domingo, 19 de enero de 2020

Núm. 219 Diario de tierras baldías

Muchos de los poemas de Juan José Calvo Pérez no tienen ni puntos ni comas. Solo la marca de final de verso, el salto de carro, parece querer indicarnos que hay que pararse un momento antes de seguir. Frases independientes, con inicial mayúscula, tal como marcaban los cánones antiguos para el verso, y que nos obligan, o mejor nos permiten, hacer propios esos versos cuando los leemos, interiorizándolos, y respirar a nuestro ritmo, porque a poco de empezar a leer nos damos cuenta de que sus versos son también nuestros.

Muro de la iglesia de Revilla, Quintana del Pidio al fondo


Adentrarse en las tierras baldías resulta fácil, al menos para aquellos que hemos nacido en ellas, porque enseguida se hacen tremendamente reconocibles.

Sauces, chopos, robles, encinas... salvia, tomillo, romero... espigas, algún rebaño... y las viñas.

Quizás convenga ir de un tirón hasta el final, avanzar casi sin respirar, y allí,
solo bajo el salce
Con un gintonic en la mano 
leyendo las explicaciones de cómo han nacido esos versos, volvamos hacia atrás para darnos cuenta de por qué es posible sentirse totalmente acompañado por el amigo en la soledad de los terrenos baldíos.
Volviste a los caminos
Caminos de tu infancia
La ermita de San Juan
El roble del Olmedo
Las ruinas de Santa María de Revilla
El río Gromejón y sus molinos.
Conducidos por la palabra, precisa, justa, tan justa que a veces se nos hace escasa, volvemos no solo a recorrer los caminos, sino a revivir las historias que en ellos ocurrieron.

Caminos que se bifurcan en un paisaje de ribera: cereal, viñas y algunos árbolessi

Estremece volver a subir otra vez hasta el páramo, allí donde las puestas de sol nos ofrecen la más maravillosa película que pueda filmarse en los días de julio, y sentir cómo el silencio de la noche y la sombra de las encinas avanza, nos envuelve, y bajo las estrellas y «el camino sereno trazado por la Vía Láctea» volver a sentir un tremendo escalofrío al vivir aquello que vivimos muchos años atrás.
¡Despertad a las encinas y a los robles!
¡Despertad a las jaras y al tomillo!  
La historia de julio termina con un deseo implacable, necesario:
 Y que no cese el canto profundo de las cigarras.

Foto en blanco y negro. Al fondo las ruinas de la iglesia de Revilla


Vuelvo al principio, vuelvo a Santa María de Revilla, que tantos recuerdos nos trae y que tan bien resume lo que sentimos cuando visitamos esas piedras, milagrosamente salvadas:
Son las piedras de la aldea despoblada.
Piedras de pajares y corrales,
bodegas y establos,
de la iglesia y los hogares.

En mitad de la ladera, con una vegetación pobre y sin árboles, se abren las puertas de las bodegas sin ninguna


* * * * *

Diario de tierras baldías
Autor: Juan José Calvo Pérez
Diseño de la portada y contraportada: Rodrigo Sanjurjo Añibarro, con fotos de Rafael de la Sota Cuesta.
Letrame Editorial
Septiembre, 2019.
ISBN: 978-84-17990-86-2

sábado, 11 de enero de 2020

Núm. 218. España invertebrada

En 1921, el filósofo José Ortega y Gasset, en la plenitud de su carrera, publica, reunidos en un volumen, los artículos que sobre la situación política de España habían aparecido con anterioridad en la prensa, estamos ante España invertebrada.

La primera impresión, al empezar a leerlos, o incluso releerlos, cien años después, es que Ortega está describiendo la situación actual, que hay demasiadas coincidencias entre aquella España que se va desprendiendo de trozos poco a poco, y está, en la que si no se ha desmembrado aún más, es porque una serie de circunstancias han retrasado lo que parece inevitable, que de aquí a otros cien años, España, como ente político, como estado, e incluso como nación, se haya volatilizado. 
1500 map by Juan de la Cosa-North up
Mapa de Juan de la Cosa (1500)
Sin embargo, no nos engañemos, Ortega no tenía el don de la clarividencia ni de la premonición, y los cien años que han transcurrido desde aquella publicación no han pasado en balde. 

