martes, 31 de octubre de 2017

Número 176. Annika Kaunda

Mi primera incursión en la narrativa de Susana Martín Gijón, con su novela experimental Pensión Salamanca, me dejó, aun dentro de la prudencia, un buen sabor de boca y un firme propósito de conocer mejor a esta autora. 

Ahora, un año después vuelvo a la última de las novelas largas de la saga protagonizada por la oficial de policía Annika Kaunda, Vino y pólvora. No he podido hacer mejor elección. 

Aunque en esta novela conviven tramas paralelas que nos llevan al pasado y al futuro de Annika, digamos que la acción principal transcurre en Extremadura, en Mérida, donde ejerce como oficial de policía, y en algunos pueblos limítrofes, con alguna excursión fuera de la región por exigencias del guión, pero sin que ello incida notablemente en la novela en sí. 


Estatua de un hombre que porta una cesta con uvas.
Monumento al vendimiador en Almendralejo
El título ya nos pone en antecedentes de que la acción se va a desarrollar en el mundo del vino y las bodegas, en la Ribera del Guadiana, región vitivinícola que bien merece ese reconocimiento. El muerto es un bodeguero importante, pero para complicar más la situación, una niña rumana, cuya familia trabajaba en la vendimia, ha desaparecido. La intriga está servida. 

Pese a los esfuerzos realizados por la autora para darnos unas pinceladas sobre el complejo mundo del vino y su cultura, digamos de entrada que esto no es lo mejor de la novela. Si queréis saber sobre ello buscaos una buena guía o haced enoturismo, que no faltarán oportunidades, pero no busquéis saber más sobre retrogusto, los racimos en su punto, o si una gran marca ocupa a mucha gente o es todo fachada, leyendo esta novela, los valores literarios están en otra parte.

Sentado esto, para mí el valor principal está en el personaje principal, y soy consciente de no ser nada original, pues otras alabanzas me han precedido.  Annika Kaunda, oficial de 35 años, emparejada con un periodista, Bruno, madre adoptiva de una niña pequeña, Celia, forman una típica familia joven de clase media en estos tiempos, pues no falta el perro, Wolf, un labrador en el conjunto. 

Annika Kaunda corre por el parque y pasea a su perro puntualmente, va al supermercado cuando la nevera está a punto de entrar en pánico, y echa mano de la comida preparada cuando no hay otra. Como muchos españoles, come muchos días fuera por razones de trabajo, sale alguna vez al cine con una amiga, o se entretiene en juegos de mesa en las tardes de invierno junto a su pareja y su hija. Sueña con unas vacaciones tranquilas en la playa con aquellos que quiere atiborrándose de pizzas y helados, pero como ocurre también en estos tiempos, el trabajo se interpone y te hace interrumpir abruptamente tus merecidas vacaciones. A Annika no la llama un jefe desbordado, la llaman sus propios compañeros, y Annika no puede o no sabe negarse, y esto es algo que me suena. 

Aunque no hayamos leído ninguna de las otras novelas, esta es clave para entender de dónde viene Annika, por qué ese nombre y en parte cómo ha llegado a ser oficial de policía. Annika, española desde los siete años, nació en Namibia y por supuesto, aparte de guapa, es negra, aunque el color de su piel, al que no faltan alusiones, sea denominado con distintos circunloquios, africana, de color,....  salvo cuando tienen que insultarla, que entonces se convierte en una negrata

No es solo su raza y ese exótico nombre lo que hace de Annika una chica diferente, una chica con personalidad, son esas vivencias traumáticas en su lejano pueblo y la estancia en el centro de acogida emeritense, al que llegó después de haber sobrevivido a una matanza en su aldea. En ese centro ha vivido desde los siete a los dieciséis años. Con el único bagaje de su juventud y una férrea voluntad, Annika va haciéndose una mujer de fuerte personalidad. Una chica de hoy pero muy distinta. Todo un hallazgo. 

Una preocupación más allá del trabajo, de resolver casos difíciles de violencia contra las mujeres entre otros, ocupa la existencia de Annika, el proporcionarle a su hija adoptiva, Celia, una vida de cariño y atenciones, sin los que ella tuvo que crecer. Annika es humana, terriblemente humana. 

Como de carne y hueso son todos los demás personajes de esta novela, casi coral, retrato bastante acertado de un sector de la sociedad extremeña y por extensión de la España de hoy día. 

