martes, 18 de junio de 2013

Número 33: No es por amor al chancho


En el tercer aniversario de la muerte de José Saramago, he vuelto a recordar la lucidez  y sencillez con la que describía la vida en el campo, en su discurso de aceptación del premio Nobel.

El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía ni leer ni escribir.

A continuación describía como nadie, cómo sus abuelos cuidaban los lechones de morir ateridos ante los rigores del invierno:

En el invierno, cuando el frío de la noche apretaba hasta el punto de que el agua de los cántaros se helaba dentro de la casa, recogían de las pocilgas a los lechones más débiles y se los llevaban a su cama. Debajo de las mantas ásperas, el calor de los humanos libraba a los animalillos de una muerte cierta. Aunque fuera gente de buen carácter, no era por primores de alma compasiva por lo que los dos viejos procedían así: lo que les preocupaba, sin sentimentalismos ni retóricas, era proteger su pan de cada día, con la naturalidad de quien, para mantener la vida, no aprendió a pensar mucho más de lo que es indispensable.

Sin sentimentalismos ni retóricas, porque ya lo dice el refrán, aunque tenga un sentido menos práctico y egoísta:
No es por amor al chancho, sino a los chicharrones.

Parrilla con distintos productos del cerdo


Referencias


Texto del discurso en español (El Mundo).

Discurso en portugués con la voz del propio Saramago (Organización Nobel).

Texto en inglés (Organización Nobel).

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