Hace tiempo que no comento aquí alguna de mis lecturas, y quizá haya llegado el tiempo de hacerlo con una de las últimas; un libro atípico para mí, porque está en inglés, y porque no suele entrar en la clase de novelas que suelo leer, Lessons in Chemistry.
Me la prestó una amiga, sin preguntar y acompañada de una velada recomendación, asegurándome que, pese a estar en inglés, era fácil de leer. Nunca viene mal un refresco de la lengua de Shakespeare, así que Go on, you can do it!
De Shakespeare hay poquito en esta obra, escrita en un inglés actual y coloquial, quizá demasiado coloquial para mi nivel, así que esta vez no hablaré de palabras ni de expresiones, me atendré al meollo, procurando no destripar demasiado el contenido.
En los años 50 y 60 del siglo pasado, EE. UU., la protagonista, Elisabeth Zott, es una química que ha tenido que interrumpir los estudios por una agresión sexual de uno de sus profesores, ¡vaya novedad! Sí, en aquel país de comedias rosas y teléfonos blancos, también ocurrían estas cosas, probablemente con mucha más frecuencia de la que creemos. Entra a trabajar en una empresa y allí conoce al que sería el hombre de su vida: David Evans, eminente científico, que ya ha sido nominado para el Nobel. ¿Joven y ya para Nobel? Uno de esos pecadillos que tiene la novela, quizá puesto ahí para poner de relieve las distintas expectativas profesionales de mujeres y varones.
Porque Zott y Evans comparten más que una profesión, comparten un pasado carente de vínculos familiares, son dos solitarias almas gemelas, que se entienden. Pese a estar hechos el uno para el otro, Zott toma una drástica decisión, no se casará con Evans, aparentemente para no seguir los convencionalismos sociales, seguir siendo ella y conservar su apellido.
La tragedia, un accidente mortal que sufre Evans cuando paseaba al perro, cambia totalmente la vida de Zott. Casi inmediatamente, ya puesto de manifiesto su embarazo, es despedida porque es política de la empresa no tener empleadas embarazadas y menos si están solteras. ¿Cuántas mujeres no son despedidas todavía hoy -los subterfugios son innumerables- cuando se convierten en madres?
Zott no se arredra, se crece ante la adversidad. Convierte la cocina de su casa en un laboratorio funcional, y nombra ayudante a su perro, Six Thirty, un inteligente animal, al que solo le falta hablar, por utilizar una frase coloquial de por aquí. Su fuente de ingresos principal es hacer para sus antiguos compañeros de laboratorio los trabajos que ellos son incapaces de hacer.
El nacimiento de su hija se produce en la más absoluta de las soledades. Todo va bien, gracias a que el tocólogo es un amigo conocido de sus actividades de remo, porque Evans y Zott practicaban esta actividad deportiva, no muy recomendable para mujeres, pero ¿qué les importaba eso a ellos?
Zott se entrega a la crianza de Medeline, Mad, con una actitud científica. No podía ser de otra forma, pero en su mar de dudas de los primeros días, aparece una figura decisiva, Harriet, la típica vecina cotilla, que se convierte en pieza fundamental para sacar adelante a la niña y ayudar a Zott en el día a día. Una vez más, mujeres salvando a mujeres. Gran lección de sororidad. No nos olvidemos de Six Thirty, otra pieza fundamental en el cuidado de Madeline, una niña, demasiado despierta para su edad, hija de tales padres, como no podía ser de otra forma.
¿Un perro que entiende el lenguaje humano al cuidado de una niña pequeña? Inverosímil, sí, pero es una novela, no lo olvidemos.
En una época de apuros económicos, Zott acepta el trabajo de un vecino que trabaja en la televisión para hacer un programa sobre cocina en una franja de baja audiencia.
¡Y Elizabeth revoluciona la televisión, que además emite en directo!
Su programa no va de recetas de cocina, no va de decirles a las mujeres cómo deben hacer la sopa, su programa va de química y de cómo la justa proporción de elementos, combinados con otros factores, producen el efecto deseado. Su programa va de química, ella es una científica, ella es química, pero sobre todo es mujer. Y lo que les dice a esas amas de casa aburridas, que preparan las tediosas cenas a la espera de los maridos, es que lo que hacen es importante, que ellas son importantes y deben ser ellas.
Y hasta aquí llego con el argumento. Sin duda, lo peor de la novela es el final, demasiado convencional, folletinesco y hasta previsible.
De lo que no cabe duda es de que Lecciones de química, título de la traducción al español, es una historia de mujeres. Mujeres, que, no importa ni la época ni el lugar, deben enfrentarse con situaciones muy parecidas: abuso de poder, incomprensión, verse relegadas a los fogones... Mujeres que tuvieron que abrirse camino en el ámbito profesional a codazos, demostrando día a día que tenían más valor que los hombres, porque a las mujeres no nos está permitido ser mediocres.
En ciertos pasajes, la novela me ha recordado a mis compañeras de los ochenta, en aquel post, que tan bien amplió un compañero que permaneció anónimo. También hay en la novela alguna fémina, fiel colaboradora y más papista que el propio papa, de las cosas como están, pese a haber sido también víctima. El personaje evoluciona, porque siempre hay un punto, un cruce, en el que se puede elegir el otro camino, no lo olvidemos.
Más allá de Evans, es de destacar también el personaje del jefe en la televisión y vecino de Zott, Walter Pine, un hombre que tiene que criar solo a una hija, y tampoco se le da demasiado bien.
En definitiva, una novela divertida a ratos, convencional las más de las veces, previsible..., pero que viene a recordar que las mujeres seguimos ahí, remando.
Título: Lessons in Chemestry.
Autor: Bonnie Garmus
Editor: Doubleday
Año: 2022
4 comentarios:
Todavía es necesario seguir remando.
Lo peor de casi todas las novelas es el final y ojo a los remates. Como en las clases de costura, mirar la labor por detrás.
Esta que nos propones no tiene mala pinta. Y buen entramado.
Seguimos con los remos. Las mujeres y los hombres también.
Besos, Carmen.
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