miércoles, 25 de agosto de 2021

Núm. 251. Un paseo por Sotillo de la Ribera

 

Sotillo de la Ribera desde la Bodeguilla

Donde termina el valle, y empieza el páramo, con seis ermitas en forma de doble cruz, yace Sotillo de la Ribera: un pueblo en el que invitaron a Alberti a casarse con esa amante imaginaria que lo acompañó por tierras de Castilla, o quizás con la propia villa :

Di, ¿por qué no nos casamos?
—Sotillo de la Ribera—.
Mira el cura. ¡Cómo fuma,
y como nos dice adiós,
y como unirnos quisiera!

La iglesia de Sotillo es, sin duda, un lugar de esos que las novias eligen para casarse; pero antes, mucho antes, tuvieron que ir muchas veces con el cántaro a la fuente, para que a la caída de la tarde, los mozos del pueblo se aproximaran también a dar agua al ganado y así trabar conversación.

Fuente de piedra enmarcada por sendas escaleras que descienden hacia la zona de los cañosned
Fuente monumental

La fuente monumental se construyó en tiempos del duque de Lerma, que aprovechaba para aliviar a criados y caballerías en su camino hacia su finca de La Ventosilla. Más tarde, en el siglo siguiente, fue remodelada al quedar situada en las inmediaciones del camino real que unía Burgos con Madrid. Lugar de descanso, en sus alrededores podían encontrarse posadas, bodegas y figones, dispuestos a proporcionar descanso al viajero, y sin duda buenas viandas para el camino. Tradición culinaria que nos ha llegado hasta el siglo XXI, pues todavía se puede adquirir en Sotillo buen vino, buen queso y buenas morcillas. Puerta de entrada a la bodega. Sobre el dintel ATENEO, a un lado imagen de Bacoi

Desde ese espacio, aún hoy todavía de recreo, se puede ascender por la ladera del cerro de San Jorge, coronado por la ermita dedicada al santo, para admirar los merenderos y bodegas de este singular conjunto. Las bodegas tradicionales se han conservado gracias a convertirlas en el lugar preferido de solaz en estas zonas: las peñas y merenderos.

Las bodegas tienen nombre propio, y sin duda más de uno de estos nombres nos invitan a la conversación, ATENEO, animados además por la efigie del dios Baco, que no deja de aparecer donde menos nos esperamos, en estas tierras en las que el vino es tan importante.

Portada de la iglesia de Sotillo

Descendemos del cerro y, ahora sí, nos detenemos en su iglesia, que ya desde su impresionante portada sabe anunciarnos la grandeza de sus capillas, altares y obras de arte. Dedicada a Santa Águeda, su imagen preside un impresionante altar mayor entre el clasicismo y el barroco. Otra imagen de la santa podremos encontrar en una de las sucesivas estancias que fueron sucediéndose como sacristías y ahora son capillas dedicadas a distintos santos, según la devoción de los sucesivos mecenas que las fueron construyendo.

En la impresionante capilla del Rosario podremos encontrar además un relicario con un hueso de uno de los mártires de Cardeña, y sin duda, dado su tamaño, debió ser preciada reliquia en su tiempo.

En la Semana Santa sotillana desfilan distintas imágenes, todas ellas del siglo XVIII, época de auge en Sotillo y en otros pueblos: la Dolorosa, el «Tumbao», el Cristo de la Bola, un Nazareno, el «Eccehomillo», y el Cristo del Miserere, en cuya trasera, durante un proceso de restauración, se encontró una cápsula del tiempo con interesantes datos sobre la vida cotidiana del siglo XVIII. 

La tarde del Jueves Santo se encienden hogueras por las calles, antiguamente con los cestos viejos de las vendimias, para iluminar el paso de las imágenes en la procesión de la Carrera, mientras en el aire suena el Miserere, cantado una vez más por el coro de hombres. Los niños vestidos de nazarenos, que antaño subían a San Jorge a ensayar -«Otro año más, que ya cantan los nazarenos», decían los sotillanos al verlos pasar- acompañan igualmente con cantos ancestrales el paso de las imágenes. 

Talla gótica ataviada con túnica verde ribeteada de dorado. Lleva el Niño sentado en su rodilla izquierda, la mano derecha (excesivamente grande) levantada. Toca blanca. Tanto la Virgen como el NIño llevan coronas superpuestasdoniño de
Virgen de los Prados

Los altares y capillas se suceden en la iglesia de Sotillo, lo mismo que las numerosas imágenes, prácticamente todas del siglo XVIII, barrocas, pero habría que destacar la excepción, la Virgen de los Prados, una talla gótica recientemente restaurada.

