce años. ¿Quizá un pase privado? Admitamos esta posibilidad como licencia literaria ya que cumple su papel en la trama, Olga empieza a adelgazar con una voluntad de hierro: su objetivo en la vida, como la de Escarlata, va a ser conseguir un buen tipo para pescar un marido de buena posición. Ningún titubeo en la primera parte del plan, cuando la realidad nos dice que en la práctica las cosas no suelen ser tan fáciles cuando una adolescente se propone adelgazar. 

En cuanto a la segunda parte, Olga consigue que la envíen a la Universidad a estudiar Medicina nada menos. Otro desperdicio de la novela, ¿para qué? ¿Para dejar en la sombra a las mujeres, que las hubo, que realmente consiguieron terminar la carrera y ejercer como médicas? ¿Para poner en evidencia, sí pero flojito, lo machistas que eran entonces todos los catedráticos? ¿Para recoger en sus femeninos brazos al caballero que se desmaya cuando tienen que enfrentarse al primer cadáver? El caballero resulta ser poeta y Olga deja la carrera en el primer año, como pronosticaban los sesudos catedráticos, aunque no parecía que se le diera mal. ¿Y ello para qué? Para ennoviarse con el poeta, pero poquito, mientas le pone ojitos al hermano mayor, que no solo acaba de doctorarse en Medicina sino que además apunta un carrerón en ese campo. Pero para convertirse en la señora de un reputado catedrático no había hecho falta mandarla a la Universidad, puesto que ni tan siquiera estamos ante el caso de alumna que se enamora del profesor, o al revés. Quizá la excusa era contarnos esa novatada con tintes machistas más que conocida, y por lo tanto previsible, que la compañera, ni tan siquiera Olga, resuelve según manual. ¿Era necesario, por cierto, presentarnos a la compañera pintándose los labios en el tranvía? 

Bien, Olga deja la carrera, se casa tras el noviazgo pertinente, tiene cinco hijos a los que amamanta un tiempo hasta que se ocupan de ellos las domésticas, que para eso es gente bien, y ya está. Sus únicas distracciones parecen ser la pelu, mantener el tipo y un cotilleo moderado. No obstante, una duda me asalta, y es cómo anda de aritmética la autora cuando calcula el devenir de esos hijos, pues en 1981 cuatro ya están casados. ¡Pues sí que se dan prisa en esta familia en pasar por la vicaría! A ellos no les ha dado tiempo a hacer la mili y a ellas, bueno, ellas a pesar de ser hijas de catedrático habrían seguido los pasos de la madre, eso parece claro. 

Olga, un fracaso de personaje, ya no digo un fracaso como mujer.

Si la vida matrimonial y maternal fue un camino de rosas para Olga, o así nos la pinta, nada se nos dice de las dificultades que tuvo que pasar Nina en Madrid, abandonada del marido, sola y con dos hijos pequeñísimos. Sabemos que encontró trabajo, sí, pero ¿cómo se las apañó con los hijos en una época en la que no había guarderías? ¿Los llevó luego a algún internado? ¿Tuvo la suerte de encontrar una vecina, una amiga o una criadita que por poco sueldo, cama y comida se quedaba en casa mientras ella iba a trabajar? 

El trabajo de Nina es otra de esas asignaturas pendientes. Una chica de excelente currículum con un techo de cristal, que solo le permite aspirar a un puesto en un pool de secretarias, a su vuelta a Barcelona. A la autora debe parecerle todo esto de lo más normal cuando no hay el mínimo comentario ni la mínima protesta al respecto. En aquellos años muchas mujeres ya conciliaban trabajo y familia y trataban de romper ese techo que las impedía seguir adelante. 

Hay que reconocer que el meter a los Beatles en la historia es un acierto, pero el rendimiento que se le saca es mínimo, más allá de una foto simpática guardada como un bonito recuerdo por las protagonistas. Si los Beatles no pasan de anécdota ¿qué decir de la boda de lady Di que casi todos los comentarios, incluso la autora, se empeñan en resaltar? ¿Su coincidencia con la ley del Divorcio, esta sí mucho más pertinente en la novela? Mero decorado, pero sí de bodas reales hablamos, quizá hubiera sido más oportuno, dada la edad de las protagonistas, hablar de la boda de Fabiola, que ese sí tuvo una repercusión mediática al ser la primera boda real emitida por la televisión y ser muy pocos los hogares que contaban con el aparato, pero de la novela como reflejo de una época hablaremos más adelante. 

