He vuelto a Campillo de Aranda, a aquel pueblo del 2007 por el que me guiaron espontáneamente Paquita y Magdalena en busca de una informante refranera, de la que me habían cambiado el apellido y hasta la residencia, y que por lógica no encontramos.
He vuelto a recorrerlo guiada esta vez por los voluntarios del programa «¿Te enseño mi pueblo?», que han desmenuzado su historia, su memoria, sus calles, su agua... en busca de una escurridiza ballena, materializada ahora en un gran mural pintado sobre la pared del frontón por el artista arandino Nano Lázaro.
Antes de sumergirnos en la historia, permitidme que vuelva a una tarde cualquiera de la pasada Navidad. Iba de paso, y me desvié un poco hacia la plaza, estaba anocheciendo, no se veía un alma, la iglesia, el ayuntamiento, la plaza estaba iluminada... La foto no salió demasiado buena, pero quería llevarme, de alguna forma, algo de aquella atmósfera de soledad... Al cabo de un rato, se me acercó un hombre mayor, que probablemente se dirigiría hacia su casa, o quién sabe, si al bar o a jugar a las cartas: «Bonita, ¿eh», me dijo y yo asentí.
Esta hoy solitaria plaza de Campillo, flanqueada por importantes monumentos y casas de fachada de piedra e importantes balconadas de rejería, estuvo en otro tiempo llena de vida. De su pasado con vida por todas partes nos hablan las fotografías antiguas que podemos encontrar en distintos puntos del pueblo, salvo excepción, aproximadamente en el mismo lugar donde fueron tomadas.
La voluntaria riberizadora nos explica que en el espacio de esa plaza de forma triangular se unen los tres poderes: el eclesiástico con el edificio de la iglesia, el civil con el ayuntamiento, y el jurídico con el rollo; porque ese árbol que vemos en el centro de la plaza ocupa el lugar del rollo jurisdiccional. Sigue dándonos numerosos datos de cómo el lugar compró al conde de Siruela su independencia allá a principios del siglo XVIII por una cantidad nada despreciable. ¿De dónde salió el dinero?
Campillo siempre tuvo buenas viñas, buenos campos de cereal, un poco de regadío al lado del Riaza... y canteras, que hasta fechas bien recientes han surtido de materia prima a las sólidas construcciones de la comarca. No en balde pocas casas de adobe se ven en Campillo, la señorial piedra apunta por doquier.
Abandonamos la plaza y nos adentramos en el interior del caserío, en busca de la ballena, por calles sin aparente salida que se convierten en calle de las Flores y nos devuelven a la plaza. En la calle de las Flores, recuerdo para mis adentros, vivía Paquita.
La ballena habita en el Navajo, una charca que recoge el agua de lluvia y que rara vez se ha visto seca, solo en aquellas ocasiones que tuvieron que protegerla poniéndole una barandilla. No es demasiado honda, nos dicen, apenas 1,50 m, pero los más viejos recuerdan haberla visto helada en demasiadas ocasiones, por cuya superficie podían patinar sin ningún peligro, y cuentan, pero esto entra ya en el terreno de las muchas leyendas, que una vez la atravesó un carro.
¿Y la ballena?
Vuelvo al 2007. Magdalena me lo contó así:
Verá qué me pasó de chica, pues estaban comiendo y dicen que había una ballena en la charca ¡qué patas llevé yo a ver la ballena! ¿Sabes que ballena era? ¡La albarda de un burro!
Hay otras versiones sobre la famosa ballena, que los jóvenes recrean y queman hoy en el último día de fiestas de agosto, pero quedémonos con esa, con la versión de Magdalena.
Magdalena era muy dicharachera, y sabía contar cosas, aunque decía oír mal y que te acercaras, tenía una casa llena de geranios. Fue ella la que me contó que en las charcas ni tan siquiera lavaban, que a por agua iban con burro y aguaderas a kilómetro y medio; y que la ropa, lo mismo, que a veces hasta iban al arroyo de Moradillo.
De la charca del Navajo salen tres caminos, el uno va hasta la fuente, el otro hasta los lavaderos y el otro, por llano, hasta Haza.
