lunes, 8 de febrero de 2021

Núm. 243. Inés del alma mía

 

En una breve introducción de media página a su novela, Isabel Allende declara que pretende traer al presente hechos olvidados durante cuatrocientos años por los historiadores. Hablamos de la conquista de Chile, pero sobre todo de la figura de Inés Suárez, como apunta el título, aunque pueda pasar desapercibida y ser confundido su nombre de pila con un onomástico más.

A renglón seguido añade Allende:

En estas página narro los hechos tal como fueron documentados. Me limité a hilarlos con un ejercicio mínimo de imaginación.

La documentación aparece al final del libro por consejo de su agente. Si no fuera por ese consejo, igual nos habríamos perdido que la autora pasó cuatro años de su vida leyendo obras de todo tipo, y dadas sus palabras previas, esas de que se refiere a hechos no convenientemente historiografiados, entresacando entre páginas y páginas aquellos escuetos datos con los que armar una historia. Probablemente, si se lo hubiera propuesto desde el principio, podría haber realizado una tesis, o por lo menos un ensayo bien documentado de bastantes páginas, pero obviamente prefirió llegar al gran público y dar a conocer la figura de esta mujer, fundamental en la historia del Chile hispánico, porque las novelas llegan a más gente y los ensayos son difíciles de leer. 

No es la única vez que se da este hecho, y todavía recuerdo una famosa novela sobre los nazaríes, que dejé a mitad, precisamente, porque pensé entonces, y sigo pensando, que una novela te permite todas las licencias que tú quieras, algo que es pecado mortal en otros géneros. Ello no le quita valor a las novelas, como no se les quita a los cantares de gesta, a las películas o a los cómics que narran hechos históricos, pero no hay que perder de vista que por muy fiel que haya sido la autora a los datos encontrados, estamos ante una novela, no ante un libro de historia.

En este contexto fue más que bien recibida la exposición No fueron solos, que en 2012 organizó el Museo Naval. Rigurosa y bien documentada, supimos a través de ella que las mujeres habían estado allí desde el principio. No recuerdo que el hito se haya repetido, abundando en el tema, lamentablemente.

Recuerdo también que más o menos al mismo tiempo, asistí a la charla de un prestigioso y prolífico escritor, que ha cultivado todos los géneros, sobre una de sus novelas de orientación juvenil que hablaba sobre la conquista de América. No mencionó en su exposición en ningún momento a las mujeres, por lo que le hice la pregunta directamente en el coloquio: «Lea la novela», vino a ser su respuesta, con lo que me terminó de convencer, no solo de no leerla, sino de tacharlo a él de la lista de posibles. 

Volvamos al lío. Si la historiografía oficial se ha ocupado poco del papel de las mujeres en la historia, ¿por qué no novelar sobre ellas?

Inés de Suárez blandiendo la espada en el centro de la escena bélica

En el siglo XIX, el pintor José Mercedes Ortega retrató a la hermosa Inés dirigiendo, espada en mano y melena al viento, la defensa de la recién fundada Santiago. Pedro de Valdivia, el gobernador y amante de Inés, había caído en la trampa tendida por los mapuche y había abandonado la ciudad, marchando con el grueso de soldados a sofocar una revuelta inexistente. La endeble ciudad desguarnecida tuvo que hacer frente al numeroso ataque de los indígenas; algunos fueron apresados e Inés no dudó en darles un castigo ejemplar cortando ella misma sus cabezas. El pintor decimonónico no se atrevió a tanto, dos cabezas ya se muestran sobre las picas, pero tanto Allende como los recreadores de su historia para la televisión no dudan en darnos detalles. No, no he llegado a ver la serie, que ha recibido desde enardecidos elogios a duras críticas, pero ya se encargaron los publicistas de mostrarnos una y mil veces el rostro de Inés teñido por la sangre enemiga, tal como nos lo describe Allende, que no ahorra detalles truculentos.

Suponemos que los cronistas que acompañaron a Valdivia en su aventura chilena dejarían algo escrito sobre ello, y la leyenda se encargó de agrandarlo. 

Quizá el episodio más sorprendente en la vida de Inés Suárez no sea ese, sino el de encontrar agua en pleno desierto de Atacama cuando toda la expedición estaba a punto de perecer. Por lo visto el farol que se marcó ante Pizarro de que era capaz de encontrar agua en los sitios más difíciles, para que la dejara acompañar a su amante, algo tenía de cierto, y el lugar donde apareció agua tras ahondar apenas un metro en la arena se conoce todavía como la Aguada Inés Suárez. Algo tendría aquella agua cuando la bautizaron para la posteridad con ese nombre.

