sábado, 20 de junio de 2015

Numero 80. Crónicas periodísticas de la guerra de África: paz en la guerra

Luz del Olmo me lleva a la hemeroteca, y tan aficionada yo a ella no puedo resistir la tentación de buscar los ejemplares y seguir leyendo algo de lo que un escritor y periodista Gaspar Núñez de Arce, que es nombrado en La Iberia, como «compañero y amigo», envíaba a España en aquel otoño de 1859.

Aunque la publicación puso diligencia en disponer su viaje en cuanto le llegaron las primeras noticias, tardó nuestro escritor más tiempo del deseado en llegar, y de pueblo en pueblo y puerto en puerto, llega a Cadiz donde todavía debe esperar algunos días aún para embarcar rumbo a Ceuta, desde donde enviará las crónicas. 

Emplea su tiempo el escritor en hacer varias visitas, a la isla de San Fernando, tan ligada a la Marina, pero tan muerta y falta de actividad, y a los astilleros, donde no le gusta demasiado lo que ve: 
En nuestros arsenales, merced al sistema vicioso que se sigue no reina, según he oído decir a personas competentes, todo el orden debido; los buques que se construyen en ellos, cuestan generalmente el doble de lo que valen, y solo así se explica la casi esterilidad de los sacrificios que España hace para el aumento de su marina. El gobierno no debía construir, sino ofrecer á la actividad privada sus arsenales, y contratar en pública licitación las construcciones como se hace ventajosamente ea otros países. Dos vulgarísimos adagios castellanos, antes deque la economía política viniera a demostrar la inconveniencia y los perjuicios del sistema que en nuestra patria rige en estas materias. aconsejaban ya la práctica contraria: Hacienda, tu dueño te vea, dice uno de ellos; y el otro, todavía más expresivo aclara la idea, diciendo: El ojo del amo engorda al caballo. El gobierno no puede estar en todo como los particulares; no puede velar por sus intereses con la solicitud del que vive cerca de ellos y del que compromete en una especulación su fortuna; no conoce los detalles ni las pequeñeces de las cosas, que son, sin embargo, de gran importancia para el buen logro de todas las empresas y negocios. Yo creo que si se cambiara de sistema, España con menos gastos había de palpar antes de poco tiempo mejores resultados en el acrecentamienlo de la marina de guerra (La Iberia, 27/11/1859, pág. 3)
Como no puede ser menos nos llama la atención el uso de los refranes para opinar en un asunto que compete al gobierno y a la economía del país.

En la misma crónica otro párrafo nos describe con cuidado la indumentaria de tres hebreos que habitan en su misma fonda, y ya vemos entonces cómo la tragedia de los desplazados por las guerras no es nada nuevo.
La guerra ha arrojado sobre estas playas un gran número de hebreos, que han huido de Tánger y Tetuán. En la misma fonda en que habito viven tres familias judías. Su traje es desairadísimo. Llevan un pantalón ancho, por cierto bastante sucio, que generalmente baja de los tobillos, un chaleco en forma de chupa, y una especie de anguarina como los burgaleses, estrecha y recogida, de paño azul-oscuro generalmente, y que les pasa de las rodillas.Cubren su cabeza con un gorro, que dejan caer hacia atrás para dejar la frente desembarazada, y envuelven sus pies en una groseras babuchas. Todos hablan el español, aunque algo corrompido y chapurrado con palabras extrañas. 
Judíos desarrapados que visten como burgaleses y hablan una español corrompido, ¿jaquetía o mero español chapurrado?

Por fin embarcan las tropas, no sin algunos problemas para embarcar también a las bestias, hecho que a Núñez de Arce le trae a la memoria y refresca para sus lectores, la anécdota de los lugareños que quisieron subir a un burro a lo alto del campanario, porque en semejante lugar había crecido una jugosa mielga. Y ya a bordo otro de esos personajes pintorescos: 
En nuestro vapor venia también agregado al cuartel general, con el carácter de intérprete, un moro argelino llamado Aggia Betain, que ha servido por muchos años en el ejército francés y que tiene en su cuerpo 14 heridas, por una de las cuales, que está en el cuello, gotea el agua o el vino cuando se entrega a sus libaciones.¡El vino! dirán Vds. ¿Pues acas» la ley de Mahoma, que es la suya, no le prohíbe el uso de este licor benéfico, de que por desgracia tanto abusan los cristianos? Eso mismo le pregunté yo, viéndole trasegar á su ancho estómago vaso tras vaso del jugo de la uva; pero él, sin turbarse, me contestó con el siguiente adagio: «Moro fino, come tocino y bebe vino,» Buen provecho le haga, y quiera Dios que cumpla mejor con los españoles que con las prescripciones del Koran (La Iberia, 7/12/1859, 1).
Otro refrán para apoyar ahora las costumbres aparentemente desviadas de la norma.