De los lavaderos y la fuente del siglo XVIII podemos ver dos fotos murales en una pared. La fuente es hermosa, pero ¡tan lejos! Y no puedo por menos de recordar, e incluso comentar en alto con los guías, que cuando Magdalena me contó aquello del burro y las aguaderas, había planes para construir un campo de golf ¡en un pueblo sin agua! Me aclaran que el proyecto era al lado del Riaza, pero aun así.
Si vas a Campillo, que te den vino, porque agua no hay,
nos dirán un poco más tarde recordando el dictado tópico del pueblo.
Pasamos por el barrio de las bodegas y lagares... En algún lugar nos recuerdan que una vez hubo tres olmas en el pueblo, hoy desaparecidas por la grafiosis. Desde la copa de la más esbelta, situada en lo alto del pueblo, decían que podían verse las agujas de la catedral de Burgos. ¿Exageración? Otra de las leyendas que corren, como la de la emparedada, cuya historia nos recuerdan frente a la que fue su casa.
Yo vuelvo una vez más a mis antiguas correrías en busca de informantes y recupero a María Gil y su relato sobre la emparedada, relato que me leyó en su casa de Aranda una tarde calurosa del 2010.
Voy a contar una historia de mi pueblo, que es Campillo de Aranda, que oí yo relatar varias veces al amor de la lumbre, o al calor del brasero las largas noches de invierno, y que después de venir los hombres del trabajo del campo nos reuníamos todos juntos y algún vecino más que iba a nuestra casa para hacer más amena la trasnochada; se trasnochaba en las casas cuando yo era niña.
Después de rezar el rosario, las señoras hilaban o tejían la lana de las ovejas, y los señores mayores, ya que los jóvenes tenían sus tertulias en las bodegas, se sentaban alrededor del brasero y contaban historias de la guerra de Cuba, Melilla y Marruecos, ya que la última de España, estaba tan reciente que no hacía falta recordarla y sí olvidarla.
En mi pueblo vivía una familia muy rica con un solo hijo, casado y sin descendencia. Este hijo se llamaba don Lucio y su mujer doña Carmen, los apellidos no los sé. Este señor, dicen, que era un modelo de caballeros, bueno, amable, generoso, justo, culto, a la vez que educado y buen cristiano, Solían decir que donde había penas allí estaba él. Tenía grandes fincas en el pueblo y allí vivía en una casa palacio, que aun hoy se conserva en la calle Real, aunque como es natural ya reformada totalmente. Viven actualmente en ella (...) y su esposo..., la otra parte la ocupa (...) y familia...
Son estas dos viviendas las que era antes una sola que cuidaba don Lucio y su mujer, y aquí venían los obreros a merendar y a cobrar su jornal cada noche después de terminar su jornada de trabajo. Sus padres vivían en otra gran casa en la plaza habitada hoy por A. L y familia.
Don Lucio, dicen, que tenían por costumbre salir de madrugada a buscar a sus obreros para mandarles al tajo o trabajo de las viñas ya que entonces la mayoría del terreno se dedicaba a este cultivo, se trabajaba manualmente a base de azada, azadón o legón (también en su pueblo trabajarían así las viñas). Volvía a salir después del almuerzo y a aquel que estaba ocioso le preguntaba si quería trabajar, mandándole donde estaban los obreros en caso afirmativo.
Cuando terminaba su jornada diaria iban a cobrar el jornal, y en una cocina muy grande que había en la casa, con una mesa muy larga se servía pan, vino, bacalao y escabeche, para que todos fuesen cenados a casa. Se les pagaba su jornal y se les invitaba a ir al día siguiente a trabajar. Excusado es decir que con ese comportamiento como patrón, no le faltaban obreros.
Había también en el municipio otras familias terratenientes con la misma necesidad de braceros, pero con distinto comportamiento. Y claro, como la gente ni es, ni era tonta, pues todos preferían ir a trabajar para don Lucio. Otros propietarios de tierras hablaron con don Lucio y le comunicaron que así no podía ser, que ellos no encontraban obreros para trabajar sus viñas, y que cambiase de táctica, que el obrero era el obrero y ellos eran los señores. A lo que él les contestó: que él consideraba a todos seres humanos y como tal les trataba, que no pensaba cambiar.
