Hablamos hoy de un antiguo refrán, que ya recogió el Marqués de Santillana, en Refranes que dicen las viejas tras el fuego.
Define María Moliner la cítola como:
«Tarabilla». Tablilla que cuelga sobre la piedra del molino harinero, la cual al girar la piedra, tropieza contra la tolva y, además de hacer que se desprenda de las paredes de ésta la molienda, produce un ruido que, al cesar, avisa de que el molino se ha parado.
Es decir, que cítola y tarabilla son la misma cosa y básicamente entre sus funciones, mediante el ruido que hacen, sirven para avisar al molinero, que de esta forma, mientras el molino muele puede estar en otras tareas. Ahora bien, si el molinero es sordo, de poco sirve este mecanismo; los medios siempre tienen que ser adecuados para los fines que presentan.
Pronto se superó este sentido más literal del refrán y pasó a significar que cuando no se quiere prestar atención a algo de poco sirve que se habiliten medios que en otro entorno podrían funcionar, algo así como No hay más sordo que el que no quiere oír.
Este hacer oídos sordos a lo que nos dicen pasó muy pronto a las páginas de oro de nuestra literatura de la mano de Melibea, la protagonista femenina de La Celestina. La joven enamorada se expresa así ante su criada Lucrecia, en un parlamento antológico en el que la joven vindica su libertad, al decirle la criada que sus padres están tratando de su posible boda:
Calla, por Dios, que te oirán. Déjalos parlar, déjalos devaneen. Un mes ha que otra cosa no hacen ni en otra cosa entienden. No parece sino que les dice el corazón el gran amor que a Calisto tengo y todo lo que con él un mes ha he pasado. No sé si me han sentido, no sé qué se sea aquejarles más ahora este cuidado que nunca. Pues mándoles yo trabajar en vano, que por demás es la cítola en el molino. ¿Quién es el que me ha de quitar mi gloria? ¿Quién apartarme mis placeres? Calisto es mi ánima, mi vida, mi señor, en quien yo tengo toda mi esperanza. Conozco de él que no vivo engañada, pues él me ama, ¿con qué otra cosa le puedo pagar? Todas las deudas del mundo reciben compensación en diverso género; el amor no admite sino solo amor por paga. En pensar en él me alegro, en verlo me gozo, en oírlo me glorifico. Haga y ordene de mí a su voluntad. Si pasar quisiere la mar, con él iré; si rodear el mundo, lléveme consigo; si venderme en tierra de enemigos, no rehuiré su querer. Déjenme mis padres gozar de él si ellos quieren gozar de mí. No piensen en estas vanidades ni en estos casamientos, que más vale ser buena amiga que mala casada. Déjenme gozar mi mocedad alegre si quieren gozar su vejez cansada; si no, presto podrán aparejar mi perdición y su sepultura. No tengo otra lástima sino por el tiempo que perdí de no gozarlo, de no conocerlo, después que a mí me sé conocer.
Nótese que Melibea no cita el refrán completo, solo lo alude, lo cual nos da una idea de lo popular que era este refrán ya en el siglo XV.
Por su parte, el sinónimo tarabilla, término onomatopéyico que trata de reproducir el sonido del dispositivo, dio origen a una expresión muy popular para designar la verborrea y a las personas que la practica: Hablar como tarabilla o Ser una tarabilla. Escribía Galdós (1909) en El caballero encantado:
Lo que mayormente colmaba el asombro de Tarsis era que, hallándose Becerro en absoluto ayuno, tuviese la lengua tan destrabada y el cerebro tan listo para verbalizar las ideas. Hablaba como una tarabilla, con dicción clara y aliento fácil.
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