En 1921, la I Gran Guerra, con lo que eso supuso en el mapa político de Europa, estaba aún muy reciente, pero tras ella vendría una segunda, y entre medias nuestra Guerra Civil, considerada por algunos analistas un ensayo de esa II Guerra Mundial. Otras guerras, la de Corea, la de Vietnam, sin contar las muchas pequeñas, pero no menos sangrientas, para que antes de que terminara el siglo todavía asistiéramos en directo, porque ahora las guerras se retransmiten por televisión, a las de Oriente Medio y a la de los Balcanes, con el consiguiente cambio, una vez más, en el mapa político. Tampoco nos olvidemos, por favor, de toda la descolonización de África, que nos dejó un mapa irreconocible para aquellos que fuimos escolares hace bastantes años.

En paralelo, las propias naciones, empezaron a darse cuenta de que era necesario unirse, y si las primeras organizaciones supranacionales tuvieron un carácter comercial o meramente económico, pronto transcendieron esos límites y pasaron a ocuparse de otras áreas como la sanidad, el trabajo... ¡y claro está la política!, sin olvidarnos otra vez de la guerra, aunque camuflada bajo conceptos como seguridad o defensa.

En el siglo XXI, mientras un país como Turquía plantea su entrada en la Unión Europea, otro, Gran Bretaña, decide salirse, no sin sobresaltos. En un ámbito más a la mano, Aranda se anexiona La Aguilera, pero Tres Cantos logra su independencia de Colmenar. En fin, el mapa político a pequeña y gran escala, sigue cambiando todos los días.

Leyendo a Ortega, parece como si las naciones, o a lo mejor deberíamos hablar de imperios —sean lo que sean unas y otros— estuvieran condenados a desmembrarse, primero por la periferia, luego más para adentro y al final, ¿cómo va a extrañarnos que León no quiera saber nada de Castilla, si ese es su sino?

Seguimos avanzando páginas, y pronto sabemos que esas grandes naciones se formaron gracias a la conquista e imposición soberana de los poderosos sobre los otros. ¿Qué ha de extrañarnos, entonces, que primero las colonias americanas quieran sacudirse el yugo y luego vayan en cascada todos los demás trocitos del territorio? ¿Dónde está el límite? ¿En los antiguos reinos?, ¿en las regiones, que parecen algo natural, pero no tanto?, ¿en las provincias, que no dejan de ser un artificio?, ¿en los municipios?, ¿en mi barrio?...

A algunos, quizá los más, parecen unirlos aquellos yugos que en otro tiempo impusieron reyes y señores, a otros los unen o separan los accidentes geográficos, otros se sienten hermanados por la lengua: «Mi patria es mi lengua», no olvidemos a Pessoa. Para cada uno, sus razones para unirse o separarse son perfectamente legítimas.

Lo que parece claro hoy, y debería haber empezado a estar claro hace cien años, al menos para Ortega, es que dejando aparte los poderes absolutos, monárquicos o dictatoriales, nacidos gracias a Dios o a la fuerza, es que si las personas se juntan con otras para formas pueblos, y estos con otros, y así sucesivamente hasta llegar a donde queramos, es porque están convencidos de que juntos, o en su caso separados, van a estar mejor, van a obtener más ventajas materiales, respecto a la situación anterior. Aunque esté muy mediatizada por los poderes fácticos, todas esas organizaciones no dejan de ser la expresión de una voluntad soberana de los individuos que las forman, salvando, ya digo, las dictaduras de todo tipo.

No obstante, de eso no habla Ortega, para el que las naciones siguen siendo unos entes que existen por derecho natural y que han crecido gracias al hacer de los prohombres de varias generaciones. Y aquí viene lo bonito del tema, si hay naciones, grandes o pequeñas, es gracias a los varones, porque en la enumeración de grandes no hay ni una sola mujer, por otro lado tan necesarias para que haya hombres. Pues bien, ni tan siquiera en esa función tan tradicional de la maternidad, sin la cual el mundo se habría acabado hace mucho, y ningún prohombre hubiera hecho nada, Ortega se acuerda de las mujeres. 

