lunes, 13 de abril de 2015

Número 69. Sefarad. Una novela de novelas

Una novela de novelas.

Ese es el subtítulo que solo aparece en páginas interiores, en esas páginas que rara vez se leen o que por lo menos rara vez se leen con la debida atención.
En la contraportada el extracto de una temprana crítica nos habla de «relatos entrelazados», pero de ello, cuando llevamos leídas unas cuantas páginas, apenas nos damos cuenta, al menos yo no me he dado cuenta de ello y sigo buscando ese hilo conductor que una finamente esas cuentas interrumpidas, esas historias de los diferentes relatos que se acaban casi siempre en un «¿y ahora qué?» interno.
Solo cuando hemos terminado lo que creemos el primer capítulo e iniciamos el segundo, nos damos cuenta de que hay un título en la parte de arriba: Copenhague, y volvemos hacia atrás para encontrar el primero: Sacristán. Sacristán es como llamaban en el pueblo al protagonista de la primera historia, ese personaje que hemos dejado en la singular plaza de Chueca en Madrid frente a otro personaje que le lleva de la mano, sin sobresaltos, a sus primeros años en el pueblo: Sefarad.

camino rural en suave pendiente hacia arriba aparentemente hacia ninguna parte

El trayecto se nos ha hecho suave, breve y progresivo, a pesar de las aparentes esperas y los pasos atrás para coger impulso: 
Parece que el tiempo duraba más y que los kilómetros eran mucho más largos.
El ritmo es firme, casi de marchador de fondo, pero el camino está tapizado de mil detalles en los que detenerse y que van componiendo la imagen. Muñoz Molina es como esas costureras que pespuntean echando la aguja atrás un milímetro escaso y hacia adelante el doble o triple.
... cuando los hombres de la generación de nuestros padres recogían las uvas, las granadas y los higos más sabrosos, y se permitían el lujo de ir a las dos corridas de la feria, la del día de San Miguel, que la inauguraba, y la del de San Francisco, que era el día más esplendoroso, el día grande, como decían nuestros padres, pero también el más triste, porque era el último...
Otoños abundosos que anuncian inviernos sombríos, días de fiesta grande que lo son un poco menos porque son los últimos.
Por debajo una historia de personajes, el pueblo son las personas que transitan por sus calles, que van a la barbería o al café: el sastre, el escultor, el remendón... Y son también las imágenes congeladas en los tronos —pasos— de la Semana Santa: la cara verde de Judas y la nobleza visible de San Mateo: 
Me acerqué a Mateo en la plaza de Chueca y me miró con la misma sonrisa ancha y benévola...
De la plaza de Chueca a esas ciudades europeas en las que los trenes se detienen justo al pie de la catedral. 


Copenhague

Lo he dicho, me gustan las historias de trenes y me gustan las ciudades en las que las estaciones siguen estando en el centro, accesibles, formando parte de su vida, de su pulso.

Reloj del museo d'Orly (París)

La segunda historia empieza en un tren cualquiera:
A veces, en el curso de un viaje, se escuchan y se cuentan historias de viajes,
para adentrarnos enseguida en una historia de persecución, de dolor, de rabia y de impotencia: 
La gran noche de Europa está cruzada de largos trenes siniestros, de convoyes de vagones de mercancías o ganado con las ventanillas clausuradas, avanzando muy lentamente hacia páramos invernales cubiertos de nieve o de barro...
Los trenes avanzan siempre hacia adelante, aunque en las estaciones tengan que realizar complicadas maniobras para cambiar de rumbo, y así sigue el autor, con el mismo ritmo del principio desgranando historias, historias que sí que fueron historias verdaderas, aunque eso importe poco:
El amor entre Milena Jesenka y Frank Kafka está cruzado de cartas y de trenes,  y en él importan más la lejanía y las palabras escritas que los encuentros reales o las caricias verdaderas...
¿Qué son las caricias verdaderas? ¿Acaso algunas palabras no dejan un regusto en la piel años y años después de haberlas oído por primera vez?
Los trenes se detienen solo lo necesario y siguen y siguen su camino, historia tras historia, página tras página:
Viajando parece que me gusta más leer libros de viajes.

Contribución a la lectura de Sefarad de Muñoz Molina para el club de lectura La Acequia

4 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

¡Ah, qué buena forma de comenzar la lectura de esta obra!
En efecto, esta obra comienza a cuestionarte tu propia condición de lector cuando te preguntas estas razones a las que aludes al principio.
Gracias por sumarte una vez más.

Ele Bergón dijo...

He empezado a leer el libro y aunque en principio me pareció denso, según avanzo en sus páginas, cada vez me gusta más, por el ritmo que tiene, trepidante, como bien nos apuntas y todo el reto que implica para el lector, de todas estas historias, en apariencia sin hilo común,pero que hace pensar.

Me ha encantado tu entrada. No sólo por lo que analizas si no también cómo nos los dices.

Besos
Luz

Abejita de la Vega dijo...

Buscamos el hilo y los pespuntes son los que tú dices.
Un abrazo

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Corregido el matiz, se me escapó al redactar la entrada del pasado jueves. Gracias por advertírmelo.