Esas viñas de la Ribera del Duero
Esas viñas que ves, ¡oh viajero que visitas nuestras tierras!, alineadas como disciplinados escolares antiguos, están con nosotros desde el tiempo de los romanos.
En las postrimerías del siglo IV podía verse al dios Baco abandonar, en carro tirado por dos amansadas panteras, a la caída de la tarde, su casa patricia de Baños de Valdearados. Iba a visitar sus viñas, aquellas que infatigables colonos habían levantado aclimatando plantas, llegadas desde los confines del Mediterráneo, sobre terrenos arcilloso-calcáreos, poco aptos la mayor parte de las veces para otros cultivos. Al llegar el fresco otoño, esas vides destilaban lo mejor de sí mismas y sabían llenar copas y cálices de cálidos vinos jóvenes.
Ocurrió, precisamente, en noviembre de 1972, cuando el vino de ese año había terminado de cocer en los tinos de la bodega cooperativa y contaba los días que quedaban para San Andrés —por San Andrés, el mosto vino es—, cuando un arado sacó a la luz el mosaico romano de simbología báquica más grande, 66 metros cuadrados, de la Península Ibérica. Aquel hallazgo, además de un hito arqueológico, constituyó todo un símbolo del despegue y pujanza que los vinos de la Ribera del Duero iban a tomar en los años siguientes.
Tarde entró la viña en la economía romana, pero ya en casa, los romanos supieron apreciar el gran valor que tenía para sus economías:
Si me pides ( dijo Caton) mi parecer sobre el mejor fundo rural , he aqui lo que pienso. La viña que es buena , es el mejor de los bienes raices. Despues de ella viene la huerta de regadío
( Praedium quod primum siet , si me rogabis , sic dicam : vinea est prima si vino multo siet , secundo loco hortus irrigatus )1
Desde antiguo se sabe que las tierras fuertes y arcillosas no son aptas para la viña, ya que esta crece mejor en terrenos secos y ligeros; de ahí, que en los valles en torno al Duero, sean los terrenos elevados, las laderas, los considerados más idóneos, aunque dado el gran avance de este cultivo en los últimos años y las tendencias de la nueva agronomía no sea raro ver viñedos en terrenos bajos, casi lindando con el borde del agua. Pero los antiguos aconsejaban no invertir el orden natural de distribución de cultivos...
Nec vero terrae ferre omnes omnia possunt :Nascuntur sterieles saxosis montibus orni:
Littora myrtetis laetissima : denique apertos
Bachus amat colles... 2
Vuelve el dios Baco a su casa satisfecho de su paseo, le acompañan Pan, que toca la siringa, Ariadna, que lleva en un cántaro el vinum primarium, fruto de la primera destilación, y el sacerdote Dioniso; un ambiente festivo de música y danzas se siente entre el cortejo... entrada del cortejo...
Un largo periodo de declive de la viña sigue al periodo tardorromano, el valle del Duero, prácticamente despoblado, ha visto cómo su población debía replegarse hacia los valles del norte, donde la viña, por ser terrenos más fríos, se da peor. Viejas plantas sobreviven en el valle del Arlanza, como nos lo demuestra los testimonios esculpidos en piedra en la iglesia visigótica de Quintanilla de las Viñas, la viña no se ha ido del todo, incluso en las épocas más sombrías ha seguido con nosotros...
Pero en los albores del siglo XI son empujados los árabes definitivamente más allá del Duero, la frontera se consolida, vuelven los colonos a repoblar las tierras que abandonaron con anterioridad y monjes de Cluny vienen a plantar raigones de fe renovada en los campos esquilmados por tiempos de lucha; y comienza la viña a consolidarse en el valle del Duero para no volvernos a dejar. Sufrirá vaivenes, sufrirá enfermedades, distintos avatares pasarán sobre ella, a las viejas plantas se unirán variedades nuevas, se ensayarán nuevos métodos de cultivo y elaboración de vinos...
Paisaje ribereño con viña en primer plano |
Irán los monasterios haciéndose con tierras y pagos, sus bodegas deben llenarse en los otoños —el sacrificio de la misa necesita del preciado licor—, los labradores podan las cepas en copa, los racimos son ofrecidos antes, incluso, de que las viñas ciernan. Pero no solo se llenan los cálices; de las bodegas que horadan cerros y los subsuelos de algunos pueblos comienzan a subir jarros gozosos que serán imprescindibles en las fiestas... Se dan a la Virgen advocaciones relacionadas con la nueva riqueza: «de las Viñas», «de la Vid» (aunque lo que tenga en la mano la elegante imagen gótica sea una manzana)... Y cantan festivos y joviales los ribereños:
La Virgen de las Viñas
tiene un racimo,
las uvas que se esgranan
las coge el Niño3.
Y los santos tienen que intervenir a veces, como Jesucristo en las bodas de Caná, para multiplicar el vino en las cubas que los años malos no consiguen llenar. Así —cuenta la tradición—, de forma milagrosa, llenaba la beata Juana, madre de Santo Domingo de Guzmán, las cubas de la bodega familiar de Caleruega, vino que se repartía más tarde a los pobres.