¡Nos nos extrañemos! «El hombre inteligente siente un poco de repugnancia por la mujer talentuda», es frase atribuida a este pensador, que viene a adherirse a la corriente de la época en la que a la mujer solo se le permitía la veleidad intelectual de hacer de florero y escribir alguna poesía, a poder ser ñoña. ¡Cómo iban a pensar las mujeres en formar pueblos o naciones! Y si por casualidad destacaban, se las mandaba inmediatamente al rincón más oscuro de la cocina, que la mujer y la sartén, en la cocina están bien.

Si este modo de pensar y de actuar, podría haber sido disculpable, dado el ambiente de la época, en otros estamentos, desde luego es imperdonable en un intelectual de la talla de Ortega, al que se le supone la capacidad de estar por encima del pensamiento común, de mirar más allá, pero lamentablemente no es así, y nos deja ese regusto de faltar algo en su claro pensamiento.

Habla Ortega de sectores estancos dentro de la sociedad, de lo poco que se interesan los de arriba por los de abajo, y al revés, los de un gremio por los del otro, los hombres por las mujeres, añadiríamos nosotros, y las mujeres siguen sin estar. Quizá el problema más sea de falta de medios para comunicarse entre esos sectores, que de falta de voluntad. Faltaban algunos años para que los grandes medios de comunicación, el cine, la televisión, por no hablar de Internet, nos dieran esa oportunidad. El saber aprovecharla o dejarnos llevar es otra cuestión.

No obstante, en los años en los que Ortega escribía estos artículos sobre España, hubo una clase que intentó romper estas barreras, y no fue otra que la clase obrera, con el gran esfuerzo para que una educación básica, que permitiera la lectura de un periódico, o si se quiere de un pasquín, pudiera ser asequible a cualquiera, un gran esfuerzo porque las ideas circularan.

Como ejemplo de compartimentos estancos, Ortega se va nada más y nada menos que al estamento militar, poniéndose, eso sí, el parche antes que la herida, pues prevé que se le van a echar encima no sé si los pacifistas o simplemente los antimilitaristas. Los militares deben estar entrenados, necesitan de las guerras, viene a decir.

En 1921, cuando salía a la luz la España invertebrada, el ejército español sufrió la gran derrota de Annual. Los muertos, como siempre, los puso el pueblo, mientras los prohombres, los grandes pensadores, seguían filosofando.

Cadáveres de la Guerra del Rif 1922 - 2


En 1978, Soledad Ortega Spottorno crea la Fundación Ortega y Gasset y en 1980 se hace cargo de la dirección de la Revista de Occidente, que había fundado su padre en 1923. 

A pesar de los años, hoy, bajo la dirección de José Varela, hijo de Soledad, la revista no envejece mal, y continúa siendo una referencia en el ámbito cultural.

Devolvamos, pues, la España invertebrada al anaquel del siglo pasado, que es el lugar que le pertenece.  

Colaboración para el club de lectura La Acequia.

domingo, 5 de enero de 2020

Núm, 217. Zazuar, entre agua y vino (y II)

En la primera parte de nuestra visita a Zazuar, habíamos dejado la fuente la fuente en la plaza, que data de los años veinte del siglo XX, pero antes de que el agua saludable llegara canalizada al centro del pueblo, los zazuarinos se surtían de cinco pozos, de los cuales aún se conservan tres, con agua y en excelentes condiciones.



El primero nos lo encontramos muy cerca de la plaza, es el pozo llamado de La Villa. En otro tiempo no estaba descubierto, sino que contaba con un cabañón o túnel de entrada —similar a los que dan entrada a las bodegas para salvar el desnivel desde lo alto de la calle. Hoy ese acceso ha desaparecido y lo que se muestra al visitante es un pozo con su brocal como los que estamos acostumbrados a ver.

El segundo de los pozos, en medio de una plazuela, el de la Cuesta, ha sido sustituido por un jardincillo y una pequeña fuente ornamental que da agua cuando pasan las procesiones por delante de ella.

En medio de otra plazoleta —Zazuar tiene varias que invitan a pararse y mirar en derredor— nos encontramos otro jardincillo con una encima y una sencilla cruz de madera junto a ella. Allí hubo otro pozo, accionado por bomba, pero lo más interesante es que la cruz recuerda que en el siglo XVII Zazuar sufrió una peste, y para contenerla, sus habitantes plantaron una cruz junto al pozo, con lo que la enfermedad se detuvo allí; la cruz se ha ido renovando en recuerdo de aquel hecho. 