 

Alien Atacama 

Según el relato de Allende, y lo más probable es que así fuera, Inés Suárez no fue la única mujer en atravesar aquel terrible desierto. La acompañaban sus criadas, fieles indias bautizadas que conservaban intacta la sabiduría ancestral de aquella tierra, y Cecilia, una princesa inca casada con un español, que como toda princesa bien podría haber sido capaz de notar la rozadura de un garbanzo colocado bajo siete colchones, pero también de tejer toda una red de informadores al servicio de los conquistadores. Y como en todo ejército que se precie, se deja constancia de que van trabajadores, los yanaconas, y entre ellos suficientes mujeres capaces de servir las necesidades de los hombres, que harto tienen con matar indígenas.

Volvamos ahora otra vez a la introducción en la que Allende se cura en salud, ante las posibles dudas de su relato:

Asimismo me he tomado la libertad de modernizar el castellano del siglo XVI para evitar el pánico entre mis posibles lectores.

Está claro que esto no es un ensayo, es una novela, una novela entretenida, bien escrita, que desciende en ocasiones a detalles domésticos en los que otras plumas no caen, es una novela para ser no solo leída, sino también vendida. ¡Enhorabuena!

Ahora bien, Allende no solo ha actualizado el lenguaje, ha actualizado también, probablemente sin querer queriendo, al personaje, porque Inés Suárez, a pesar de sus muchos años en América, sigue hablándonos desde su Plasencia natal, aunque sus últimos días transcurrieran en Santiago. Salvo algunos americanismos imprescindibles, la autora se ha dejado por el camino también todo aquello que podría llevarnos a aquella América o incluso a esta de entonces. ¿A qué público va destinada la novela? Mera anécdota, pero Ineś Suárez apenas utiliza refranes en lo que escribe, cuando sabemos lo abundantes que eran en la época, y probablemente los cultos incas, las indias Cecilia y Catalina, ya habrían dejado más de una muestra de su sabiduría ancestral.

firma de Ines Suarez 
 
Dos detalles más para terminar. Siempre he dicho que hay palabras, o detalles, que puestos en la narración te sacan literalmente de la época. Esos detalles son como esos relojes en la muñeca que se cuelan en las películas de romanos. En este caso me ha ocurrido en dos ocasiones.
 
La primera ha sido con la aparición de la gripe, no tanto con la aparición de la enfermedad, que más de un virus andaría suelto en el siglo XVI haciendo estragos, como la utilización de la propia palabra que tardó en aparecer en nuestra lengua. Sí, sí, ya sabemos que la autora avisa de que ha actualizado el lenguaje para no asustar, pero... La voz gripa, en uso en algunos países de América para la gripe, está documentada en un inventario de botica del siglo XVII, más asociada a un ungüento que a una enfermedad respiratoria. No fue hasta el siglo XIX cuando apareció la voz gripe conviviendo con grippe e influenza, entre otras.

La segunda ocasión nos lleva a las lecturas de Inés Suárez, que no eran otras que las de la escasa, pero reveladora, biblioteca de Pedro de Valdivia, el Amadís, el Cantar de Mío Cid y Enchiridion militiis christiani de Erasmo. Nada hay que objetar a la primera y a la tercera, de la cual ya circulaban ediciones en español, pero por muy guerrero que fuera Valdivia y por muy por modelo de valores que tuviera al de Vivar, no podía haber leído, y menos en letras de molde, el Cantar, pues por entonces solo era una copia manuscrita y olvidada en un convento cerca de Burgos. 

Pecadillos sin importancia, licencias poéticas, que bien se pueden perdonar cuando se trata de pasar el rato. Volver atrás en la historia olvidada ya es otro cantar.
 
Comentario para el club de lectura La Acequia.

3 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Indicas bien las virtudes y los defectos de la novela, que proceden del mismo lugar. Se trata de una novela para ser vendida.
Hubo mujeres desde el principio: peninsulares y nativas. La historiografía ha querido dejar el testimonio solo de aquellas que son miradas severamente, de las que son discutidas o de las que se denominan con ese término de "varonas", que tan elocuente es y define a quien lo usa.
Al menos, Isabel Allende supo poner de relieve lo que tantos habían olvidado.
Gracias por esta entrada.

Ele Bergón dijo...

Todavía me quedan por leer unas 120 páginas. Lectura ágil, pero a veces, siento cansancio de tantas calamidades y atrocidades, así como las violaciones de las mujeres indígenas, casi por costumbre. Ya sé que aquella época y lugar, era más bien la norma, pero... hiere mi sensibilidad.

Es muy interesante el episodio de la búsqueda del agua en pleno desierto por esta mujer Inés Suárez, así como su forma de ser y de estar.

Muy buena y completa entrada sobre este libro.

Besos

Sor Austringiliana dijo...

La novela es lo que es e Isabel Allende, o su documentalista, no estaba muy puesto en los cantares de gesta castellanos. Me ha gustado mucho que pillaras ese detalle golfo.
Los libros dejan un poso, a mí se me quedó la empatía con una mujer sola en un mundo desconocido e hipermasculino. Se me olvidaron pronto las hazañas bélicas, ay ese Láutaro traidor, y la relación tórrida con Valdivia y el que vino después.
Gracias por tu trabajo. Besos.