Valcabado de Roa
Javier, el riberizador que me va a enseñar su pueblo, Valcabado de Roa, me espera en la carretera, justo donde arranca la desviación hacia el caserío, pero no subimos directamente hacia él, sino que antes vamos hacia el otro lado, hacia la zona de lagares. Un cartel señala que hay uno que ha sido restaurado por una bodega próxima, pero son ellos, los de la bodega, los que de forma privada lo enseñan.
Javier insiste en que él, más que monumentos o elementos etnográficos curiosos, quiere resaltar el trabajo de los antepasados, la labor que, por ejemplo, hicieron al levantar esos lagares de forma comunitaria, pues eran propiedad de varias familias, y de alguna forma el cooperativismo estaba ya presente bastante antes de que fuera una forma de producción normalizada en el siglo XX.
Al lado del lagar restaurado pueden verse los restos de otro, donde todavía apreciamos la viga muy deteriorada, la corredera, por donde iba bajando la viga, y la piedra, escondida entre la maleza, que ejercía de contrapeso. Ha desaparecido el husillo, pero del cargadero, la pared que sujetaba la viga, queda todavía en pie buena parte.
El repaso de las piezas del lagar tradicional nos lleva a las palabras. Yo me lamento de que se vayan perdiendo, no tanto por la pérdida del objeto que nombran, como por el interés de la moderna viticultura en aparecer dominando las últimas tecnologías que apuntan a nuevas palabras.
«No es tanto que los jóvenes no reconozcan los vocablos, como que no tenemos jóvenes que reconozcan los vocablos», puntualiza Javier; pero yo me lamento de que se prefiera hablar de envero en vez de pintado, y de poda en verde en vez de estallar, aunque para el que no ha visto nunca una cepa -recalca Javier-, la poda en verde le diga algo más que estallar y destallar, quitar los tallos, en definitiva.Ya cuando emprendemos la subida al pueblo se ve a mano izquierda el barrio de las bodegas, la mayoría en ruinas, entre otras razones porque al situarse en un bosquecillo de robles, está prohibido hacer toda clase de fuegos, con lo que se acabaron aquellas meriendas y aquellas tardes al fresco de la bodega que alegraron la vida de nuestros padres.
A la derecha se ven todavía algunas lagaretas, pequeños lagares en los que las familias, una vez abandonado el lagar comunal, elaboraban el vino. Hoy sobrevive alguna convertida en merendero.
Bosquecillo
de robles a un lado, seguimos subiendo hacia las casas, ya nos queda
menos para llegar al gran mirador, desde el que de una altitud de
aproximadamente 900 metros, podremos admirar el variado paisaje de la
Ribera del Duero. A la derecha, en otro tiempo, hubo un caminillo,
cubierto de olmos, que permitía la subida con comodidad a los
transeúntes. Primero, la grafiosis se llevó parte de los árboles; luego,
fue la necesidad de ensanchar el camino para permitir el tránsito de
vehículos agrícolas. Hoy la naturaleza puja tímidamente por recuperar
aquello que fue, y para echarle una mano hay un proyecto de replantar
algunos olmos ya tratados contra la enfermedad. ¡Dios quiera que se
logre!
Aunque no abundaba el agua, al principio del pueblo varias fuentes y pilones servían a las necesidades del pueblo conduciendo el agua de los manantiales. Todavía sale agua por los dos grifos de la fuente, que no ha dejado nunca de manar. Las dos pilas que servían de lavadero quedaron sepultadas cuando se hizo la reforma de la plaza.
Allí mismo puede verse la llamada Cruz del Pobre, una estela que se trajo de un cruce de caminos, donde siempre se dijo que había muerto un pobre, sin llegar a saberse quién fue, ni en qué circunstancias murió.Un poco más arriba queda la otra fuente del pueblo, con dos caños y un abrevadero, pero las obras de urbanización de años anteriores cortaron el manantial.
