miércoles, 3 de junio de 2015

Número 77. La gratitud: lo propio y lo ajeno

Por una burra me vendieron, allá
sobre el año cincuenta. 
(...)
Mis hijos
no me creen, los pobres, por una burra me cambiaron.
Los versos me atrapan y vuelvo sobre ellos una y otra vez, sentada en el autobús, al lado de una chica joven, a la que acompaña una niña que juguetea con todo lo que está a su alcance. La chica se embebe en el móvil y yo en las páginas del libro.
Solo le parecía mal
a la maestrilla. Y qué. En casa éramos 
muchas las bocas, demasiadas. 
(...)
Sé que lo hicieron por mi bien.
Acudo a un acto donde se habla de la mujer en las profesiones tecnológicas. Hay pocas, dicen, y yo tengo que aguantarme las ganas entre dato y dato, entre cifra y diagrama, de levantarme y gritarle a la audiencia con voz grave: 
Por una burra me vendieron, allá 
sobre el año cincuenta. 

Ponente de pie, perfiles de mujeres sentadas
En mi mesilla, donde conviven libros diversos, hay un hueco para un libro distinto que encontré hace años en un tenderete de viejo: La mujer rural. Un libro lleno de cifras que pone en negro sobre blanco una realidad próxima y conocida: 
Hubiera 
preferido una madre más acorde a aquella 
que era un jumento de mujer.
(...)
Mal que bien nos apañamos, sin vendernos,
de todas, con alguna que otra trampa, para salir adelante.
Sin vendernos, sin vendernos, nos apañamos, nos apañamos, salir adelante... 

Las palabras del poeta rebotan en mi cabeza, mientras que desde la tarima una nueva ponente desglosa cifras...

Abro el libro casi, casi al azar, y la tabla del analfabetismo en el medio rural se muestra a mis ojos. El índice aumenta con la edad y alcanza el máximo en el tramo de los cuarenta y seis a los cincuenta años, la edad de mis ponentes más veteranas. 
Una buena mujer aquella.
(...)
En teniendo para una, lo natural 
es que la juventud se esfogue a modo. 
Vuelvo a casa con el libro guardado en el bolso, no me atrevo a abrirlo. Una pintada de Boamistura es otro recuerdo de la tarde. 


Boamistura: La vida es (b)ella

Comentario a La gratitud de Fermín Herrero para La Acequia.

4 comentarios:

Ele Bergón dijo...

La poesía de Fermín Herrero,nos atrapa y se nos queda dentro, porque ya la llevábamos con nosotros, porque es nuestra,porque habla de lo rural, de la mujer, del sufrimiento, del alma, del paisaje y de la esencia de ser castellano y por extensión de todos,en palabras, que aunque olvidadas, expresan con precisión los sentimientos.

Yo lo he leído, sentada en una piedra, en medio del campo, oyendo el rumor del viento, mientras brizaba a las verdes espigas. Me imagino que tú también habrás tenido la fortuna de haber visto ese mar de Castilla.

Ando estos días por ese mar, aunque ya las espigas con el calor, van tomando el color rubio.

Me encanta la última foto.

Besos

La seña Carmen dijo...

Esperemos que no se agosten. ¡Ay! Está todo tan seco. Reconozco que cada vez me gusta más ese verde de los abriles y mayos.

Abejita de la Vega dijo...

Durante mucho tiempo interesó que la mujer fuera una burra...de carga.

Esos versos de Fermín Herrero nos llevan a tiempos no tan lejanos. Que todavía hay clases de alfabetización donde acuden mujeres mayores. Y te cuentan que a los nueve años estaban ya sirviendo. Lo que tú dices, la Edad Media.

Un abrazo, Carmen.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Yo también quedé atrapado por estos versos. Fermín nos hace entrar en ellos desde un tono que aquí queda -aparentemente- quebrado: la sorpresa nos agarra, en efecto, a estos versos. Habla de la realidad, de lo que sucedía en ese paisaje, de lo que aún sucede en paisajes similares. Es una buena pregunta para el poeta el próximo martes.
Gracias y perdón por el retraso en comentar y enlazar esta magnífica entrada en nuestra lectura.