Nos hallamos en el barrio de La Encina, y allí junto a alguna casa de estilo tradicional que todavía puede observarse, podemos encontrar también el antiguo hospital, que daba alojamiento a los que iban de paso. Con un escudo papal en su parte alta, todavía conserva varios vestigios de que fue una casa señorial y de importancia. La desamortización y el pasar de mano en mano fueron arruinándola poco a poco, y hoy solo quedan vestigios de lo que fue, la piedra es duradera.




encina y cruz


Siguiendo por las calles, podemos observar ya los primeros vestigios de que estamos en tierra de vino, pues todavía quedan en pie algunos lagares con su característico muro cargadero, que soportaba el peso de la viga, y que da a estas construcciones cierto aire de ermita; el portón del descargadero, situada a la altura del carro para que este pudiera acular y descargar fácilmente la uva, y por encima de ella, el madero de arromanar, de donde se colgaba romana y cesto. Es preciso explicar que el lagar solía ser compartido por varios propietarios y que la figura del arromanador era clave para distribuir el mosto tras el pisado entre sus propietarios.

imagen de lagar con lo descrito en el texto

Carrehontoria —con ese prefijo toponímico, carre, tan propio de estas tierras— se muestra como un paseo con dos filas de árboles, además de otro pozo en pie, pero Agustín nos cuenta que hasta los vendavales de antes de Navidad había dos hermosos ejemplares de pinsapo, el uno lo tiró el viento, el otro hubo que talarlo al haber quedado gravemente dañado. En este paseo se encuentra el centro de salud y la farmacia. Nos dejaremos sin ver en esta visita el tercero de los pozos «en uso», el de las Tenerías.

Seguimos por la calle de Los Tercios, recordando que además de los de Flandes, los tercios eran un impuesto en especie que se pagaba a la Iglesia; vamos fijándonos  en algunos elementos de la arquitectura popular como la teja segoviana que cubre algunos tejados.
Cerro cubierto de yerba verde, puerta de bodega en primer plano, al fondo la torre de la iglesia y se adivina el pino mayo
Barrio de las bodegas, la torre de la iglesia y el pino mayo al fondo (mayo de 2008)
 
Llegamos así al barrio de las bodegas, un lugar único, realmente el más bonito y pintoresco de la Ribera, «con permiso de otros conjuntos ribereños», añade respetuoso Agustín. En otro tiempo, cualquier excusa era buena para comer un mordisco en ellas y juntarse con la gente del pueblo, hoy su mayor actividad se concentra en el verano, cuando la gente se reúne allí para merendar y asar unas chuletas, o lo que sale. 

Inscripción en el dintel de la bodega: Año 1900 Carlos Herrero
Algunas bodegas conservan en sus dinteles en piedra el nombre de sus propietarios

Durante todo el año, todavía un grupillo de aficionados, mayormente señoras con una edad, practican el bolo ribereño en una pista hecha ex profeso, realmente un lujo para el pueblo.

entradas a las bodegas y el caserío al fondo


Proporcionan al conjunto sombra unos cuantos árboles del paraíso, árbol muy poco de estas tierras, pero que sin embargo, ha sabido aclimatarse perfectamente al terreno, al menos al terreno del barrio de las bodegas.

Cada bodega tiene su nombre, puesto en unos carteles en hierro negro. En la visita no podía faltar la bajada a una bodega, alumbrándonos no con un candil de carburo, ni con una vela de rollo, sino con la linterna del móvil, que para eso somos modernos. A los pocos escalones, hasta donde se podía bajar sin luz, nos encontramos a la izquierda, a la altura de la mano, la buquera o boquera, donde se depositaba la vela y el jarro. Bajar a una bodega siempre merece la pena, aunque haya que ir con cuidado en los escalones. Abajo ya no duerme el vino y solo queden restos de viejas cubas y algún tino, pero siempre es interesante admirar estas galerías, escavadas a pico y pala, y protegidas con sólidos arcos de piedra, verdaderas obras de ingeniería y construcción.