Porque en esta novela pasan ante nuestros ojos no solo los héroes o los villanos, sino también esa gente corriente que trabaja en una comisaría, o que destaca en la profesión desde un puesto cómodo, vocacional y envidiable. Pasan también las limpiadoras y las jóvenes empleadas de mantenimiento, las familias monoparentales, los solteros centrados en su trabajo o simplemente en pasar la vida, los ligones a la primera copa, los eternos opositores a conseguir una plaza fija... Y junto a ellos, las inmigrantes víctimas de las redes, que intentan rehacer su vida, los inmigrantes ilegales trashumantes, que van dejando tras sí «los restos del naufragio». 

Son vidas que luchan cada día por conseguir un poquito de ese mundo mejor que saben que existe, que está ahí fuera, más allá de esa urbanización cuyas calles son todo un homenaje al feminismo, Amelia Valcárcel. ¿sabemos quién es esta pensadora? Debajo de cada placa debería venir un pequeño currículo para enseñarnos por qué están ahí, pero en cualquier caso está bien que estos nombres reales salgan a colación en las novelas.



Título: Vino y pólvora
Autor: Susana Martín Gijón
Editorial: Anantes
Año de publicación: marzo de 2016
ISBN: 978- 84-944814-1-3

domingo, 22 de octubre de 2017

Número 175. La sirena de Gibraltar

Cuando en las frías mañanas de los años 70 mi padre y yo, camino de nuestros trabajos, pasábamos en autobús por delante de La sirena varada, mi padre, marino de profesión, desplegaba siempre el mismo o parecido discurso de reprobación: 
¿La sirena? ¿Eso es una sirena? Una sirena es una señorita con cola de pez, pero ¿eso una sirena?
Esta nueva sirena de Gibraltar aparece en Madrid ahogada en el Manzanares y como la de Chillida tiene un bloque de cemento por cola. Y hasta aquí leeré del argumento, pero no faltan en la red recensiones y resúmenes de esta novela que toca leer en el club La Acequia

Fotografía de La sirena varada de Chillida en el Museo de la Castellana

Chillida: La sirena varada (Fuente: Wikipedia)
Estamos ante una novela de corte clásico, se ha cometido un crimen y hay que resolverlo. El interés, bien dosificado, atrapa al lector que pasa con avidez las páginas de letra grande, aprovechando los viajes en metro. 

No le vamos a negar ese mérito, la novela cumple con le promete hasta el capítulo final, pero al llegar a ese punto todo empieza a verse un poco más claro y del bosque descendemos a los árboles: El análisis de personajes y lenguaje nos dará algunas claves.  

La mujer de mediana edad, y de la que no tardaremos muchas páginas en saber su nombre y sus circunstancias, no es una cortina de humo para distraer al lector, y si acaso al detective con más conchas que un galápago. No, sencillamente es un personaje que se le ha escapado al autor, un personaje que enseguida ha mostrado la suficiente personalidad como para no saber qué hacer con él. No es una falsa pista, es algo que al autor se le escapó, por mucho que intentara cortarle abruptamente las alas. 

¿Qué podemos decir de los otros personajes? Se mueven entre el cómic y el thriller y nos lleva a recordar a aquel equipo televisivo de mercenarios, el Equipo A, transportados a un Madrid donde a pesar de estar en el 2013 no vemos aparecer la crisis que a todos nos mordía y todavía nos muerde. A Jandro, que nos cae simpático, solo le faltan unos cuantos oros al cuello. El cerebro está bien instalado nada menos que en un ático de Serrano. Quizá nos falte el loco con certificado, aunque ese Hernández que completa el cuadro de los mosqueteros, y al que solo conocemos por teléfono, podría cumplir el papel en próximas entregas, es sin duda una carta que se ha guardado el autor, porque según dicen los entendidos esta novela es solo el principio. 

Juan Torca, el protagonista, compadre de sus compadres, parece sacado de una película de acción: casi inmortal, más cerca de los 60 que de los 50, se conserva en forma a fuerza de carreras por el Retiro, defiende a inmigrantes vejadas por niñatos nazis y persigue y vence malos cabalgando lo mismo en una Harley que en un coche alquilado que por supuesto destroza. Además no hay mujer, no hay mujer joven, sobre todo joven, que —puesto en lenguaje de taxista, de lo que hablaremos enseguida— no pierda las bragas ante sus encantos. ¡Por favor! A ver, la plana de actores macizos ya entrados en años, pónganse en fila, que se anuncia película y pueden tener papel con pibones como compañeras de reparto. 

