lunes, 6 de mayo de 2024

296. El asesino ciego: las formas de despellejar un gato

 «Hay que salir de debajo de la parra», les digo de vez en cuando a esas amigas lectoras con las que comparto impresiones sobre nuestras lecturas.

Ya que la vida nos impide viajar, viajemos. Viajemos con la imaginación, guiadas por la buena escritura de esas plumas internacionales. Y eso hice, cuando vi en el estante de novedades de la biblioteca El asesino ciego de Margaret Atwood. Tenía un mes por delante para disfrutar de esta autora canadiense, de la que ya había leído su famoso Cuento de la criada.

Los primeros días avanzaba poco, me gustaba esa forma de describir lo cotidiano, me recreaba en los pequeños detalles...

He repasado lo escrito hasta ahora y me parece inadecuado. Tal vez haya demasiada frivolidad, o demasiados detalles que podrían considerarse frívolos. Muchos trajes, de estilos y colores pasados de moda, alas caídas de mariposas. Muchas cenas, no siempre buenas. Desayunos, pícnics, viajes oceánicos, bailes de disfraces, periódicos, paseos en barco por el río. Pero en la vida una tragedia no es un gran grito que dura un instante. Incluye todo lo que conduce a ella. Hora tras hora de trivialidad, día tras día, año tras año y, luego, el momento repentino: la puñalada, el neumático que explota, la caída en picado desde el puente.

Hacia el final de las más de seiscientas páginas que ocupa la novela, la propia autora le quita aparentemente la pluma a la protagonista principal para reflexionar sobre lo escrito. Estamos ante un ejercicio de metaliteratura, que no estorba ni quita, al contrario, añade a la historia que está contando.

Una historia que, como en tantas otras ocasiones, contada como capas de cebolla, como muñecas rusas desplegadas y colocadas en un orden desordenado en el estante de la vida. 

Una mujer, ya anciana, empieza a escribir sus memorias, memorias que van dirigidas a una nieta que apenas conoce, lejana, pero que va a ser su única heredera. Las memorias se mezclan con su cotidianidad, con sus limitaciones propias de la edad y de la enfermedad.

El desencadenante es un premio homenaje a un libro de culto, El asesino ciego, póstuma y única novela de una joven que, al final de la guerra, se suicida precipitando el coche que conduce por un puente.

La joven pertenecía a una familia importante de la ciudad, su hermana es la encargada de presidir el homenaje muchos años después, pero ¿era todo oro lo que brillaba en aquella sociedad? 

Página a página vamos desgranando la saga familiar con todas sus miserias. 

Dice una amiga que los relatos de la Atwood cuentan historias de mujeres, mujeres y más mujeres. Así es, y así tiene que ser, porque si nosotras no hablamos de nosotras, ¿quién? Porque aunque el entorno de las hermanas Chase esté muy alejado del nuestro, siempre hay algo común que nos une a las mujeres, aunque haya que leer las líneas y la novela entera como una metáfora. Nuestras miserias, nuestras tragedias pueden ser mucho menos novelescas que las de las protagonistas de las novelas, pero son.

Puede que a esta novela inmensa, más de seiscientas páginas, le sobren detalles, pero en ellos está precisamente el regocijo de la buena literatura. 

Siempre nos quedará además el pueblo llano con sus personajes secundarios para acercarnos a nuestra realidad. Reenie, mujer para todo, encargada de criar lo mejor que puede a dos niñas huérfanas de madre, y casi de padre, pues este no es otro que uno de los muchos muertos vivientes que dejó la otra guerra, la llamada Gran Guerra, merece por sí sola la lectura de la novela.

Una característica de Rennie, mujer pragmática, que no puedo dejar de mencionar es su afición a las máximas y refranes. Como estudiosa de ellos, me pregunto cómo serán sus equivalentes en el original inglés y cuántas veces la traductora, Dolors Udina, habrá recurrido a las técnicas de compensación. La fraseología en general resulta tan natural en la versión española que solo puede haber detrás una excelente profesional.

Algunos refranes son claros calcos del inglés. No hace tanto que incorporamos a nuestra lengua La curiosidad mató al gato, pero qué apropiado ese A buenas horas, mangas verdes, tan de nuestra cultura, sea lo que sea que Atwood haya escrito.

Pero, como solía decir Reenie, siempre hay más de una manera de desollar a un gato. Si no puedes hacerlo directamente, abórdalo dando un rodeo.

El subrayado es mío, There is more than one way to skin a cat. Refrán muy utilizado en América en otros tiempos, pero ¿quién se atreve en el siglo XXI a despellejar gatos sin más? Udina en un préstamo directo lo hace, ¿y Atwood? La traductora bien podría haber recurrido a la traducción equivalente que dan los diccionarios, Cada maestrillo tiene su librillo, o sin salirnos del mundo animal, al más popular en Hispanoamérica de Cada uno tiene su manera de matar las pulgas; pero apliquemos el propio refrán y dejémoslo aquí. No seré yo quien corrija a dos excelentes escritoras.


mural en un casa del pueblo de Quemada que representa a un gatoa
Quemada (Burgos) Mural del Gato.


Título: El asesino ciego (The Blind Assassin, 2000)

Autora: Margaret Atwood

Traductora: Dolors Udina

Editorial: Penguin Random House, Barcelona, 2023.