La primera impresión, al empezar a leerlos, o incluso releerlos, cien años después, es que Ortega está describiendo la situación actual, que hay demasiadas coincidencias entre aquella España que se va desprendiendo de trozos poco a poco, y está, en la que si no se ha desmembrado aún más, es porque una serie de circunstancias han retrasado lo que parece inevitable, que de aquí a otros cien años, España, como ente político, como estado, e incluso como nación, se haya volatilizado.
Mapa de Juan de la Cosa (1500) |
En 1921, la I Gran Guerra, con lo que eso supuso en el mapa político de Europa, estaba aún muy reciente, pero tras ella vendría una segunda, y entre medias nuestra Guerra Civil, considerada por algunos analistas un ensayo de esa II Guerra Mundial. Otras guerras, la de Corea, la de Vietnam, sin contar las muchas pequeñas, pero no menos sangrientas, para que antes de que terminara el siglo todavía asistiéramos en directo, porque ahora las guerras se retransmiten por televisión, a las de Oriente Medio y a la de los Balcanes, con el consiguiente cambio, una vez más, en el mapa político. Tampoco nos olvidemos, por favor, de toda la descolonización de África, que nos dejó un mapa irreconocible para aquellos que fuimos escolares hace bastantes años.
En paralelo, las propias naciones, empezaron a darse cuenta de que era necesario unirse, y si las primeras organizaciones supranacionales tuvieron un carácter comercial o meramente económico, pronto transcendieron esos límites y pasaron a ocuparse de otras áreas como la sanidad, el trabajo... ¡y claro está la política!, sin olvidarnos otra vez de la guerra, aunque camuflada bajo conceptos como seguridad o defensa.
En el siglo XXI, mientras un país como Turquía plantea su entrada en la Unión Europea, otro, Gran Bretaña, decide salirse, no sin sobresaltos. En un ámbito más a la mano, Aranda se anexiona La Aguilera, pero Tres Cantos logra su independencia de Colmenar. En fin, el mapa político a pequeña y gran escala, sigue cambiando todos los días.
Leyendo a Ortega, parece como si las naciones, o a lo mejor deberíamos hablar de imperios —sean lo que sean unas y otros— estuvieran condenados a desmembrarse, primero por la periferia, luego más para adentro y al final, ¿cómo va a extrañarnos que León no quiera saber nada de Castilla, si ese es su sino?
Seguimos avanzando páginas, y pronto sabemos que esas grandes naciones se formaron gracias a la conquista e imposición soberana de los poderosos sobre los otros. ¿Qué ha de extrañarnos, entonces, que primero las colonias americanas quieran sacudirse el yugo y luego vayan en cascada todos los demás trocitos del territorio? ¿Dónde está el límite? ¿En los antiguos reinos?, ¿en las regiones, que parecen algo natural, pero no tanto?, ¿en las provincias, que no dejan de ser un artificio?, ¿en los municipios?, ¿en mi barrio?...
A algunos, quizá los más, parecen unirlos aquellos yugos que en otro tiempo impusieron reyes y señores, a otros los unen o separan los accidentes geográficos, otros se sienten hermanados por la lengua: «Mi patria es mi lengua», no olvidemos a Pessoa. Para cada uno, sus razones para unirse o separarse son perfectamente legítimas.
Lo que parece claro hoy, y debería haber empezado a estar claro hace cien años, al menos para Ortega, es que dejando aparte los poderes absolutos, monárquicos o dictatoriales, nacidos gracias a Dios o a la fuerza, es que si las personas se juntan con otras para formas pueblos, y estos con otros, y así sucesivamente hasta llegar a donde queramos, es porque están convencidos de que juntos, o en su caso separados, van a estar mejor, van a obtener más ventajas materiales, respecto a la situación anterior. Aunque esté muy mediatizada por los poderes fácticos, todas esas organizaciones no dejan de ser la expresión de una voluntad soberana de los individuos que las forman, salvando, ya digo, las dictaduras de todo tipo.
No obstante, de eso no habla Ortega, para el que las naciones siguen siendo unos entes que existen por derecho natural y que han crecido gracias al hacer de los prohombres de varias generaciones. Y aquí viene lo bonito del tema, si hay naciones, grandes o pequeñas, es gracias a los varones, porque en la enumeración de grandes no hay ni una sola mujer, por otro lado tan necesarias para que haya hombres. Pues bien, ni tan siquiera en esa función tan tradicional de la maternidad, sin la cual el mundo se habría acabado hace mucho, y ningún prohombre hubiera hecho nada, Ortega se acuerda de las mujeres.