A Juan Torca le gusta comer bien, en plan casero, pero es un poco inútil en la cocina, deficiencia que suple con el conocimiento de los mejores restaurantes de menú del centro. Hay algo que le honra y mucho, sobre todo siendo burgalés de Burgos, como el autor: bebe Ribera del Duero, y a los que les extrañe esta afirmación mía, que no se asusten: en Burgos capital hasta ayer, y digo esto en plan esperanzador, lo que te ofrecían por todas partes era Rioja. En cualquier caso en cuestiones gastronómicas, algo imprescindible hoy en una novela, Juan Torca se queda lejos de Carvalho y Montalbano, por mencionar dos clásicos del género.  

Dejemos a los protagonistas y hablemos de lengua. Para aquellos que tenemos cierta fijación por el lenguaje popular, la fraseología y otras yerbas, esta novela podría ser un filón, pero en realidad no llega a pasar ese listón por el que los buenos autores hacen de esa forma de hablar popular literatura. El estilo es directo pero es vulgar —apliquénse todas las acepciones de la palabra—, no solo cuando hablan los personajes, algo que tendría lógica, sino también cuando habla ese narrador omnisciente que se pone demasiadas veces a la altura de los personajes. ¿Demasiado diálogo? Esto no tiene por qué ser un defecto, pero escasean los remansos que dan un respiro al lector y ayudan a modelar los personajes. Definitivamente Torca es un hombre de acción, de demasiada acción. 

Reconozco que me ha gustado ver una expresión en boca de Jandro, de ese tiarrón vestido de negro, al que me puedo imaginar sacando al hombro canastos enormes con la frente chorreando sudor y el hombro manchado de barro y mosto: pasarlas más putas que en vendimia

El autor escribe vendimia en singular, y a mí me deja pensando, porque para mí las vendimias siempre fueron plurales, incluido ese dicho tan conocido en tierras de vinos. 

Sí, también hay algún refrán, alguno incluso disimulado, aunque no estoy del todo segura de que este pasara por la mente del autor cuando escribe: 
Desde la primera copa había intuido que esta vez iba a morir ahogado en la orilla, sin lograr el objetivo. En cinco días había avanzado mucho: había descubierto todo o casi todo, pero no había logrado nada. 
Nadar, nadar y a la orilla ahogar, decía ya el marqués de Santillana.

La natación en la novela tiene su importancia, como puede adivinarse ya desde el título, y antes de cerrar el comentario deberemos hacer referencia a la otra voz de la novela, la de Maddi Cruz, llanita, educada en Londres, pulverizadora de récords de natación, profesora de gimnasia, que increíblemente escribe diarios en cuadernos de papel con bolígrafo azul ¡y en español!:
But English ist my first language. I'm very proud of that,
le dice Maddie a Juan Torca en un momento de aproximación física y emocional. A pesar de ello, la chica a la hora de confiarse a un diario que nadie, solo ella años después va a leer, se expresa en español. ¿No podría haber recurrido el autor a algún pequeño truco a alguna convención al uso para salvar este detalle? Bueno, qué más da que la chica escriba en español o en inglés, tenga acento andaluz o no se le note, el caso es que escribe y eso permite dar algunas claves al caso e incluso resolver el misterio.

¿Cómo es el lenguaje de Maddie? ¿Cómo interpreta este autor burgalés nacido en los 70 a una andaluza internacional, 20 años más joven que él? Todos hemos sentido la tentación de aproximarnos, de meternos en la piel de las generaciones que nos siguen alguna vez. 

Maddie en detalle puede parecernos equilibrada, lógica, razonable, previsible dadas las circunstancias, pero vista en su conjunto se queda corta, infantil, vulnerable, confiada..., no termina de pegarle este perfil a una chica que se cruza el Estrecho a nado por mucho que queramos tener en cuenta los hechos que la rodean. La añoranza de Maddie por sus hermanas resulta demasiado melodramática, repetitiva, aunque gana en los momentos narrativos: entre sollozos, entre hipos, entrecortada, Maddie sabe transmitirnos con naturalidad su drama. Apuntemos este tanto en el marcador del autor.

