sábado, 9 de agosto de 2025

Núm. 309. La vida de antes en un pueblo de Castilla. Quintana del Pidio (y II)

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Dejamos el Soto atrás para pasar a admirar otra obra de la naturaleza, esta vez domesticada por el hombre; se trata de una parra más que centenaria, anterior a la filoxera, que ocupa la fachada de dos casas de piedra. Un verdadero monumento  natural.

Parra que ocupa la fachada de dos casas.


Rsestos de arquitectura popular, y en nuestro paseo pasamos por la parte trasera de la iglesia, que  nos deja ver algunos restos románicos de la construcción  primitiva; la fábrica actual es de los siglos XVI-XVII. 

Tras este pequeño paréntesis, llegamos frente a la casa de Juan de Alosanz (1609-1679), que fue párroco de Quintana del Pidio y comisario del Santo Oficio. Alosanz, un hombre de su tiempo, dejó constancia de su patrocinio en la iglesia, principalmente en la capilla y el pórtico. Fundó varias obras pías, entre ellas una para dotar doncellas, tanto para el matrimonio como para entrar en religión.  

A la Inquisición se la temía y se temían sobre todo las denuncias de los vecinos que veían en cualquier acto trivial, como preparar el viernes el cocido típico de los judíos para la la comida de los sábados, la popular adafina, una señal inequívoca de ser judaizante. Se refieren algunos sucesos registrados en las actas, como la mujer que fue denunciada por tomar agua bendita con un solo dedo; aunque quizá lo más chocante sea el del vecino que en la romería de San Sebastián oyó a dos mozas a última hora de la tarde decir que no habían ido a besar al santo, y levantándose las faldas les dijo: «Pues besadlo aquí».

En la casa de al lado, perteneciente en otro tiempo a la misma propiedad de Alosanz, estuvo la tienda de comestibles que surtió a Quintana durante el siglo XX. En esta vivienda, en la planta baja, los vecinos todavía recuerdan una serie de cuartuchos estrechos, que bien podrían haber sido las celdas de los presos inquisitoriales en otro tiempo.  

Casa de aspecto rústico, pero renovada recientemente. Delante unas cuantas macetass s
 
Llegamos a la plaza de las Erillas, llamada así porque en otro tiempo en ese lugar hubo algunas eras.  Hoy es una plaza amplia, que alterna jardines y zonas de juegos para niños. A su alrededor distintos edificios, y entre ellos hay que nombrar el sindicato, actual bar y por tanto, el centro social del pueblo.
 
El sindicato, actual bar, con mesas a la puerta

En otro tiempo la taberna era un lugar comunitario, que se sacaba a subasta. Los taberneros estaban obligados a servir el mejor vino, para lo que el concejo realizaba distintas catas por las bodegas. El clarete era el vino de la zona.
 
En ese edificio estuvo la casa del pueblo y después de la guerra pasó a ser la sede del Sindicato Católico Obrero, de ahí el nombre popular de sindicato. Hubo un tiempo en que en ese mismo lugar existía un pequeño almacén donde se almacenaban palos de vid para la replantación de las vides tras la filoxera. 
 
Subimos a la parte más alta del pueblo. Por el camino podemos ver casas de piedra con aspecto señorial, casas de adobe, alguna zarcera que nos sale al encuentro... 
 
Casa tradicional en mampostería. Los cercos de las ventanas están pintados de blanco. Un rosal en la esquina.

La arquitectura tradicional de Quintana, sin tener nada sobresaliente, tiene algo que la hace distinta, quizá esa mezcla sin demasiado orden, donde todavía se pueden apreciar rincones o fachadas que mezclan piedra, adobe y ladrillo.
 
Entre lagares, merenderos y antiguas bodegas, se nos recuerda algunos casos en los que las brujas hicieron su aparición en Quintana. Las brujas eran consideradas como la encarnación femenina del mal; la encarnación masculina era el diablo y un diablillo, un canecillo procedente de las ruinas de la iglesia de Santa Marina de Revilla, encontramos en el dintel de un merendero que edificaron los mozos, piedra a piedra, en los años sesenta del siglo pasado.
 
Canecillo con la figura del diablo.
Una grabación nos devuelve al pasado, a procesos inquisitoriales que tuvieron lugar en Gumiel de Izán y Revilla, mientras se nos recuerda que para que el diablo no enredara en la matanza, era necesario hacer una cruz sobre el picadillo y poner orégano en la gamella.
Lagar. Vista lateral. Se ven las puertas por donde se descarga la uva y rematando la pared más alta, que servía para aguantar el peso de la viga.

 
La zona que en otro tiempo albergó lagares y bodegas es hoy zona de merenderos. Pueden verse algunas zarceras, algunos poyos a las entradas, y la silueta de algunos lagares, que como recuerda Sanz Sanza, se asemejan razonablemente el perfil de una ermita románica. 
 
Dintel del lagar: podón, cruz y reja de arado
 
En un lagar arruinado, que fue lagar comunal, todavía pueden verse en el dintel  lo que para nuestro guía es el escudo del pueblo, heráldica popular, que denominan algunos: un podón, una cruz y la reja de un arado. Los símbolos del trabajo unidos a la religiosidad popular. Allí están representadas esas gentes que rara vez aparecen en los libros de historia, pero que sin embargo, aquellos hombres y mujeres fueron los que construyeron la iglesia, las casas de los nobles y labraron sus tierras y viñas. Este motivo se repetirá en otros lugares, incluida una bodega moderna, que se levanta también en esa zona. 
 
Olmo seco
La ermita de la Virgen de los Olmos da una sensación de tristeza con ese único olmo superviviente y seco de su entrada, la grafiosis se los llevó hace años. Dentro, todo tiene un aspecto un poco desvencijado, y es que una máquina agrícola chocó hace unos meses contra ella produciendo más de un desperfecto. No obstante, podemos apreciar las pinturas de sus techos, su retablo, detrás del cual, en lo alto, se esconde un diablillo -Quintana parece tierra de diablillos- que tardamos en localizar, y mientras nos tomamos un descanso y contemplamos un capitel convertido en benditero, procedente de Santa Marina de Revilla, oímos los versos de Machado: 
A un olmo seco, herido por el rayo...
 ¡Ojalá las lluvias de algún abril vuelvan a reverdecer ese olmo seco de Quintana del Pidio! 

Después de callejear otro rato con dirección al punto de partida, llegamos a las Piñuelas, calle que une la plaza con la ermita y cementerio de Santa Ana. Allí se nos recuerdan las cruces que se ponían en determinados puntos altos para proteger al pueblo. Puestas sobre un mapa, el pueblo aparece protegido en el centro de una elipsis.

Yo rebusco en mis notas, y encuentro el chascarrillo que me recitó Carmen: 

Por las Piñuelas te vi,
por Cantarranas bajar,
las zapatillas romper,
y otras no poder comprar. 

Muy cerca se encuentran dos fuentes para surtir de agua a personas y animales, la una se llama simplemente la Fuente y la otra es la de la Gila. Gila es palabra prerrománica, cuyo significado es  'hondonada húmeda'. Curioso ver cómo se mantiene en la toponimia estos testigos mudos del pasado.

Fuente y pilón a un lado

 Hasta la próxima, Quintana.

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