Ya en África, Núñez de Arce debe esperar por la contienda. Mientras tanto no duda en contar cómo los generales visitan a los enfermos en los hospitales, elevan la moral de las tropas y se preparan para nuevas escaramuzas. 

Llega la guerra con sus muertos en ambos bandos y Núñez de Arce se detiene en describir detalles de las armas y vestimenta. Llega después un enfrentamiento más importante, con tropas más preparadas, más numerosas, más difíciles de derrotar y más víctimas por ambos lados. Abundan los detalles, ell escritor se detiene en el cuerpo de un moro muerto:


La de los moros fue grandísima, pues según el dicho de cuantos estuvieron en el fuego, nunca se pusieron tanto al alcance de nuestras armas, entre los despojos recogidos en el campo de batalla, se encuentra una larga camisa o túnica blanca de hilo fino, cosida y bordada con seda y llena la pechera de alamares y presillas del mayor gusto. Hallóse también sobre un moro muerto un rosario de cuentas gordas, sin dieces, varias monedas y una carta en que se le trataba con mucha consideración y respeto, llamándole jefe y pidiendo par él y sus hijos la bendición del Dios clemente y mísericordioso (La Iberia, 20/12/1859, 3). 
Más llaman la atención los muertos del enemigos que los propios, y debajo de sus cuerpos inertes, el escritor trata de buscar la humanidad que no manifestaban en la lucha. 

Mas si el moro es el enemigo no lo son menos las fuerzas de la Naturaleza. Una tormenta, como nunca vivida depara horrores en medio de la noche. Al amanecer todo se ve distinto.
Amaneció por fin, y observaron que el causante de todos sus sustos era un caballo, hundido en el fondo de una cañada, próximamente a igual distancia de la avanzada mora y de la nuestra. Un corneta so comprometió a bajar por él, sin temor a las balas con que le saludaron los enemigos, se acercó resueltamente al noble y amedrentado animal, el cual apenas lo vio salió a su encuentro, siguiéndole después como un cordero hasta el campamento, donde el dueño, que le daba por perdido, tuvo el gusto de volverle a ver sano y salvo, cuando menos lo esperaba (La Iberia, 26/12/1859, 1).

Colaboración para La Acequia: La guerra de África y los cronistas españoles

4 comentarios:

Abejita de la Vega dijo...

Me sorprendieron las crónicas por su prosa limpia y no exenta de poesía, a pesar de la brutalidad de la guerra. Núñez de Arce quiso atrapar a un amplio abanico de lectores y, al parecer, lo consiguió. Un difícil equilibrio entre el patriotismo entusiasta y el horror de los combates cuerpo a cuerpo con gumías y bayonetas, las cabezas cortadas...Bárbaros contra bárbaros.

Una vez metidos en harina nos atrapa, veo que a ti también.

Un abrazo





La seña Carmen dijo...

A decir verdad, lo que a mí me atrapa es la hemeroteca, a la que dedico no pocos ratos, y esos refranes y alusiones a las costumbres de la época.

En un descanso entre dos trabajo, a ver hasta dónde puedo llegar.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

En efecto, la hemeroteca es un lugar sorprendente y fascinante. Yo también estoy atrapado. Núñez de Arce era un joven escritor que intentó estar a bien con su empresa y sus ideas y con el poder. Se desniveló la balanza hacia el final del conflicto. Escribía bien y fue testigo de los acontecimientos, aunque supo encubrir con inteligencia y oficio algunas de sus "elipsis".

Ele Bergón dijo...

Me alegra el que mi anterior entrada te haya llevado a la hemeroteca y que después hayas escrito esta entrada para atrapar a los refranes que andan "como perro sin collar".
En las bibliotecas de Madrid, solo lo tienen en la de Manuel Alvar y está en depósito, por eso se me ocurrió lo de la hemeroteca.
Besos