En cualquier caso no nos engañemos, Maddie está ya descrita, predestinada, desde el momento en que ese narrador omnisciente nos presenta al personaje, desde ese momento, la mayoría de las páginas de su meticuloso diario son mera paja... 

... y dejo al curioso lector que busque las claves en ese pasaje en que se nos presenta al personaje.

lunes, 16 de octubre de 2017

Número 174 María de Zayas. Tretas y contratretas

En los Desengaños amorosos, María Zayas hace subir sucesivamente al estrado a sus amigas y compañeras para que, ante una audiencia mixta, relaten, en forma más o menos novelada, sucesos «basados en hechos reales», que diríamos en lenguaje televisivo de sobremesa.

Su propósito no es otro que dejar patente la mala condición de los varones, que parecen haber venido a este mundo con el único fin de buscar la perdición de las mujeres. Así que, amigas, estén atentas y no se dejen embaucar por ellos y tengan preparadas sus armas, pues el enemigo acecha.

Ha procurado la autora refinar y elaborar más el lenguaje en esta segunda parte de sus novelas. Fruto quizá de esta mayor elaboración, son una serie de sentencias de carácter proverbial, que doña María parece dar por buenas, aunque tiene la elegancia literaria de incorporarlas a su propio discurso y disimularlas en él. 
Cuatro mujeres ataviadas con trajes medievales
Las amigas de la Zayas
Tomemos como ejemplo esta doble afirmación puesta en boca de una de las narradoras, pues en no pocas ocasiones estas intervienen activamente en lo que están contando para exponer su criterio moral acerca de lo sucedido, o bien para anticipar lo que va a suceder.
Partió con su deseo, prometiéndola correspondencia, porque él amaba, según decía, el alma y no el cuerpo. A dos leguas no se le acordó más de tal amor. Mas ella, que, cuerda, conocía el achaque no había caminado una, cuando ya lo tenía olvidado; porque a la treta armar la contratreta, que de cosario a cosario no hay que temer.
A la treta armar la contratreta no es propiamente un refrán, al menos no está registrado como tal en las recopilaciones coetáneas ni posteriores, pero encontramos el pensamiento muy presente y casi con esa misma fórmula en numerosas obras de su tiempo. Doña María está expresando esa idea de forma concisa y sapiencial, es decir nos está brindando un nuevo refrán, que bien podría incorporarse a los refraneros. 

En un fragmento de las memorias de un tal Felipe de Comines (Memorias de Felipe de Comines, señor de Argentón, 1643 [Google]) encontramos casi la misma circunstancia y palabras:
Pero cuando las Damas quieren todo se facilita y descifra fácil y presto: porque no hay treta tan cautelosa, que prevista no tenga su contratreta. 
Hermanas, estad prevenidas, usad esas armas y astucias que poseéis, pues los hombres las conocen y no dudarán en echároslas en cara. 

De tretas y contratretas abundan las obras de enredo de nuestro teatro clásico, por no hablar de otras novelas y obras en prosa de su tiempo. De tretas y contratretas, muchas de ellas puestas en forma sapiencial, nos habla la obra de Gracián, del que Blecua (Sobre el rigor poético en España y otros ensayos. Ariel, 1977: 139) dice: 
Toda su obra girará alrededor de unos temas cuya finalidad es la misma: advertir para triunfar: educar el genio con el ingenio; hacer un discreto, un héroe, un político, o bien ensañar a caminar por el mundo salvando la treta con la contratreta, la cifra con la contracifra.
Esta es sin duda la intención de la Zayas a la hora de escribir sus novelas, no solo entretener, no solo pasar el rato, sino advertir a las mujeres de los peligros que las esperan si confían demasiado en los hombres. Y para defenderse qué mejor que ponerse en su mismo plano, pues de cosario a cosario no hay nada que temer. 

De cosario a cosario no se pierden sino los barriles es refrán que está ya en las primeras colecciones castellanas (Santillana) y en La Celestina, y es glosado por Sebastián de Horozco, para terminar dando título a una comedia de Lope de Vega. 