Hoy, aquellos primeros siglos de impulso económico propiciados por los monasterios guardan un recuerdo en los nombres de algunas bodegas y en algunas marcas de vinos: Pago de Capellanes, Cillar de Silos, Dehesa de los Canónigos, Hacienda Monasterio...
Como hemos dicho más arriba las tijeras del podador comenzaron a labrar preciosas copas, ya en las propias cepas; poda en copa, idónea para resguardar los racimos de los rigores agosteños y prolongar su estancia en la viña, pegados a la tierra, alimentándose de las esencias de siglos, hasta bien entrado octubre.
Había que darse prisa, entonces, para que las primeras heladas no echaran a perder la cuidada labor de todo un año. Las viñas se llenaban de alegres voces, los niños no acudían a la escuela, las mozas hacían frente a los lagarejos con dignidad y hasta con un poco de altivez, los cestos se iban llenando del fruto y ya en el lagar, pies recios sabían sacarles, a aquellos prietos granos, lo mejor de su fruto, el líquido más preciado, el que iba a parar a la mejor cuba para ser destinado al sacrificio de la misa. Y aunque tradicionalmente se bebía un vino clarete (el «ojogallo» que ha llegado hasta nuestros días) el mejor tinto se reservaba para pagar en especie las rentas a los monasterios.
Con la llegada de la Edad Moderna, la producción se extiende lo bastante como para generar excedentes, el campesino busca la forma de aumentar sus rentas y los mercados y ferias de las provincias limítrofes (Segovia o Palencia) o los importantes pueblos serranos (San Leonardo o Quintanar) reciben los caldos de la Ribera.
Y así, alternando las tierras de pan llevar con el cultivo de sus viñas, llenando las cillas de los monasterios, las bodegas propias y vendiendo los sobrantes por las ferias próximas, los ribereños alcanzaron un cierto desahogo económico. Quizás, como muestra de ese agradecimiento a la viña, podemos ver como las columnas barrocas de sus altares se pueblan de racimos dorados, es el triunfo del barroco, del dorado y un poco también de la vida muelle, que desembocó en un círculo de penuria, de escasez del alimento básico (el pan), que fue preciso romper desde arriba:
El Señor Obispo Don Bermardo Antonio Calderón, persuadió y dio arbitrios a los pueblos en el año de mil setecientos setenta y tres, para que dexando de plantar viñas, fomentaran la agricultura y la sementera, y hicieran plantíos, pero hallando en los naturales muchas resistencia por estar muy gustosos con el trato del vino4.
Siguió la Ribera cultivando sus vides, salpicando sus majuelos de nogales, almendros y otros frutales, que si bien estorbaban algo la cosecha de vino, daban sombra y postre a sus dueños. Aprendieron los niños, a edad temprana, a invitar a tallos tiernos a sus novias, en las tardes calurosas del mes de julio... Aprendieron también a invocar el favor de los catalizadores externos soltando vilanos al viento con rumbo a la mejor heredad.
Pintauvas5, pintauvas,...
que vayas a pintar mis uvas,
a mi viña de...
Colgaron los devotos y cofrades racimos de las tallas de sus santos el día de la fiesta: Santo Domingo, San Roque, acogieron junto a sus mantos los frutos tempranos, apenas enverados, de las cepas más tempranas... Por la Virgen de agosto comenzaron a pintar las uvas, a madurar por la de septiembre, que sabía recoger amorosa en sus novenas los rezos de aquellos sus hijos que seguían dependiendo en gran medida del fruto de la vid:
Campos de doradas mieses,
viñas de frescos racimos,
en fianza te los dimos,
para que su guarda fueses.
Guárdanos todos los meses,
en invierno y en estío,
concédenos vino y pan6.
Así, de una forma doméstica, familiar, fue asentándose el paisaje de nuestra infancia: pequeños majuelos que trepaban por las laderas, aprovechando los rincones más recónditos de los chorros, alternaban con las tierras de cereal para formar un damero irregular, verdiamarillo que iba volviéndose ocredorado a medida que avanzaba septiembre. Frutales salpicaban, entonces, nuestras viñas: perales, manzanos, cerezos, nogales y almendros... y en las tardes de verano viñas y majuelos recibían la visita de sus cuidadores que iban a recoger los frutos tempranos... Se aprovechaban las casetas, pequeñas y rústicas construcciones de adobe o piedra, para guarecerse de las intempestivas tormentas, casetas que el propio viñador habrá construido con sus manos para calentárselas cuando se le quedaban ateridas los fríos días invernales de la poda. Cabañas de la ribera, «más de una exploración de anatomías —dice el escritor ribereño Pascual Izquiedo en su Guía de la Ribera del Duero— se realizó bajo su techo y alguna historia de amor adolescente fue consumada en aquel ámbito iniciático7».
