miércoles, 11 de mayo de 2016

Número 118. Cinco horas con Mario: quien tuvo y retuvo

Hace un par de semanas, ante unos tés, en la mesa de un bar de la Complutense, tres amigas hablábamos sobre las puestas en escena de Cinco horas con Mario y el personaje de Carmen Sotillo. Dos de nosotras estábamos más puestas en la materia, la tercera, más joven, asistía a la conversación como algo de tiempos pasados o no tanto. Salieron cosas interesantes y me gustó ver cómo mi amiga y yo, sin ponernos de acuerdo, coincidíamos en muchas apreciaciones, más allá de la consideración de si Lola Herrera había hecho una interpretación más franquista y lejana y Natalia Millán una Carmen más cercana.

Yo tenía bastante fresca en mi memoria la puesta en escena de hace pocos años, interpretada por Natalia Millán, y la serie de conferencias y trabajos que en torno a Delibes hicimos a raíz de su fallecimiento (12 de marzo del 2010). Aquella otra mítica Lola Herrera de finales de los 70 era un vago recuerdo en el tiempo. Mi amiga, por su parte, había tenido oportunidad de asistir a otras puestas en escena más modestas, pero no menos valiosas, en distintos ámbitos académicos y tenía muy fresco el personaje.

Repaso mentalmente mis notas, las que en su momento tomé para hablar ante los colegas de la AIP-IAP  (Tavira, noviembre del 2010) sobre la importancia de esta obra, no solo desde el punto de vista del uso de los refranes y el lenguaje coloquial, sino también del momento sociológico que nos tocó vivir en aquella España franquista en la que el concilio Vaticano II se asomaba tímidamente, amordazado por las voces mejorpensantes del momento.

Difícil de explicar a un público, donde abundan los colegas para los que la Biblia en la mesilla de los hoteles es algo habitual, que en aquellos años leer por nosotros mismos ese libro fundamental era algo prohibido a un católico, que siempre debía guiarse por la interpretación oficial de la Santa Madre Iglesia.

Difícil hablar de Carmen Sotillo y su significado sin caer en los tópicos: ¿Mujer franquista, reprimida, retrógada, egoísta, vanal? o ¿mujer simplemente?

Esa cita del propio Delibes, escrita pocos años después de la publicación, e incluida en su diario (Un año de mi vida, 1972) en la que el propio autor reconoce haber cargado las tintas en el personaje de Carmen. Más tarde Julián Marías abundaría en la idea de que ni Carmen era tan retro, ni Mario tan pretendidamente progre. Sencillamente, Delibes había sabido retratar como nadie una pareja del momento.

Sin embargo, para mí, más allá de las distintas lecturas que pudieran hacerse del personaje desde las diferentes ópticas, lo que había contribuido a su humanización fue sin duda la puesta en escena: Carmen se hizo carne, se hizo humana, en el cuerpo de Lola Herrera.

Caltel de la función del 2016 de Cinco Horas con Mario


Ahora una Lola Herrera, octogenaria pero atemporal, vuelve a subirse a los escenarios para recordarnos que Carmen es un personaje terriblemente actual, cuyos planteamientos en las relaciones con los hombres, podrían ser casi firmados por las más firmes feministas de hoy en día. Acierta la actriz cuando afirma que fue una obra hecha por mujeres, porque sin duda la visión de ellas, de Josefina Molina y de ella misma, fueron fundamentales en esta visión del personaje.

En este sentido incidieron también Josefina Molina y Natalia Millán en el coloquio que mantuvimos tras la representación a la que asistimos como parte del seminario de homenaje a Delibes en la Complutense. 

Una vivencia irrepetible, única, como cada representación teatral, como cada acto de literatura oral, la de volver al teatro Reina Victoria a volver a vibrar con esa Carmen que desgrana sus sentimientos en un lenguaje tremendamente coloquial.

Sobre un millar de expresiones pertenecientes al lenguaje coloquial son las que los especialistas han registrado en esta obra. En su versión teatral han tenido que ser lógicamente reducidas, pero oyéndolas, incluso con sus repeticiones, vamos viendo que no falta ni una, que están todas, quizá por previsibles, quizá porque hayamos pasado por ellas mil veces, pero que suenan en la voz de Lola Herrera siempre nuevas y siempre viejas, el hablar de esa mujer que las castellanas llevamos dentro.
Que se te iban las vistillas...Que aquí entre nos...Se lo vas a decir a un guardia...En resumidas cuentas...Una y no más, Santo Tomás...
No recuerdo de las otras veces qué refranes se seleccionaron para esta versión teatral, de la representación de ayer recuerdo dos, encadenados ahora, como en el mejor Sancho, aunque en la obra original aparezcan separados:
El que no llora no mama, el que tiene padrinos se bautiza.
No hace falta mucho más: un cajón en medio del escenario,  y una mujer, un cuerpo vertido de luto que va despojándose poco a poco de lo más íntimo. Y en este aspecto vuelvo a uno de esos detalles únicos e inolvidables, a la interpretación de Natalia Millán: ese quitarse las medias cara al público, tal como lo hacíamos las mujeres en los años sesenta, con cuidado, porque había que volver a ponérselas al día siguiente. 