Tras ese momento en sus vidas en que asistieron en primera fila «al comienzo de la modernidad», los conciertos de los Beatles en España, las dos amigas vuelven a sus cotidianas vidas sin mayor trascendencia: Nina a sus ligues, aunque ya sabemos que además de ligar hace muchas más cosas, y Lola a su piano y a sus amores platónicos. Hablando de pianistas, recordemos a Eugenia, la de Niebla, una señorita que da clases de piano para contribuir a la economía familiar pero que al final todo se queda en una tapadera para poder pescar un pardillo al que desplumar. Mujer compleja Eugenia y perfil plano el de esta nueva pianista, Lola, sin apuros económicos, pues la rentas de la empresa familiar satisfacen sus necesidades, pero enamorada de un hombre mucho mayor que ella y para colmo marido de una amiga. Del día a día de Lola tampoco sabemos nada en todos esos años de esperar su oportunidad con el amado. Hay un pretendiente absurdo, que al igual que ella se pasa toda la novela en la sombra, para reaparecer y desaparecer casi a un tiempo. Apariciones y desapariciones virtuales, conflictos que no llegan a ser, porque para eso están las tormentas que provocan accidentes oportunos en la mejor tradición Deus ex machina. Desperdicio de personaje el de Lola, por mucho que la puerta quede al final abierta a un modo de vivir distinto. 

Marta, la hermana gemela de Olga, es quizá el más logrado de los personajes, si hacemos excepción de Julia, con la que terminaremos el recorrido. Marta ha vivido muchas contradicciones, pero quizá por ello es la más real. Marta quiso ser novelista, pero se ha convertido en autora de éxito de libros de cocina. Libros amañados y dirigidos desde la editorial del marido que no ahorra esfuerzos de márketin porque el negoci es el negoci. A Marta, a la que no sabemos por qué la autora no ha enviado a la Universidad como hizo con su hermana, el marido le da una oportunidad en el mundo editorial cuando todavía no es su marido, ni tan siquiera novio, pero por una de esas inspiraciones de las novelas, su nariz para los negocios le dice que allí delante tiene un filón y lo aprovecha. Marta inicia su carrera en el mundo editorial a la vez que va creciendo la relación sentimental con el que iba a ser su marido hasta ese mismo día de julio en que lady Di da el sí y Marta el no. La pobre Marta, especie de patito feo, que ha debido aprovechar una máquina prestada y horas intempestivas para pasar a limpio una novela que no la termina de satisfacer. 

Si su carrera de éxito como autora de libros de cocina es clara, su relación con el marido fracasa ya desde antes de la boda, cuando se ven obligados a guardar luto por la muerte repentina de la madre de él —quizá hubiera sido conveniente un pequeño homenaje a aquella gran película que fue La niña de luto— y el marido comienza una carrera de infidelidades que llega hasta el presente. Un presente en el que Marta, convertida en una Elena Francis del mundo de la cocina, ha terminado por encontrarse otra vez a sí misma y se prepara a dar un paso más en su independencia personal montando un restaurante distinto. 

Así llegamos a Julia y Ramona, que sin duda son las que salvan la novela, y llegan acertadamente en la segunda parte, cuando estábamos a punto de lanzar el libro por la ventana. A pesar de las concesiones a la buena fortuna dentro de la total mala suerte que ha sido la constante en buena parte de la vida de estas mujeres, a Julia y a Ramona, y también a María, esa secretaria más que eficiente, las vemos como reales, como mujeres luchadoras que pisan firme en la vida, mujeres para las que los hombres no son una necesidad, más bien todo lo contrario, y han sabido sobrevivir a ellos, y vivir y hasta triunfar sin ellos. Solo una pequeña concesión a un novio clandestino para disipar las dudas de un posible lesbianismo de la protagonista, porque esa posibilidad queda fuera de todo lo posible en esta novela de personajes tan planos y socialmente acomodados: una lesbiana en 1981 todavía sería un personaje incómodo, así que hagamos que Julia se líe con un casado, situación más manejable, aunque la protagonista manifieste en algún momento que las relaciones íntimas con los hombres no le son nada fáciles, dada su mala experiencia inicial. ¿Por qué tiene que haber un hombre en la vida de todas y cada una de estas mujeres?