Imprescindible mirar hacia arriba, para admirar las luminosas bóvedas, y antes de abandonar el templo, echar una mirada al órgano, que tras una restauración de hace años, todavía suena en las ocasiones señaladas.

Volvemos a recorrer las calles para ver sus casonas blasonadas: el palacio de los Serrano, BIC, hoy alojamiento rural y sala de exposiciones; la casa de las Boticas un poco abandonada y guardadora de algunos secretos; la que fue casa de la Inquisición, con las casas de enfrente sirviendo de cárcel, la que fue casa del obispo... Hay también casas que, sin ser blasonadas, tienen algo que contarnos, como la que vio nacer al pintor Fermín Aguayo o la del dulzainero Teófilo Arroyo Callejo.

Es preciso subir también a lo alto, pasar por la ermita de Santa Lucía, ver los tradicionales cultivos de la vid junto a otros nuevos, admirar las esculturas de Amancio Calvo Antón, que ha convertido Sotillo de la Ribera en un museo al aire libre, ver el contraste de las nuevas bodegas con las antiguas que horadan el cerro de San Jorge.

Escultura en piedra de Amancio Calvo, representando a un hombre sentado e

Descendemos y vamos hasta la ermita de Santa Ana, que guarda uno de los extremos del pueblo, casi al principio de la calle Real, muy cerca de la plaza de Abajo, donde se hace el baile... La ermita de Santa Ana es el principio de la ruta de las ermitas, que transcurre por diferentes paisajes de Ribera.

Nos despedimos en el cruce de las carreteras, ante el monumento a los mayores, obra de Amancio, con un cuento tradicional, el de la tia Lucrecia y el tio Lorenzo, y como me lo contaron os lo cuento:

Sucedió que el tio Lorenzo cultivaba su viña y hacía su propio cubillo de vino para el gasto de casa. A su mujer, la tia Lucrecia, le gustaba el vino, y a hurtadillas, subía todos los días a la bodega para echarse un trago extra, sustituyendo el vino consumido por un canto del río.

Llegó un día en que se acabó el vino, y la tia Lucrecia se vio en la tesitura de decírselo al marido, encontrándose en un gran apuro. Era el día de Todos los Santos, y el tio Lorenzo se hallaba en el campo trabajando, y la tia Lucrecia se le acercó y le dijo:

-¿Qué haces? ¿No sabes que al que trabaja en el Día de los Santos, el vino se le vuelve cantos?

-¡Qué tontadas dices! -rezongó el tio Lorenzo, siguiendo con su tarea.

Pero ¡ay!, llegó la hora de comer, y cuando subió a por el jarro de vino a la bodega, se encontró con que su mujer llevaba razón: en el cubillo solo había cuantos.

Si te ha gustado este paseo, no dudes en apuntarte al programa «¿Te enseño mi pueblo». Berta y Sergio te acompañarán con sumo gusto en la visita.

Ermita de Santa Lucía

 

 

4 comentarios:

Berta Martín Delaparte dijo...

Nunca visité Sotillo de la Ribera. Quien sabe si en el futuro, cuando regrese a mi Castilla me apunte a uno de esos recorridos con Berta mi tocaya y Sergio.

Tu reportaje deja regusto para acercarse y disfrutar del pueblo.

Un abrazo María del Carmen- La seña Carmen.

Abejita de la Vega dijo...

A Sotillo solo lo conocía de oídas y por el queso. Ahora veo que es mucho más. Se agradece el paseo, con una buena guía. La Virgen de los Prados ha quedado muy guapa, con su manaza que bendice y su pose de theotokos.
Besos

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Qué deliciosa entrada, Carmen.

Ele Bergón dijo...

Después de leer tu entrada, me di cuenta que de Sotllo de la Ribera,solo conocíamos las sombras que proyectaban las sombras de las hogueras en Semana Santa,algo muy interedante como lo es también su procesión, escuchando los cantos del Miserere. Por eso, ayer nos acercamos hasta este pueblo de la Ribera y descubrimos todo lo que cuentas.

Merece la pena verlo y si además está contado por los riberizador@s, mejor que mejor.

Besos,

Luz del Olmo.