Así, con esta fórmula cortés, no exenta de gracejo, comenzaba una curiosa carta de refranes que corría por las oficinas españolas a mediados del siglo XX. Hoy, con toda seguridad, correría de escritorio en escritorio virtual, a través del correo electrónico, o del Facebook, Whatsapp o incluso troceada a través de Twitter, pero en aquella época se copiaba a máquina, más o menos escrupulosamente, una y otra vez.
Recordaba haber visto esa carta rondando por casa, siendo yo muy pequeña. Quizá mi padre la trajo a casa para mostrársela a mi madre, o quizá para releerla de vez en cuando, y sonreír a media oreja ante el ingenio de algunos, que juntando un refrán tras otro habían conseguido hilar más de un párrafo con sentido.
Cuando empecé a dedicarme más o menos formalmente a esto de los refranes, le recordé a mi padre la existencia de esta carta, que recordaba perfectamente, pero que no recordaba dónde la había guardado. Fue tras su fallecimiento cuando mi madre me la entregó, pues la había hallado en una vieja carpeta: «Toma, la carta que estabas buscando».
Con aquella copia en mis manos, pude comprobar que tanto la mecanografía como la ortografía eran deficientes, y si bien mi padre nunca fue buen mecanógrafo, su ortografía siempre fue excelente, por lo que me inclino a pensar que alguien, algún compañero de la oficina, le pasó la copia. Tampoco faltaba una repetición «que cien volando», fruto, sin duda, del despiste, aunque también puede cumplir una función enfática, y vacilaciones en ese «amigo discreto, ni buen amigo, ni buen (¿bien?) guarda secreto».
Más allá de la anécdota de estar construida enlazando refranes, la carta nos rememora una época y una forma de entender las relaciones entre ambos sexos: el galán chulito que se dirige a la sumisa señorita, que porta el simpático nombre de Robustiana —y nótese que la elección de un nombre feo no es casual—, señorita de la que se espera una cierta reticencia inicial, porque no estaba bien visto que las señoritas de aquella época dijeran que sí a la primera, pero de la que se espera igualmente que al final se rinda a los pies de su pretendiente: Un «sus deseos son órdenes», se adivina en las palabras amables de despedida.
No falta la nota de cinismo y el querer matar dos pájaros de un tiro, cuando sugiere a las amigas como alternativa; ni tampoco falta la advertencia de ocultar la existencia del pretendiente a la mamá, aunque a continuación se revele una camaradería con los hermanos de la joven, algo habitual en la época.
La carta está escrita en un tono formal, utiliza la fórmula de respeto distanciador Vd., aunque en un determinado momento este distanciamiento se rompe para pasar al tuteo, precisamente cuando el pretendiente habla de sí mismo: ¿despiste o familiaridad intencionada antes las posibles calabazas?: «y si me encuentras feo, recuerda que el hombre y el oso, cuanto más feo más hermoso».
El tono machista que destila la carta es patente y reforzado con cada uno de los refranes, donde no podría faltar el consabido «quien bien te quiere te hará llorar» aquí totalmente fuera de contexto, pues como bien sabemos solía aplicarse a los padres severos en la educación de sus hijos.
Por otro lado, y desde una perspectiva de análisis paremiológico, vemos que echa mano del recurso frecuente de poner en oposición dos refranes muy comunes: Al que madruga, Dios le ayuda y No por mucho madrugar, amanece más temprano. Las desautomatizaciones, adecuación del refrán al mensaje que se quiere transmitir, son mínimas, como la señalada antes en la despedida, pero detectamos también algún fallo de memoria: «al buen callar llaman sabio», que muy probablemente sea producto de una hipercorrección
Anverso de la carta |
Simpática Robustiana: como el que no llora no mama y el que no se arriesga no pasa la mar, me dirijo a Vd. a pesar de que en boca cerrada no entran moscas y al callar le llaman sabio, para manifestarle mi pensamiento, que ya comprenderá aquello de que al buen entendedor pocas palabras basta, y que no se ha hecho la miel para la boca del asno; me atrevo a esperar, y sabido es que el que espera desespera, una afirmativa contestación porque aunque el buey suelto bien se lame, también es cierto que cuando dos se quieren con uno que coma basta, y yo con Vd. pan y cebolla.
Si su contestación es afirmativa como a caballo regalado no se le mira el diente, me consideraré muy satisfecho con mi buena estrella, además, como nobleza obliga y quien bien quiere a Beltrán, bien quiere a su can, cuando vaya a verla, espero que me presentará algunas de sus amigas, porque lo que abunda no daña, y por mucho trigo nunca es mal año, y de este modo se deslizarán para nosotros las horas más felices, y no será nunca tarde si la dicha es buena y si logro encontrarla en la feliz situación que yo deseo, pues ya sabe que más vale llegar a tiempo que rondar un año, partiremos para siempre nuestro amor, porque más vale pájaro en mano que cien volando, que cien volando y hombre prevenido vale por dos.
Comprendo que no dirá que “sí” de pronto, porque Zamora no se ganó en una hora, pero no se haga la melindrosa, pues haz bien y no mires a quién, y si me encuentras feo, recuerda que el hombre y el oso, cuanto más feo más hermoso, si gordo más vale que sobre que no que falte, si delgado, más vale poco y bueno, que mucho y malo.
A la mamá no le diga nada, que boba es la oveja que con el lobo se confiesa; a sus hermanos si quiere puede decirles algo, que un lobo a otro no muerde, pero que no se enteren sus amigas, porque los secretos entre lenguas
Reverso de la carta |
son el viento, y amigo discreto, ni buen amigo
ni buen guarda secreto.
Así
que dígnese contestar al menos por ser la primera vez que la escribo
pues quien da primero da dos veces. Si me da calabazas, aunque al
burro muerto la cebada al rabo, y gato escaldado del agua fría huye,
puede presentarme algunas de sus amigas, pues a falta de pan buenas
son tortas y a río revuelto ganancia de pescadores.
No
la he escrito antes aunque a quien madruga Dios le ayuda, porque no
por mucho madrugar amanece más temprano, y lo hago ahora, porque más
vale tarde que nunca.
No
se ofenda si encuentra descaradas razones, Vd. piense que quien bien
la quiere la hará llorar.
Espera
de su grata, que son órdenes acatadas, puesto que lo cortés no
quita lo valiente queda siempre de Vd. att.º y seguro S.
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