De nuevo al aire libre, subimos hasta la iglesia. Construida sobre una iglesia románica anterior, de las que apenas queda un pequeño testimonio junto a la puerta, por fuera se muestra sólida, pero sin elementos ornamentales que destaquen. En el interior lo que sorprende a primera vista es la vistosidad de sus altares barrocos distribuidos por la nave de la iglesia. Todos ellos han sido restaurados gracias a las aportaciones de los feligreses o de la gente del pueblo. Construida en dos fases, tiene planta de salón. La primera tenía dos naves y fue construida en estilo gótico; en la segunda fase se amplió por el lado norte y por la cabecera, construyéndose en estilo barroco y cubriéndose el crucero por una gran cúpula.

En la cabecera encontramos el altar mayor, renacentista, el único que espera restauración, con la imagen del patrón, san Andrés, presidiéndolo. Lo rodean distintos santos y padres de la Iglesia. 

Imagen de san Vitores de cuerpo entero con la palma del martirio y un gran cuchillo clavado en la garganta


En un lateral, al lado del presbiterio, está la imagen de santa Isabel. Como curiosidad dentro de las imágenes de este templo hay que señalar, un san José con el Niño en brazos, un retablo con distintas escenas sobre la vida y martirio de santa Bárbara. Una imagen de san Vitores en trance de ser decapitado es también otra de las curiosidades, ya que a este santo, la tradición lo representa llevando la cabeza en el brazo sin dejar de predicar. Esta imagen lo representa justo en el momento anterior. Un Cristo de transición del románico al gótico, probablemente proveniente de la iglesia primitiva preside uno de los altares laterales.

La imagen de san Roque, en traje de peregrino, no es originaria de la iglesia, sino de una primitiva ermita dedicada al santo, arruinada hace tiempo.


No podemos abandonar el templo sin admirar la sencilla y elegante pila bautismal de la Edad Media, situada a los pies de la nave central. Por fortuna todavía nacen algunos niños en Zazuar, por lo que la pila sigue en uso.

Pila bautismal

Llevamos dos horas largas de visita, que se nos han pasado en un verbo, pero la visita no ha terminado aún. Se nota que los voluntarios ribereños de ¿Te enseño mi pueblo? no tienen prisa. Todos coincidimos en que le ponen cariño e interés en esto de explicarte su pueblo y de contarte los pequeños secretos.

Visitamos por último un lagar donde aún se conserva una viga de dimensiones realmente impresionantes, ¡qué lástima que no haya salido la foto! Allí nos esperan unas botellas de Ribera, en este caso cortesía de la cooperativa del pueblo, Vegazar, con el que brindamos por el éxito de este programa. La cooperativa fue fundada hace cincuenta años por Ruperto Sanz Causín.

Ha sido un placer compartir esta visita con los miembros de la Asociación de Vecinos Allendeduero de Aranda, que han aportado interesantes datos, y tener a Agustín como cicerone. Da gusto poner en común nuestros conocimientos sobre la Ribera.
¡Hasta el próximo pueblo!

Nota: Agradezco a Agustín y a Marta, la otra riberizadora de Zazuar, la corrección de los errores del primer escrito, y alguna nota interesante más.

Núm. 216. Zazuar, entre agua y vino (I)

Había estado en Zazuar varias veces, de hecho algunas de las fotos que ilustran este texto datan de la primavera del 2008; pero sin duda, la visita realizada el pasado 28 de diciembre, guiada por Agustín, uno de los riberizadores, fue distinta. El que alguien del pueblo, alguien que vive en el pueblo, y aún más, alguien que vive el pueblo, te enseñe el pueblo no tiene precio.

soportal de una casa con un belén de cartón


He llegado a la plaza, punto de encuentro, unos minutos antes, y ello me permite contemplar a mis anchas un simpático belén que encuentro en el soportal de una casa. Luego, Agustín nos explicará que es una casa particular, porque en la plaza de Zazuar no hay soportales, no hay edificios destacados, no hay ayuntamiento, no hay iglesia, no hay bar.... A Agustín le gusta la uniformidad arquitectónica, yo estoy a punto de discrepar, porque la visita de ciertos pueblos, sujetos a rígidas normas urbanísticas para darles aspecto «rural», termina por parecerme que estoy en un parque temático y no en un pueblo real. Y de hecho tan fea no me debió parecer esa plaza cuando la fotografié en 2008. Poco o nada ha cambiado desde entonces.

plaza de Zazuar con el rollo en el centro
En medio de la plaza destaca el rollo jurisdiccional, muy maltratado, tanto por las inclemencias del tiempo como por los humanos, es un rollo sencillo sin grandes alardes, que data del siglo XVII; y a un lado de la plaza, el otro elemento importante en la vida de un pueblo: la fuente.