Antes de continuar conviene aclarar que un cosario, que no hay que confundir con corsario, aunque tengan el mismo origen, es una persona que se dedica a transportar cosas o personas de un lugar a otro. Es decir, es lo que en lenguaje moderno llamaríamos transportista

El sentido del refrán es que entre personas del mismo oficio, de la misma condición, suele haber buenas relaciones, por lo que nada hay que temer. Refranes sinónimos son De barbero a barbero no pasa dinero, Entre sastres no se pagan las hechuras, o el más moderno Entre bomberos no se pisan la manguera, todos ellos con el sentido de la colaboración entre iguales. Las mujeres que aparecen en las novelas de la Zayas no siempre se dejan achantar por los hombres, como es el caso del ejemplo. 

Quedémonos en el siglo XVI con la glosa de Sebastián de Horozco en su Teatro universal de proverbios para mejor entender la afirmación de la Zayas: 
El hombre que a otros popa
acontece que algún rato
jugando a daca la ropa
cuando no se cata topa
con horma de su zapato.
Así que le es necesario
ser un Héctor, o un Aquiles
por do se dice ordinario
que de cosario a cosario
no van sino los barriles. 

Referencias 

  • Horozco, Sebastián de (1986): Teatro universal de proverbios. José Luis Alonso Hernández (ed.). Universidad de Salamanca.
Comentario para el club de lectura La Acequia.

martes, 10 de octubre de 2017

Número 173. Son del mismo vientre, pero no del mismo temple

Esta entrada va dedicada al Miri,
por sus 71 años de bonhomía

Decía la paremióloga finlandesa Liisa Granbon-Herranen, en un trabajo que no voy a citar porque este no es un trabajo académico, que en lo que se refiere a los refranes solemos recordar, en aquellos que no son más comunes, no solo el refrán en sí, sino las circunstancias en las que lo oímos por primera vez y quién fue la persona que nos lo dijo. 

Eso me pasa a mí cuando en según que contextos me sale aquel de A la mejor puta se le escapa un pedo, en lugar del más común por estos lares El mejor escribano echa un borrón o Al mejor cazador se le escapa una liebre, o paloma, según la zona del planeta en la que estemos. 

Aunque todos signifiquen lo mismo, es decir aunque todos procedan del mismo vientre de la sabiduría popular, es claro que todos no tienen el mismo temple, y que por lo tanto la pragmática exige que no todos sean intercambiables en cualquier lugar. 

El contexto en el que le oí al Miri ese refrán no podía ser otro que el de una de sus muchas broncas amables cuando hacíamos cualquier burrada de noche, y por la mañana los bytes se nos habían atascado en algunos de los canales que llevaban a la unidad central y sudábamos tinta china para desatascar aquello y que todo fluyera como debía. Ya se sabe que lo que de noche se hace, de día se ve. 

De su CPU nos hablaba ayer Miri en una comida de amigos y colegas —«¡qué distintos somos y cuánto nos une!», me comentaba después Maricarmen— en ese tono de humor y esa jerga que todos entendíamos: «... y después te hacen IPL...» y me acordé del refrán, aunque afortunadamente ningún profesional marrara esta vez y no había borrones en la cuenta. 

Ayer, además Miri me regaló otro refrán, el refrán de cabecera, y por si acaso la memoria me falla le dedico estas líneas, a él y al refrán.

«No colecciono refranes, los estudio», suelo decir en algunas ocasiones, no sin cierta petulancia, cuando alguno de mis informantes me pregunta si «tengo» determinado refrán. No, no tengo una bolsa con ellos, me gusta anotarlos, contextos incluidos, y después estudiarlos y tratar de saber algo más y si la ocasión se presenta compartirlo en este blog, ¡claro que sí!

Pues bien, ayer hablábamos de las diferencias entre hermanos, normalmente de las diferencias que hay entre nuestros hijos, y eso que los hemos hecho a todos con el mismo cariñito, y fue cuando  Miri dijo que su abuela decía un refrán: son todos del mismo vientre... La segunda parte, con su rima obligada, se resistía. Prometí investigarlo, pero antes de que nos despidiéramos él recordó la segunda parte y yo me apresuré a anotarla.

No, no estamos ante un refrán fácil de recordar, porque la palabra temple no es que se use mucho hoy en día, así que de entrada recordemos su significado: 
temple
De templar. 5. m. Disposición apacible o alterada del cuerpo o del humor de una persona.
6. m. Fortaleza enérgica y valentía serena para afrontar las dificultades y los riesgos. 
Tenemos que irnos a las acepciones 5 y 6 de la definición  del DRAE, para encontrar aquellas que puedan cuadrar en nuestro refrán. Aunque no disuenan, parece que la voluntad de encontrar una rima se ha impuesto, pero ¿siempre fue así?