Como consecuencia dos propietarios trataron de quitarles del medio. Contrataron dos matones, los dos hermanos mayores de una familia de doce a la que se conocía como «la de los doce apóstoles», o los Doros. Les ofrecieron cierta cantidad de dinero a cambio de matarle, y una noche de mucha niebla fueron a buscarle, pero uno de sus obreros le había puesto sobre aviso, le advirtió de que esa noche no fuese a dormir a su casa porque había oído una conversación desde su bodega en la que habían hablado de matarle.
Don Lucio, en vez de ir a dormir a su domicilio, se fue donde sus padres y mandó aviso a su mujer con ese mismo obrero de dónde estaba durmiendo y por qué. Cuando los asesinos fueron a buscarle a su casa su mujer, Carmen, les dijo que allí no estaba, que se encontraba donde sus padres durmiendo y allí fueron a por él, sacándole de entre los brazos de sus padres, que al ver el cuadro, la madre se le abrazó. Le apuñalaron y al bajar por la escalera dicen que sacó las manos llenas de su propia sangre fijándolas sobre la pared para apoyarse y que gritó: «¡Capitán de los realistas!, a mí me matas y a ti te pierdes», y expiró.
Este señor, contaba mi tío, que fue enterrado en la iglesia parroquial de mi pueblo, en una (...), sexta fila. La iglesia de mi pueblo es muy bonita, ahora está de tarima pulida y barnizada, pero cuando yo era niña estaba de piedra con unas losas como de noventa por noventa centímetros en cuadro, y cada diez losas había una argolla de hierro muy gruesa. Yo que soy muy curiosa me llamaba mucho la atención y pregunté que para qué eran esas anillas y me dijeron que es que antes enterraban a la gente en las iglesias. Supongo yo que sería a la gente rica, ya que a la entrada de nuestra iglesia hay un atrio, hoy lo llamamos así, pero cuando yo era chica lo llamábamos el cementerio y ahora me explico por qué. Bueno, voy a seguir con mi historia.
Yo recuerdo que pregunté a mi tío qué fue de esa familia y me dijo que los padres, como no tenían más hijo que ese, vendieron todas sus propiedades y volvieron a su tierra, que por lo visto era algún lugar de la provincia de Valladolid, del que desconozco el nombre.
«¿Y su mujer? —le pregunté; la respuesta fue—: De ella nunca más se supo. Se supone que como no tenían descendencia, ni familia, los suegros dolidos con ella a consecuencia del suceso, pues ella fue quien descubrió el escondite de su marido, la mandarían a su pueblo, el caso es que desapareció y de ella jamás se supo».
De las pertenencias de esa familia, mi bisabuela llamada Petra Regalada, Petra Regalada Abajo, compró varias posesiones: la casa palacio donde vivió don Lucio, una finca junto al pueblo llamada El Carro, con su bodega, toda arqueada y de piedra de sillería, preparada de tal forma que se iba de la pila a las cubas por medio un tubo ajustado al brocal de la pila por donde salía el mosto, para que los obreros no tuvieran que transportarlo en pellejas a sus espaldas, labor dura y sucia y dura que los mayores bien conocéis. El funcionamiento era simple, una vez llena la cuba se pasaba la tubería a otra y así sucesivamente hasta que terminaba el graderío. De esta bodega, lagar y cubas puedo dar fe, ya que mi padre y ahora alguno de mis hermanos es propietario de alguna de ellas y lo he conocido personalmente. Esta bodega y lagar hoy están en ruinas. ¡Una lástima!
En la casa, como dije antes, había una enorme cocina y esta tenía una tremenda chimenea. A nadie extrañó cuando compraron la casa mis antepasados la advertencia de los antiguos dueños, en el sentido de que nunca quitasen la chimenea, pues en ella estaba basada la cimentación de la casa.
Pero los años pasaron y las semillas también y la casa pasó a los hijos, en este caso a dos de las hijas de mi bisabuela, llamadas Petra y Alejandra. Alejandra es la abuela de Isabel del Val, hija única del matrimonio formado por Petra de Diego y Nemesio del Val. La casa, que nunca fue reparada hasta que se casó Isabel, estaba en estado ruinoso, tanto es así que la noche de bodas se les cayó a los recién casados un tabique encima. Bienvenido Aparicio, esposo de Isabel, se propuso reparar y arreglar esta gran casa, entonces en ruinas, empezando por la bodega a la que recortó, reforzó y aseguró. Continuó por la planta baja olvidando la cocina, ya que según los comentarios familiares estaba segura por la chimenea, siguió por la primera planta y por el desván o cámara, hasta llegar al tejado. Esa empresa le llevó años pues era una empresa muy grande y cara y todo lo realizó él con sus hijas y algún obrero que trabajaba para él.