En los personajes secundarios, especialmente el de Vicente, la autora tampoco se ha esmerado en demasía. Ya sabemos que en los años cincuenta del siglo pasado, y aun hoy, las enfermedades mentales y las discapacidades intelectuales eran tema tabú, además de unas completas desconocidas, pero en ningún momento se intenta aclarar si Vicente nació así, lo hicieron así o se hizo así. Vicente es un tonto sin más, y ya sabemos que a todos los tontos les da por lo mismo. 

Sobre Ramona, otro logro, comentaremos algo en la siguiente sección.


Estilo

Marta inicia su recorrido en el mundo editorial como correctora ortotipográfica, algo esto de la corrección que sin duda se tomaban en serio las editoriales en los años cincuenta y que lamentablemente no se toman nada en serio las editoriales en el siglo XXI.

¿Está este premio Nadal a la altura en la parte más externa de la obra? ¿Mantiene aún en plantilla correctores profesionales la editorial Destino? Porque de haberlos, ¿cómo han sacado al mercado una obra con una puntuación tan desastrosa? ¿Estilo de la autora? ¿Descuido? ¿Prisa por acabar? Si es cuestión de estilo, esperemos que la moda se pase pronto, pero en cualquier caso una puntuación más acorde con las reglas del castellano hubiera mejorado mucho la novela. 

No sé si es posible encontrar en ella algún punto y coma, ese signo desaparecido, pero lo que sí que hay es un exceso de puntos. Puntos por doquier, frases cortas, excesivamente cortas, puntos donde deberían ir comas, y ya el desastre total en incisos y diálogos, ello por no mencionar algún otro detalle, como escribir iglesia e Iglesia, ambas referidas a la institución eclesiástica. 

Quedémonos en los diálogos que abundan en la novela. Otro desperdicio, porque los diálogos son en su mayoría enormemente banales, diálogos de transición, de matar el tiempo, que poco o nada aportan a explicar las situaciones o a perfilar los personajes. Diálogos por los que pasas rápido, sin saber muy bien quién dice qué, con una puntuación que no ayuda y con unos incisos que son claramente una asignatura pendiente para la autora. Si realmente aportan puntos claves, esta lectora se los ha perdido pese a haber pasado por alguno dos veces. 

No sé si en broma o en serio, la autora nos presenta un guiño «feminista» y «políticamente correcto» cuando aclara en un determinado momento sin venir para nada a cuento, que en el entorno social de Ramona lo que se llevaba era el compañeros y compañeras: 
Aquel día detuvieron a tres compañeros más. Compañeros y compañeras, porque en su casa todo se decía así, doble, aunque sonara feo y resultara cansino, porque allí lo femenino y lo masculino valían lo mismo (p. 247).
A ver, si va en serio, a la autora le vuelve a fallar la aritmética, porque si son tres los detenidos aparte de la pobre Ramona, que cayó la primera, serán o dos compañeros y una compañera, o dos compañeras y un compañero, pero eso de compañeros y compañeras aquí no cuadra porque tendrían que ser por lo menos dos y dos, aunque a saber la función de ese punto ahí, que ya hemos señalado el caos de esta novela en el terreno de la puntuación. 

Y si va de coña, es decir si lo que quiere la autora es poner en solfa el hablar políticamente correcto y ciertos feminismos, pues creo que no ha lugar, que hay mejores formas de hacerlo, y además esa forma de hablar estaba muy alejada de la realidad en los años cincuenta del siglo pasado, porque Ramona en ningún momento ha dado además indicios de hablar de esa manera ¿a qué viene, entonces, esa aclaración?

