martes, 8 de febrero de 2022

Núm. 262. De bares y paraguas con Karmelo C. Iribarren

En el retranqueo del número x de la calle y, el bar del barrio tiende su terraza. Los días de frío o de lluvia, la cubren, en parte, con un toldo de plástico, y allí se refugian los habituales.

El instagramero que a segunda hora de la mañana, con el móvil colocado en su soporte y la taza de café estratégicamente situada en un primer plano, le cuenta al mundo no sé muy bien qué: «Hoy os saludo desde... y os voy a explicar...». 

Mesas y sillas vacías en una terraza de bar. Pintada en el muro del fondo

Algo más tarde llegará don Javier, catedrático jubilado, a desayunar. A veces le acompaña alguno de sus viejóvenes discípulos, que probablemente haya quedado con él para pedirle todavía algún consejo. Suelen alargar la estancia en la terraza; charlan, departen, si es cerca de mediodía, mojarán la palabra con un vino tinto, y luego cada mochuelo partirá a su olivo.

También está la madura pareja habitual, mañana, mediodía, tarde y noche, tomando el café, tomando la cerveza, el yintónic de la tardinoche, y fumando, siempre apurando hasta el filtro el cigarrillo... Por no hablar, no hablan ni entre ellos, exhalan el humo y miran el mundo pasar desde el respaldo de la silla. El día que no están se les echa de menos.

Por la tarde se reúnen un grupo de señoras mayores, hablan, meriendan y comparten, son cinco o seis y se quitan la palabra a menudo, todas tienen demasiado que contar. 

También se toma el café por las tardes don Tomás, al que acompaña su hijo, un chico delgaducho, con gafas y la cara casi con granos, pese a que ya ha debido llegar a los cincuenta. 

En la esquina de la calle hay un pequeño parque, un par de bancos, y juegos para los niños. Allí, cerca de mediodía, suelen sentarse tres viejos, apoyadas las manos en las cachavas y las mascarillas por debajo de la nariz. Arreglan el mundo. A sus espaldas, en el murete del aparcamiento, hay algunas firmas y pintadas que los grafiteros del barrio se encargan de renovar, que no todo va a ser monotonía.

El Manzanares visto desde el Puente de los Franceses. La Almudena al fondo, una grúa a la izquierda.

 

Llueve, y el mar más cercano está a trescientos y pico kilómetros, debemos conformarnos con pasear por Madrid Río, que desde que volvieron a renaturalizar el Manzanares es un hilo de vida en el asfalto madrileño.

Volvemos a casa ya sin luces. Soltamos los viejos zapatos manchados de barro en la entrada, y acurrucado en el sofá nos espera Karmelo C. Iribarren para traernos algo de fresco, verde y nostalgia del Cantábrico. Los desamores se quedan a un lado, a pesar de que sabemos que en la página impar, o a la vuelta, volverán a aparecer.

Ahí estamos, en El escenario de nuestras vida...

 

Calle mojada entre dos luces. Faros de coches y dos siluetas debajo de un paraguas.s
 

Comentario para el club de lectura La Acequia de El escenario, poemario de Karmelo C. Iribarren.