domingo, 21 de noviembre de 2021

Núm. 255. Don Perlimplín (y III). La puesta en escena

El teatro, más que para leído, es para representado. 

Hay excepciones, claro. Todavía recuerdo cuando en mis últimos años de colegio -mis monjas eran muy amantes del teatro y nos hacían representar- se puso de moda el teatro leído: una mesa alargada en el escenario, y tras ella, y frente a los espectadores, que aquí deberíamos llamar oyentes, tres o cuatro personas se repartían y leían los distintos papeles, procurando poner énfasis y emociones a las palabras que tenían delante. Sí, como en el teatro radiofónico, que tanto éxito tuvo. Recuerdo que leímos un par de obras de Casona, La daba del alba y La tercera palabra. Tras su estancia en el exilio, Casona había vuelto a España con éxito, pero se le consideraba conservador y guardador de ciertas esencias. y por lo tanto, muy adecuado para transmitir valores en un colegio religioso.

Farol en primer plano y en penumbra. Jardín con fuente al fondon

 

El teatro es el teatro, y no solo es texto, podemos sumarle interpretación y emoción; pero sin desmerecer nada ni a nadie, donde esté la representación encima de un escenario, aunque sea con ayuda de cuatro trapos...

Lo de los «cuatro trapos» me recuerda a aquellas compañías de teatro independiente que en la transición nos hacían vibrar con dos trastos y cuatro trapos sobre unas pocas tablas; quizás aquellos teatros de la República, aquellas barracas no contaban con muchos elementos más, pero ¡cuánta cultura y cuánto entretenimientos llevaron a todos los rincones! 

Una de las cosas que llama la atención en Amor de Don Perlimplín es la cantidad de acotaciones, como si Lorca hubiera querido cortar la posible creatividad del director -sabemos que en el estreno fueron Pura Ucelay y él los que asumieron esa tarea- y hasta el mínimo detalle está puesto por escrito.

Se nos describe paso a paso cómo son las estancias donde va a transcurrir la obra, el balcón, el jardín, la vestimenta, tan importante en la caracterización de los personajes... 

La estancia está pintada de verde -verde, que te quiero verde- y los muebles son negros: un jardín dentro de otro jardín. Don Perlimplín lleva también casaca verde y peluca blanca con bucles; Marcolfa el vestido de rayas de las criadas; la madre, que aparecerá más tarde, con abundantes «pájaros, cintas y abalorios»; y frente a tanto barroquismo, Belisa, en el balcón, deberá aparecer «semidesnuda».

¡Ay, la censura y la autocensura! ¿Cómo apareció al final Belisa en aquel estreno? ¿Cuánto vistieron y desvistieron a la pobre Belisa¿ ¿Cómo de desnuda iba en los años treinta una actriz semidesnuda

El detalle no es baladí.

Belisa está en casa con poca ropa, y no parece importarle asomarse al balcón, donde puede contemplarla a placer su vecino y pretendiente don Perlimplín. Este, sin embargo, no parece reparar en su cuerpo, hasta que ¡oh, sorpresa!, ¡mira por el ojo de la cerradura! ¡Lo prohibido enamora a don Perlimplín!

La descripción del atuendo de Belisa para la noche de bodas no tiene desperdicio:

(Aparece BELISA vestida con un gran traje de dormir lleno de encajes. Una cofia inmensa le cubre la cabeza y lanza una cascada de puntillas y entredoses hasta sus pies. Lleva el pelo suelto y los brazos desnudos.)
Entre tanta puntilla, dos elementos marcan lo erótico de la escena: el pelo y la desnudez de los brazos.

Todas y cada una de las acotaciones que marcan el tono en que deben decirse los parlamentos están marcadas: llorando, fastidiada, cogiéndose el pelo y echándoselo para adelante, enérgica, intrigado...  

Y luego está la música. ¿Podemos separar a Lorca de su piano?

Un Federico enérgico y suave, autor y director escénico, pone ambiente en los ensayos, y quizás también en el estreno. 

Podríamos elegir cualquiera de las piezas clásicas que nos ofrece Youtube, pero quedémonos con la creación reciente de un tema popular de Gabriel Calvo y su Folklorquiando.


(Extrañada y en otro mundo)...

... a la mente de Belisa llegan recuerdos de viejas canciones, pero...

(Suenan campanas)
Comentario para el club de lectura La Acequia.

4 comentarios:

Berta Martín Delaparte dijo...

Un placer leer tu crónica literaria.

Un abrazo.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Qué buen análisis, Carmen. En efecto, no es baladí que aparezca semidesnuda frente a la moral conservadora del público. Más si se hace con un lenguaje infantil y aparentemente ingenuo.
En cuanto a las acotaciones, hay que contextualizarlo: Lorca no se fiaba de los directores de escena de su tiempo, por eso quiso dejarlo todo bien escrito. Entre otras cosas, porque ni sabía si podría llevarse al escenario.
Siento el teatro teatro en escena, hay un formato que me gusta cada vez más: el de la lectura dramatizada, que no es ya la lecturas de tu colegio de monjas.

Ele Bergón dijo...

Recuerdo el teatro leído de aquella época.
Es verdad que en lo popular está la esencia. Lorca lo sabía y tú tambien. No en vano eres paremióloga.
Besos

Sor Austringiliana dijo...

Belisa deja caer sus puntillas y entredoses en cascada y Perlimplín se enamora de su cuerpo, no de su alma. No es baladí...
A mis alumnas adultas les gustaba mucho el teatro leído, yo disfrutaba...
Un placer entrar aquí. Besos.