Cartel de la función del 2010-2011 de Natalia Millan

4 comentarios:

Ele Bergón dijo...

Hola Carmen, he de decir que nunca he vista esta obra en teatro y sin embargo sí la he leído, cuando era joven. Recuerdo que me pareció una novela con una protagonista muy sumisa, encorsetada y que a la muerte del marido se liberaba ¡por fin! de todo.Por otro lado, creo que no acaba de entender a esta Carmen Sotillo,sus preocupaciones quedaban lejos de mi juventud. Sin embargo, la novela me gustó y me dejó huella. Quizás por eso hay en mí una reticencia a verla en teatro.

Gracias por tu comentario en mi blog, en la última entrada de Noche Lúgubres. No sé si a Cadalso, le hubiese gustado leerme, pero creo que a mí si me gustará leerle a él, en sus "Cartas marruecas". Otro libro pendiente al cesto.
Besos

La seña Carmen dijo...

Pues si alguna vez tienes ocasión, y ahora la obra en Madrid la han prorrogado hasta bien entrado junio, te aconsejo que no te pierdas la Carmen de carne y hueso.

Un libro muy interesante Cartas marruecas, cierto.

Abejita de la Vega dijo...

Para mí, la Carmen de Mario es una amiga de toda la vida, de una novela que no he leído ni una, ni dos, ni tres veces...a saber cuántas veces la he visitado. Nunca vi a Lola Herrera y me hubiera gustado, Carmen se hizo carne en ella. Delibes quiso retratar a una esposa convencional de los sesenta pero elevada al cubo, don Miguel lo reconoce. Las que yo conocí, mi madre o mis tías, nunca hubieran dicho a sus hijas que los libros servían para ponerlos en la cabeza y aprender a andar derechas. Ni hubieran regañado a sus maridos por charlar con un conserje. Ni por andar en bicicleta. Más cerca de la realidad está su afán de aparentar, mira que no comprarme un seiscientos...Mario es un hijo del Concilio que por aquí se quedó en misa en castellano y poco más.
Me hizo mucha gracia cuando leí tu entrada ayer porque yo estaba viendo a Lola Herrera en la televisión, la serie de Amar es para siempre. El personaje, una enfermera mayor, ayer se mareaba y estuvieron a punto de llamar al médico. Le dije a mi madre: claro, se tiene que morir o ponerse muy mala y desaparecer de la serie porque Lola es demasiado mayor para ira al teatro y a grabar la serie al mismo tiempo, demasiado trajín.
Tal vez quiera ser como Aurora Redondo a la que yo vi en escena con cien años cumplidos, en la comedia de Mihura Melocotón en almíbar. O necesita el calor del público o...las pelas.
Un abrazo, Carmen.

La seña Carmen dijo...

Pues yo sí que conocí aquí en Madrid a más de una Carmen Sotillo, de las que no animaban a estudiar a sus hijas, porque para qué: "la carrera de la mujer es casarse". Lo de hablar con bedeles o ir en bicicleta ya se me escapa, pero lo del "progre conciliar" se me escapa un poco menos, y no sé sin querer o queriendo, a don Miguel le salió un retrato que ni pintado.

Yo también he leído esa obra muchas veces, incluso en inglés :-), que tiene su mérito, y sobre los refranes y expresiones ya digo que fue todo un seminario.

En cuanto a Lola Herrera yo la vi estupenda, por ello he titulado mi entrada "Quien tuvo y retuvo". Algún fallejo va teniendo, pero ¿quién no?, y de verdad que parece atemporal, no representando la edad que tiene, sino eso, alguien sin edad. Las pelas no vienen mal nunca, pero a ciertas edades son incluso más necesarias.

En cuanto a su resistencia física... estuve en un encuentro con Nuria Espert hace unos pocos años, cuando estaba representando ella solita también un monólogo duro y declaró que su vida era: levantarse a mediodía, comer sobriamente, ir al teatro, tomar un tentenpié, hacer la función, y que al terminar un compañero literalmente la cogía, la llevaba en un coche a casa y la soltaba en la cama hasta el día siguiente. Tiene que ser duro, sí.