Ha pretendido meter Care Santos algunos términos precisos, quizá para dar empaque, que posiblemente hagan que el lector medio tenga que acudir al diccionario, afortunadamente son pocos, porque no siempre cumplen su objetivo y se arma ella solita madre el lío padre en algún caso: al final la pobre Ramona qué era: ¿abortista o abortera

No es que las definiciones que da el DRAE de ambas palabras sean para tirar cohetes, pero veamos cómo nos da cuenta Care Santos de las razones que llevaron a Ramona a la cárcel:  

«La detuvieron porque intentó abortar y todo salió mal», comienza diciendo y hasta aquí todo parece claro. Luego empieza el lío porque la abortera —persona que practica abortos— no debía tener la pericia que decía y Ramona acaba en urgencias donde la terminan de estropear. Ramona pasa de abortista —también la califica así— a abortera, y esa denominación se mantiene hasta el final del episodio: «La acusaron de comunista y abortera. Ambas cosas eran verdad» (p. 247).

Por más que lo intento no consigo imaginar cómo pudo ponerse Nina «casi —menos mal que hay atenuante— a horcajadas» en una mesa del restaurante. ¿Cómo era la mesa? ¿Cómo el plinto del colegio? Si lo que quería la autora era mostrarnos que Nina se sentaba de forma descuidada para mostrar a las amigas que llevaba bragas de encaje negro, hay sin duda formas menos circenses de hacerlo. 

Tampoco podían faltar esas palabras que inexplicablemente un día se ponen de moda y todo el mundo usa, por ejemplo correcto: las monjas hacían lo correcto. Las monjas pensaban que hacían lo que debían, lo apropiado, cumplían con su deber..., no sé, pero ese hacer lo correcto me suena tan a fuera de lugar en 1981, que no puedo por menos de señalarlo. 

En los aspectos fraseológicos, donde no hay realmente nada extraordinario, la autora a veces también parece no estar muy segura ¿caer o venir como agua de mayo?, aunque tiene también algún acierto, ese favor con favor se paga, por ejemplo. 

Retrato de una época

Es otro de los valores que las entrevistas y comentarios convencionales señalan en esta novela, pero ¿de qué época? 

¿Los oscuros cincuenta con internados cuestionables?

¿El final de la autarquía y los tímidos intentos de las mujeres por ocupar un lugar en la sociedad?

¿Los años 60 cuando unos melenudos revolucionaron no solo la música sino la sociedad? 

¿La llegada por fin de la democracia que tantas expectativas creó?

Como hemos visto en el análisis de los personajes, los datos que se nos presentan tampoco son suficientes, nos quedamos en el mejor de los casos en la anécdota, en el dato aislado. 

En definitiva, novela que se lee con facilidad, pero que queda lejos de conseguir los objetivos de una obra literaria, ni por el fondo ni por la forma. El que se lea bien es sin duda su mejor valor, pero también su peor enemigo, si de un premio Nadal hablamos. 

Comentario para el club de lectura La Acequia.

4 comentarios:

Ele Bergón dijo...

Aún no he leído el libro, pero sí tu crítica al mismo. Primero leeré antes de comentar, pero .. Un premio y más el Nadal que siempre ha tenido buena prensa y prestigio, más que el Planeta, una escritora conocida con varias obras en su biografía... y confieso que no he leído ninguna. ¿Qué está pasando en el mundo editorial? ¿Ya se publica cualquier cosa y lo que prima es vender? Eso lo vamos viendo desde hace tiempo,pero un Nadal.... es fuerte.

Pienso que tu opinión es importante porque eres una experta en esto de la literatura en su forma y en su fondo, tu carrera te avala.
Besos

Abejita de la Vega dijo...

Media Vida no te ha gustado pero le sacas mucha punta. A sacar punta nos pondremos en abril, como lectoras arremangadas.
La he leído sí. Ya contaré, qué a mí sí me riñen si me adelanto.
Besos de lectora a lectora.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

¿Condiciona una obra su carácter de premio? El Nadal, sin duda, ya no es lo que era desde que la editorial que lo sostenía pasara a otras manos. La obra está pensada para el público que ahora compra este tipo de premios: la venta por encima de todas las cosas. Tiene indudables aciertos pero deja las profundidades para buscar la facilidad lectora, que consigue con oficio. A partir de ahí, a algunos lectores les atrapará el argumento y a otros, como a ti, les resultará insuficiente.

Myriam dijo...

No he leído aún la novela. La compré y aún no me ha llegado. Por lo tanto, no puedo opinar sobre su contenido, pero al igual que Luz, te he leído muy atentamente. Volveré a comentarte cuando la haya leído.

Abrazos