Toca hablar ahora de las peculiaridades de la arquitectura popular en estas tierras. Javier dirige mi atención hacia los aleros, con remates característicos, marca distinta por cada constructor que singularizan cada una de las casas.
Ya queda poco para asomarnos a nuestro destino, el Balcón de la Ribera, y a él llegamos, tras dejar atrás la iglesia, sin mayor interés, y caminar por la serpenteante calle Real, que atraviesa todo el caserío hasta llegar a la plaza del Pico. En esta plaza, no hace mucho se plantó un pino y es donde se celebran habitualmente las fiestas, un poco el centro social del pueblo.
Valcabado tiene por patronos a san Lorenzo, con fiesta en verano, y a santa Bárbara, en diciembre, con procesión y comida comunitaria.
La asociación La Olmera, que anualmente da los premios Renacimiento, fue la principal causante de la adecuación del espacio hoy conocido como Balcón de la Ribera, una pequeña plaza que se asoma, adecuadamente protegida por una barandilla, o todo lo que es el valle del Duero. A lo lejos las distintas cumbres, desde las más lejanas a las más cercanas, en primer plano la Cuesta Manvirgo, pero en lontananza otras muchas, cuya altitud y señalización están en un panel. Los datos los sacaron del los mapas del Ejército, según aclara Javier.
Hay también en las paredes placas con algunos datos sobre la historia de Valcabado y su pertenencia a la Comunidad de Villa y Tierra de Roa.
Recalca mi guía algo obvio, pero que no podemos pasar por alto: cada vez que te asomas a ese balcón vas a ver algo diferente. Ya no solo los distintos colores de las distintas estaciones del año, sino las tonalidades que dejan los distintas horas del día y el tiempo que haga. El paisaje de la Ribera es variado: A nuestra espalda hemos dejado el páramo, pero delante de nosotros tenemos toda una paleta de colores: los verdes oscuros de las matas boscosas, las cepas alineadas cual alumnos en los colegios de antes, los distintos tonos de los campos de cereal, los pardos baldíos, los multiverdes de las tierras de regadío próximas a los ríos...
Volvemos sobre nuestros pasos en un recorrido circular. A medio camino, Javier llama mi atención hacia una zona en desnivel donde todavía puede apreciarse parte de una placa tectónica sobre la que está construido el pueblo.
Y cerca está Sagrario, sentada al sol, protegida por un sombrero. Está entretenida cascando nueces y almendros y me dice con entusiasmo:
¡Tenemos muy buena vista. Es muy bonito el pueblo. Tenemos una vista preciosa, sobre todo desde el mirador!
Sin duda, el mirador, el Balcón de la Ribera es el orgullo de los hombres y mujeres de Valcabado.
Antes de proseguir nuestro camino, me fijo en un mural a nuestra espalda, reproduce una casa y un paisaje, y Sagrario me explica que la pintura muestra cómo era la casa que había antes en ese solar. Es todo un acierto decorar los pueblos de esta forma. Sin duda, no solo los embellece, es que les da otra vidilla.
Nos
encaminamos hacia el final de la visita. Descendemos por el caminillo
que en otro tiempo estuvo cubierto por la sombra de los olmos...
Hablando de murales, los chavales han decorado una caseta de cemento a
un lado, otra forma de alegrar las construcciones necesarias...
Llegamos a las bodegas que fueron las primeras en arruinarse, debido a la construcción de la carretera. Todavía se puede apreciar en su entrada las grandes losas que, apoyadas las unas sobre las otras, formaban la bajada a la cueva donde el vino iba poco a poco haciéndose, vendimia tras vendimia, año tras año...
Valcabado de Roa, 9 de abril de 2022
1 comentario:
Me asomo contigo y a riberear en tu balcón. Es un detalle que levantaran una estela epigráfica a un pobre, las que yo conozco tienen nombre y apellidos. Buena gente.
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