Fuente con dos caños y dos piloncillos uno a espaldas del otro
La construyeron, como otras muchas fuentes en la Ribera, en los años veinte del siglo pasado. Hasta entonces los pueblos se surtían de pozos, pero el agua de ellos no era del todo saludable, por lo que en aquellos años se emprendieron una serie de obras para llevar al centro de los pueblos agua sanitariamente más adecuada para el consumo, captada en manantiales de los alrededores. La de Zazuar llega desde un manantial situado en el monte. Durante muchos años fue el centro del pueblo y seguro que casi todo zazuarino guarda en su memoria alguna anécdota ocurrida alrededor de ella. 

A los habitantes de Zazuar se los conoce como escoberos, porque en otro tiempo fabricaban las escobas que barrían las eras para todos los pueblos de alrededor. Así lo recordaba un alumno de El Empecinado en la revista escolar por los años 90:
Treinta talleres de escobas
trabajan con mucho esmero,
por eso a Zazuar le llaman
como apodo el escobero.
De lo que no cabe duda es de que Zazuar es un pueblo «con vidilla», según expresión de Agustín: tiene dos bares, tienda, varias casas rurales, farmacia, v médico todos los días... Algunos de los integrantes del grupo, que pertenecen a una asociación vecinal de Aranda, comentan que de los pueblos de alrededor vienen a almorzar y a comprar a Zazuar. También se nos desvelará al final de la visita que estamos en el pueblo de la Ribera que cuenta con los mejores pinchos los domingos, pero no nos adelantemos, que todo llegará, incluido el vino.

Zazuar fue pueblo importante, con gente de perrillas que se hizo buenas casas allá en las primeras décadas del siglo pasado. Buenas muestras se pueden ver a lo largo de la carretera: son casas recias, de buenas fachadas de balcones enmarcados por molduras, artísticamente decorados, de piedra o con enfoscados que han resistido el paso del tiempo, la rejería de balcones y ventanas es igualmente importante. En casi todos los balcones aparece el año y en algunos casos el nombre del propietario.

casas de la burguesía zazuarina a lo largo de la carretera

Pero sin lugar a dudas lo que más llama la atención en las fachadas de Zazuar es el retrato de un constructor colocado en una de ellas, como original escudo. El constructor porta como «armas» sus herramientas de trabajo entre las manos. 
Imagen del constructor con la leyenda: Amo y construztor (sic) de dichas obras. Carlos Bueno 1932aamo y construcFachada del constructot

Otros hombres importantes dejaron su huella, muchas veces material, en Zazuar, como por ejemplo el general Sanz Pastor, uno de los héroes de Cuba, que alcanzó en pocos años el mayor grado militar y fue condecorado con la Laureada de San Fernando. Hoy tiene dedicada en su pueblo una de las calles principales.

También se hace necesario mencionar a Ruperto Sanz, hombre de negocios que se aventuró primero en América con la exportación del mineral, y más tarde en España, en la explotación de las minas de Villamanín y la exportación del mineral a través del puerto de Pajares, con salida al Musel. Más tarde fundó la Caja de Ahorros de León.

Al final de la calle, ya en la carretera, nos encontramos con el imponente edificio de las escuelas «¡Fíjate, qué escuela!», se oye entre los visitantes, donación de Ruperto Sanz Langa, cuya efigie está sobre la puerta principal. En los años treinta —cuenta Agustín— llegó a albergar a doscientos niños, cuando Zazuar contaba unos mil habitantes. Los niños acuden hoy a Peñaranda al C. R. A. Diego Marín, y el edificio de las escuelas se destina a salón social multiusos y a viviendas de alquiler.

vista en diagonal del edificio de las escuelas


Damos un «hasta luego» a los zazuarinos ilustres y volvemos sobre nuestros pasos tras las huellas del agua y del vino, no sin antes habernos asomado a la vega del Arandilla y otear el monte del otro lado del río.