Empezaremos por ver cómo ha sobrevivido este refrán entre los sefardíes, según lo que recoge Cantera Ruiz de Urbina (2004: 338):
  • Siento de un vientre, cada uno de su miente
  • Todos de una vientre y cada una a su modo
  • Todos de una vientre, y no de un pareser
El propio Cantera nos da unos cuantos equivalentes en español y en francés. Parece que la idea es antigua, viene de lejos y es compartida por las otras lenguas romances, pues también encontramos distintas variantes en catalán.

En castellano lo encontramos ya en el Seniloquium (p. 338), donde se le añade una glosa que remite directamente a la Biblia:
463. Son hermanos de un vientre, mas no de una miente.

Escribe en efecto, Agustín en Sobre Juan que los malos y los buenos se generan entre los buenos y que entre los malvados hay gente buena y mala. Incluso en el vientre de Rebeca y también fuera habitaban Esaú y Jacob. 
Miente, 'pensamiento', es palabra hoy en desuso, aunque se conserva en la locución Venir a las mientes, 'venir al pensamiento'.

El refrán con distintas variantes siguió apareciendo en las distintas colecciones (Hernán Núñez, Vallés, Correas, DRAE...) hasta nuestros días, donde se mantienen las distintas posibilidades, no pudiendo decir que haya una preferida ni prevalente, aunque todas procuren mantener esa rima que se escabulle de las mientes.

Tabla con dulces florones
De la misma masa, hechos por las mimas manos. No hay dos iguales


Notas

CPU: Sigla de Central Processing Unit: unidad central de proceso, motor, de un ordenador.
IPL: Sigla de Initial Program Load: carga del programa inicial, es decir arrancar el ordenador, ponerlo en marcha de nuevo. 

Bibliografía

  • Campos, Juana G. y Barella, Ana (1993 = 1996): Diccionario de refranes. Madrid: Espasa Calpe.
  • Cantera Ortiz de Urbina, Jesús (2004): Diccionario Akal del refranero sefardí. Madrid: Ediciones Akal.
  • Cantera Ortiz de Urbina, Jesús (2012): Diccionario Akal del refranero español. Madrid: Ediciones Akal.
  • Correas, Gonzalo (1627 = 2001): Vocabulario de refranes y frases proverbiales, ed. Louis Combet, revisada por R. Jammes y M. Mir, Madrid: Castalia. Nueva Biblioteca de Erudición y Crítica, 19.
  • García de Castro, Diego (2006): Seniloquium. Fernando Cantalapiedra y Juan Moreno (eds.). Publicaciones de la Universidad de Valencia.
  • Iribarren, José María (1952): Vocabulario navarro. Pamplona: Editorial Gómez.
  • Iribarren, José María (1994): El porqué de los dichos. Pamplona: Gobierno de Navarra. 6.ª ed. 
  • Núñez, Hernán (1555 = 2001): Refranes y proverbios en romance. Edición crítica de Louis Combet, Julia Sevilla, Germán Conde y Josep Guia. Madrid: Guillermo Blázquez, Editor; 2 vols.
  • Vallés, Mosén Pedro (1549 = 2003): Libro de refranes y sentencias de Mosé Pedro Vallés. Ed. de Jesús Cantera Ortiz de Urbina y Julia Sevilla Muñoz. Madrid: Guillermo Blázquez, Editor.

miércoles, 4 de octubre de 2017

Número 172. María Zayas o el que quiero no me quiere...

Para comentar a María Zayas, autora con la que iniciamos este año el curso en el club de lectura La Acequia, dejo a un lado de ir a los libros de consulta a ver qué comentaban sobre ella los estudiosos de las historias literarias, y en vez de ello me sitúo ante una de las puertas del tiempo, ataviada como más cercana a ella puedo encontrarme, dispuesta a retroceder algunos años a ver, si de esta guisa, consigo captar el espíritu de sus novelas. 