Una vez que tuvo el tejado arreglado y la casa más o menos asegurada, se fijó en la chimenea y comprobó que nada tenía que ver con la seguridad de la casa, sino todo lo contrario, por su enorme peso ya que era toda de piedra, otra vez podía peligrar el edificio, decidió hundirla y hacerla normal, o sea de material menos pesado, y se puso manos a la obra.
Aquel día trabajaba con él otro señor que le ayudaba en las labores del campo, se llamaba Iván y le llamábamos el Reveche y era quinto y amigo mío. Como digo, ese día comenzaron a picar y bajar piedra empezando por el tejado y siguiendo por el desván. Estando en esa operación, Cecilio pica un mazacote de piedra y hormigón dejando al descubierto el esqueleto de una persona. Excusado es decir el susto que se llevaron las dos personas trabajando. No sé exactamente la fecha en que eso sucedió, debió ser por los años 59 o 60, me parece que fue por mayo, pues aquel día y en aquel momento me encontraba yo en casa de mi suegra, que vivía enfrente y vimos todo el movimiento que se organizó. Esto lo han dicho ahora este año por televisión... hará dos meses.
Se dio parte al juzgado municipal, este a su vez lo hizo al de primera instancia, al de Burgos y finalmente a la Audiencia de Madrid. Al llegar la Audiencia madrileña a levantar los restos y a practicar la autopsia del cadáver, comprobaron que se trataba de una señora joven, de unos 26 años de edad, ya que según dijeron los médicos todavía no tenía las muelas del juicio, a la que habían emparedado hace 160 años. Junto a los restos del esqueleto se hallaron bien doblados y en perfecto estado de conservación cuatro trajes o vestidos de una excelente calidad y confección y que pertenecían a la moda de aquellos años.
Dijeron que por la calidad del tejido y la confección de los mismos era una señora rica, pues esos trajes no estaban al alcance de cualquiera. También apareció junto a ella un costurero con labor empezado de crochet o ganchillo... También apareció un joyero con joyas, pero eso no lo cuentan, se lo quedaron los dueños de la casa, las joyas que dicen que tenía ella, pero eso no lo cuenta nadie porque cuando llegó la Audiencia ya no estaban, pero el que estaba con ellos, que era este chico que era quinto mío, a mí me lo dijo.
Nadie supo dar detalles de aquella señora, pues nadie en el pueblo recordaba ni una desaparición de señoras, ni habían oído ningún comentario al respecto. Mis padres y mi tío ya habían desaparecido y el padre de Isabel también y nadie en el pueblo había oído nunca hacer un comentario al respecto. Y yo me pregunto ¿no pudo ser la mujer de aquel señor llamado don Lucio al que mataron?
He visto que había varias coincidencias: por ejemplo la desaparición sin más explicación de la señora, la venta repentina de las tierras y pertenencias de esta familia, la recomendación de no hundir la chimenea, la posición económica de la señora, y sobre todo la desaparición de ella, ya que según mi tío nunca más se supo de su vida.
Hasta aquí mi relato, puedo asegurar que no es cuento ni leyenda, pues a los dueños de la casa todos los conocéis, son jubilados: [relación de propietarios.] Esta historia hoy es leyenda, al calor del brasero y el amor de la camilla, dado a 25 de noviembre de 1998.
Otras historias esconden las gentes de Campillo, quizá algún día me anime a seguir pasándolas a limpio. Por hoy, y para este post, ya vale.
Lo que sí eché en falta fue la bocallave con la que me despido. Saqué la foto en el 2007 en una calle que no puedo recordar, pero tuvo un tanto de éxito entre mis colegas de la facultad, y saltó de las calles de Campillo, aunque anonimizada, al mundo.
Gracias a Lourdes por las fotos de El Navajo
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