¡Nos nos extrañemos! «El hombre inteligente siente un poco de repugnancia por la mujer talentuda», es frase atribuida a este pensador, que viene a adherirse a la corriente de la época en la que a la mujer solo se le permitía la veleidad intelectual de hacer de florero y escribir alguna poesía, a poder ser ñoña. ¡Cómo iban a pensar las mujeres en formar pueblos o naciones! Y si por casualidad destacaban, se las mandaba inmediatamente al rincón más oscuro de la cocina, que la mujer y la sartén, en la cocina están bien.
Si este modo de pensar y de actuar, podría haber sido disculpable, dado el ambiente de la época, en otros estamentos, desde luego es imperdonable en un intelectual de la talla de Ortega, al que se le supone la capacidad de estar por encima del pensamiento común, de mirar más allá, pero lamentablemente no es así, y nos deja ese regusto de faltar algo en su claro pensamiento.
Habla Ortega de sectores estancos dentro de la sociedad, de lo poco que se interesan los de arriba por los de abajo, y al revés, los de un gremio por los del otro, los hombres por las mujeres, añadiríamos nosotros, y las mujeres siguen sin estar. Quizá el problema más sea de falta de medios para comunicarse entre esos sectores, que de falta de voluntad. Faltaban algunos años para que los grandes medios de comunicación, el cine, la televisión, por no hablar de Internet, nos dieran esa oportunidad. El saber aprovecharla o dejarnos llevar es otra cuestión.
No obstante, en los años en los que Ortega escribía estos artículos sobre España, hubo una clase que intentó romper estas barreras, y no fue otra que la clase obrera, con el gran esfuerzo para que una educación básica, que permitiera la lectura de un periódico, o si se quiere de un pasquín, pudiera ser asequible a cualquiera, un gran esfuerzo porque las ideas circularan.
Como ejemplo de compartimentos estancos, Ortega se va nada más y nada menos que al estamento militar, poniéndose, eso sí, el parche antes que la herida, pues prevé que se le van a echar encima no sé si los pacifistas o simplemente los antimilitaristas. Los militares deben estar entrenados, necesitan de las guerras, viene a decir.
En 1921, cuando salía a la luz la España invertebrada, el ejército español sufrió la gran derrota de Annual. Los muertos, como siempre, los puso el pueblo, mientras los prohombres, los grandes pensadores, seguían filosofando.
En 1978, Soledad Ortega Spottorno crea la Fundación Ortega y Gasset y en 1980 se hace cargo de la dirección de la Revista de Occidente, que había fundado su padre en 1923.
A pesar de los años, hoy, bajo la dirección de José Varela, hijo de Soledad, la revista no envejece mal, y continúa siendo una referencia en el ámbito cultural.
Devolvamos, pues, la España invertebrada al anaquel del siglo pasado, que es el lugar que le pertenece.
Colaboración para el club de lectura La Acequia.
4 comentarios:
He empezado a leer este libro y efectivamente, parece como si nos estuviera hablando de lo que pasa hoy en España, pero ya en las primeras páginas, se empieza a notar, ese no estar de acuerdo con el pacifismo y esa necesidad del militarismo.
En cuanto a las mujeres, efectivamente, por lo que he leído en otros libros, Ortega a las mujeres, las trataba con conmiseración. Él era el maestro, ellas las discípulas y nunca le iban a llegar a su altura.
Me ha parecido muy bueno tu análisis sobre esta obra de Ortega y Gasset, que además lo has extrapolado, al antes y al después.
Besos
Cualquier parecido con la sociedad actual (y evidentemente hay muchos) demuestra que la historia es cíclica.
No hay mujeres en la "España invertebrada", solo en una ocasión se refiere de pasada, y solo una vez, a las madres. Le debió parir una berza.
Su análisis histórico no ha soportado la criba de los historiadores. El análisis de la sociedad española es lo que le mantiene con honor en las estanterías. Las grietas que nos sorprenden ya asomaban en 1921, ahora todo es igual pero todo es distinto. Pobres godos romanizados y tan debiluchos, incapaces de cementarnos , otro gallo nos hubiera cantado con los francos, esos sí que fueron capaces de cohesionar las Galias y domar las fuerzas centrípetas. Va el Ortega y les echa la culpa.
Un placer leerte, besos Carmen.
Excelente propuesta de análisis del ensayo orteguiano. En efecto, estoy de acuerdo contigo en que a Ortega se le podía haber pedido un poco más de visión moderna, pero resultó estar más atado a su pensamiento, que era avanzado para su tiempo, pero lastrado por algunas cosas.
Excelente también la contextualización.
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