A finales del siglo XIX, un forastero se instala en Valbuena de Duero, trae con él, igual que siglos atrás habían hecho los monjes de Cluny, nuevas plantas de la vecina Francia: cabernet-sauvignon, merlot, malbec... Comienza, en silenciosa labor, a elaborar un vino tinto «Único», que pronto se convertirá en un mito, pero que sin embargo, tardará casi un siglo en tirar de los otros vinos de la zona. Vega Sicilia fue única y sigue siéndolo pero a su sombra, en los años 80, poco después de que el dios Baco se levantara de su sueño, nuevas generaciones de bodegueros, hijos y nietos de aquellos viticultores de antaño, empiezan a apostar por una elaboración seleccionada de caldos, a partir de la variedad autóctona más extendida en nuestro país, el tempranillo, que aquí, en la Ribera, recibe los nombres de tinto fino o tinta del país. Las viejas uvas del país de nuestros abuelos empiezan a cuidarse con mimo, a seleccionarse y a dividirse los días de la vendimia entre lo «blanco» y lo «negro».
Se ensayan nuevos cultivos, se traen variedades seleccionadas para mezclar con las autóctonas, se empieza a cuidar la viña, a mimarla... Llegan dineros nuevos de lugares viejos con sólida tradición vinícola —la Rioja—, se plantan nuevas viñas. Ya no se aprovechan solo los rincones, aquellas tierras poco aptas para otros cultivos... Como en siglos pasados, el vino empieza a poderle al pan, se extienden las podas en espaldera y para mitigar los rigores de agosto, el agua, gota a gota, ayuda a refrescar la planta, lo justo, que la viña requiere solo la justa y más de la cuenta solo sirve para dañarla.
El tiempo, tradicional enemigo del viticultor, empieza a ser incluso domesticado... Pero las modernas técnicas de estudio de los suelos, la tecnología que impide la helada o aminora los efectos del pedrisco, solo hace que refrendar lo que de siempre se sabía, que las grandes vinos tintos se elaboran en zonas frías, en condiciones extremas, a veces rayando el desastre.
Desaparecen los viejos frutales de las viejas viñas, desaparecen las viejas cabañas, la vista se pierde en un mar verdioscuro cuando llega el verano... En la retina de los poetas se mezclan el viejo damero y los nuevos espacios abiertos, resistiéndose a olvidar el viejo paisaje:
Esta tierra inmortal, tierra de vino,
tierra de pan, tierra de campos sola,
otero arriba al mar, la mar, la ola
del cielo azul inmenso sobre el pino8.
Se vuelve a subir a los desvanes, a la llegada de los otoños, en busca de los viejos garillos; la uva debe seguir cortándose a mano, debe ir llenando poco a poco, en esa tarea en la que con frecuencia siguen participando hasta los niños más pequeños, los canastos, cunachos y cestos. Las modernas bodegas, que añoran las viejas piedras en sus fachadas, provistas de la más moderna tecnología reciben satisfechas los prietos racimos y las barricas de roble nuevo guardan sus aromas para criar recios caldos, de los que sin duda también gustaría el dios Baco.
Dejan los vendimiadores tras sí un manto dorado en la tierra hollada y las viñas comienzan a adormecerse, a plegarse sobre sí mismas, a prestarse gustosas a las tijeras del podador... Pasan el invierno, quietas, apenas destacan en el paisaje, hasta que la primavera vuelve a estallar en sus yemas:
Por la Cruz, la viña reluz.
Se inicia un nuevo ciclo, un ciclo que se repite año a año desde que la historia sabe guardar memoria de ello.
Notas:
1. Citado en CARBONELL y BRAVO, Dr. F.: Arte de hacer y conservar el vino. Edic. fács. por el INSTITUT CATALA DE LA VINYA I DEL VI, (reimpr. de la edic. de 1820), 1992.2. Ídem. «Indudablemente no todas las tierras pueden producir de todo. Los olmos, estériles, nacen en montes pedregosos, en el litoral mirtos frondosos, pero Baco prefiere los collados» (T. de E. Cilla)
3. Estrofa del Cancionero popular arandino.
4. Citado en CALVO PÉREZ, Roberto y Juan José CALVO PÉREZ: «Faenas agrícolas 3: Las Bodegas» en Cuadernos del Salegar [en línea], n.º 19, 1998.
5. Pintauvas: palabra con la que se denomina en algunos pueblos de la Ribera al vilano de cierto cardo que vuela libre en las tardes de verano. La tradición popular dice que ayudan a pintar las uvas, de ahí el juego infantil que consiste en atraparlos y enviarlos en dirección a la viña propia.
6. Estrofa de Los gozos de la Virgen del Río. Gumiel de Izán (Burgos).
7. IZQUIERDO, Pascual: Guía de la Ribera del Duero. Roa de Duero (Burgos), Consejo Regulador de la Denominación de Origen Ribera del Duero, 1995, pág. 79.
8. De un poema de Jesús Hilario Tundidor.
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