Una foto mía de hace diez años ataviada con un traje seudomedieval naranja y ante una puerta vieja de una casa antigua

Decía que vencía la tentación de ir a ver lo que en su momento me contaron de ella, entre otras razones porque preferencias de mis profesores aparte, tanto en el bachillerato como en la carrera, nadie me habló nunca de semejante dama.  Parece que solo los principales autores, por supuesto varones, son dignos de llegar a las aulas, pero algo se les debió escapar por algún lado a alguien, porque una calle en mi barrio la recuerda, y aunque solo sea por eso, por pasar por ella no pocos días, es nombre que sonaba en mi cabeza.

De la ausencia de mujeres en las lecciones académicas se sigue lamentando al día de hoy la joven filóloga Alba Lara en este oportuno artículo. A remediarlo, aunque sea en parte, parece que quiere ayudar la mismísima Biblioteca Nacional con el lanzamiento de una editatona dedicada a las escritoras. A los que pasáis por este blog os rogaría que no perdáis la ocasión: dar visibilidad a las mujeres escritoras es tarea de todos y no podemos demorarla. 

María de Zayas fue una señora que allá por el siglo XVII escribía, y no solo escribía, sino que incluso publicaba, y con su pelín de ironía y quizás de mala leche, así lo recuerda en las primeras líneas de sus Novelas amorosas y ejemplares, dirigiéndose a un lector mío, que por el contexto apreciamos enseguida que no se trata de un masculino genérico, sino que va directamene a los varones, que aunque elogiaran a doña María —probablemente más por posición social que por reconocimiento sincero— seguían manteniendo sus dudas acerca de si las mujeres eran capaces o no de llevar a cabo ciertas tareas. 
Quién duda, lector mío, que te causará admiración que una mujer tenga despejo no solo para escribir un libro, sino para darle a la estampa, que es el crisol donde se averigua la limpieza de los ingenios.
Nada más atravesar la puerta del tiempo, o si gustáis nada más adentrarme en estas novelas que nos dejó doña María, me encuentro con mis amigas, también ataviadas a su modo, alegres, ofreciendo en un puestecillo de mercado, pues hoy tenemos fiestas y ferias en la localidad, el fruto de su propio ingenio, que ha llegado a ellas de abuelas a madres, y de madres y tías a hijas, en largas noches de cocina, o de brasero y estrado si lo preferís así. 

Puesto de rosquillas en mercado medieval con mujeres ataviadas a la antigua

Y a comentar con ellas voy estas maravillas, pues es sabido que en aquel siglo donde vivíamos nuestra distracción principal era leer y hablar, aunque las comedias de la época, e incluso nuestras propias novelas, se empeñan en pintarnos esperando a los hombres, que parece que toda nuestra vida no tiene sentido sin ellos. 

Ni las comedias ni las novelas dicen toda la verdad, pues en realidad nuestra mejor distracción era hacer rosquillas y otras frutas de sartén, que si lo pensáis bien, es más o menos lo mismo que escribir novelas, pues todo consiste en mezclar bien los ingredientes, ponerles alguna gotita de novedad y otro poco de picardía, y a eso vamos. 

—Ya te dije, hermana, que le ponías demasiado anís, y además se nota que es barato, vamos, que no has buscado mucho en tu despensa literaria.

—Ya quedamos en hacerlas con lo que teníamos, que lo suyo era divertirnos un rato.  

—Pues a mí buenas me saben, y ya llevamos vendidas varias cajas, así que señal que gustan.

—No me gustan las rosquillas, siempre la misma masa, amores y desamores, y a este quiero, pero este me dan...

—¿Y qué quieres? ¿Hacer las rosquillas sin harina ni huevo?

—Pues digáis lo que digáis, donde estén las orejuelas y los florones...

—¿Y las masas que echamos a perder en esos intentos? Quita, quita.

—Lo mejor es hacer las rosquillas y con la receta de siempre, que esa ya sabemos que es segura, que nosotras no hemos ido a ninguna Alta Escuela de Cocina, como han ido ellos, que nosotras lo que hemos visto en casa. 

—Lo nuestro gusta más porque es lo auténtico.

—¡Qué dices! Si la receta que hacemos ahora se la copiamos a aquel cocinero del rey...

—Solo que con más anís, y yo os digo que tanto anís empalaga.

—Las nuestras son artesanas y naturales. 

—Eso porque no te dejamos echar aquel componente secreto...

—Reconoced, por lo menos, que alguna se os quemó en la sartén.

—¡Pues bien que te las estás comiendo, hermana!

—Es que en algo nos tenemos que entretener.