Nada más entrar a la finca, el ingeniero agrónomo que iba a ser nuestro guía en aquella visita nos explicó la diferencia entre un árbol y un olivo. De un árbol podíamos saber su edad contando los anillos, de un olivo jamás lo sabremos, porque los olivos se podan (se escamujan, según me informa María Ángeles Merino Moya), se injertan, reviven en otros nuevos. Un olivo puede alcanzar fácilmente la edad de 2000 años, porque si se sabe cuidar, un olivo técnicamente nunca muere.
Y de esta idea parte Icíar Bollaín en su último trabajo, llamado precisamente así, El olivo, para contarnos una bella historia llena de metáforas sobre nuestra sociedad.
En un pueblo como tantos de la costa mediterránea, una familia viene cultivando unos olivos desde tiempo inmemorial. De padres a hijos han aprendido a conservarlos, cómo injertarlos, cómo prolongarlos en el tiempo... El último eslabón de esa cadena son un abuelo y su nieta, una niña de ocho años que ve en el viejo olivo milenario un monstruo, con su boca, su nariz, sus ojos..., es un monstruo amable. Casi al mismo tiempo la generación intermedia intenta poner en marcha un negocio hostelero sacrificando ese mismo ejemplar y vendiéndoselo al mejor postor, que en este caso ofrece la nada despreciable cifra de 30 000 euros:
Os quedaréis sin olivo y sin dinero,
sentencia premonitorio el viejo.
Han pasado los años. Aquella niña, Alma, se ha convertido en una atractiva jovencita que se gana la vida en una granja de pollos, el viejo se ha hecho muy viejo, sumido en una profunda depresión que solo la nieta parece comprender y los negocios familiares que emprendieron con ilusión a cuenta del viejo olivo han fracasado como un producto más de la crisis.
En una situación límite en la que el viejo se ha negado a comer y el final parece próximo, Alma emprende una alocada aventura en busca del olivo milenario, ahora emblema de una multinacional energética radicada en Dusseldorf y que lo mantiene en su vestíbulo principal como una preciada joya natural.
No es todo oro lo que reluce, ni en esa ecológica compañía ni en el comportamiento de Alma hacia sus compañeros de aventura: Rafa, un amigo perdidamente enamorado de ella y su tío Alcachofa (Alca), un hombre fracasado que se agarra a la aventura de su sobrina como el último clavo ardiendo.
Por detrás un nada despreciable apoyo de activistas que se sirven de las redes sociales para su propósito, Skype, Whatsapp, Facebook...
Película con alma, emotiva y verosímil. A pesar de su improbable aventura, los protagonistas son muy reales, de carne y hueso, a los que sabríamos reconocer en el restaurante de cualquier área de servicio.
El olivo no es solo una película respetuosa con el medio ambiente y la tradición, también es sin lugar a dudas una película feminista en la que las relaciones entre hombres y mujeres se desarrollan en un plano de igualdad y respeto. Alma no es solo una chiquilla obligada prematuramente a madurar, Alma es toda una mujer y sus compañeros de aventura lo saben.
Película de denuncia social sin estridencias, que no se queda en la superficie ni en la anécdota, llega a las raíces de la crisis que atravesamos, social y económica: la corrupción, el ladrillo, la ruina de los negocios familiares, la filosofía de las grandes compañías, seguros, telefonía... Una reflexión sobre nuestro mundo, con una ventana, aparentemente insignificante, hacia un futuro en el que lo habremos «sabido hacer mejor».
2 comentarios:
Aunque no tengo mucho tiempo ahora, saqué un poquito para ir a verla y me encantó.
Creo que es una película que habla de las emociones, de lo que sentimos, de cómo nos comportamos y a mí me llegó por ese silencio que guardan todos los personajes cuando el dolor es tan fuerte que se le acaban las palabras.
Está muy bien interpretada y comparto contigo todos los valores que transmite la película y aunque es verdad que puede parecer un cuento inverosímil, está tan bien hecha que bien pudiera haber ocurrido en estos tiempos en los que estamos.
Nuestra tierra anda en una maravillosa primavera
Besos
Los olivos se escamujan y se les quita los zomizos o chupones que son las ramitas que crecen por la base. Lo aprendí de los campeños, de Campo Real. Que yo soy de tierra sin olivos y me manché en su día de morado, al echar mano a las aceitunas.
El olivo es un árbol que enamora. Qué pena me dio verlos cortar para levantar urbanizaciones.
Esa película tiene buena pinta.
Besos, Carmen.
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