lunes, 10 de diciembre de 2018

Número 200. Los cuatro jinetes del Apocalipis (I): two to tango

También podríamos decir que dos no riñen si uno no quiere, pues estamos ante una novela en la que la guerra, la Gran Guerra, tiene papel de protagonista, pero quedémonos en uno de los personajes de carne y hueso, que como buen argentino baila el tango en los salones parisinos. 

Pius X Tangobild 1914 (2)

Julio Desnoyers se nos presenta en las primera páginas como el prototipo de un antihéroe. Niño rico y caprichoso, criado en las extensas planicies argentinas donde el ganado se multiplica casi solo, vuelto a Europa con su familia, lleva una vida de regalo en París, esa ciudad que atrae nada más poner el pie en ella. Precisamente en los salones ha conquistado a lo que podría ser el prototipo de la mujer aburrida, la esposa de un ingeniero industrioso centrado en sus motores y en su vida familiar. ¡Ay!, pero la dama, tras los primeros lances se muestra recatada, celosa de su fama y hasta los encuentros triviales con su amante en los jardines públicos le resultan peligrosos.

Para darnos el perfil de Desnoyers, Blasco Ibáñez se remonta, en una amplia retrospectiva narrativa, a la llegada de su abuelo a la Argentina, a cómo hizo fortuna hasta lograr ser un rico estanciero, cómo se casó con una joven mestiza con tierras, la china, cómo dejó su semilla esparcida en numerosos hijos bastardos, y luego decíamos de los Buendía, de cómo casó a sus hijas con dos europeos diferentes, de cómo sus yernos se repartieron la fortuna e hicieron la propia a la sombra del patriarca, y de cómo unos y otros volvieron a Europa tras la muerte de don Madariaga, dejando las tierras americanas al cuidado de aquellos medio hermanos nativos. 

Blasco Ibáñez se deja llevar por los tópicos y traza la figura del español, su mujer mestiza y sus hijas educadas en colegios de Buenos Aires, con arreglo a lo esperado. Lo único que parece ser diferente son esos yernos, uno de origen francés y otro de origen alemán, tan diferentes entre sí. 

El francés sabe seguirle los pasos al suegro y lleva, junto a su mujer, la hija mayor, una vida más o menos pacífica en la estancia, sus hijos, los protagonistas, serán ya harina de otro costal. El yerno alemán responde a otro perfil, más vividor, más romántico, con pasado noble postizo, sabe enamorar a la hija pequeña, que pasa sus días entre el piano y las novelas. El amor todo lo puede y se casan y son felices y tienen hijos y al final comen perdices gracias a la herencia del viejo.

Ese viejo que vivía tranquilo en su estancia y que razonaba así con su yerno el francés a cuenta de las guerras:

—Fíjate, gabacho —decía, espantando con los chorros de humo de su cigarro a los mosquitos que volteaban en torno de él—. Yo soy español, tú francés, Karl es alemán, mis niñas argentinas, el cocinero ruso, su ayudante griego, el peón de cuadra inglés, las chinas de la cocina, unas son del país, otras gallegas o italianas, y entre los peones los hay de todas castas y leyes... ¡Y todos vivimos en paz! En Europa tal vez nos habríamos golpeado a estas horas, pero aquí todos amigos.
Sorprende, a medida que avanzamos en la lectura de la novela, que fuera escrita en 1916, en plena Gran Guerra, con todo el siglo XX por dejar amarga huella en la historia, aún con otra gran guerra y numerosos conflictos bélicos. Parce como si Blasco Ibáñez hubiera tenido un catalejo que le trajera el futuro al presente: las guerras, los conflictos raciales, la pretendida supremacía de unas razas sobre otras, y todo ello sobre el escenario de la vieja Europa, porque allá, en la Argentina, donde el único rey es la propia Naturaleza, las cosas ocurren diferentes:
—Yo creo  —continuó— que vivimos así porque en esta parte del mundo no hay reyes y los ejércitos son pocos, y los hombres solo piensan en pasarlo bien lo mejor posible gracias a su trabajo. Pero también creo que vivimos en paz porque hay abundancia y a todos llega su parte... ¡La que se armaría si las raciones fueran menos que las personas!
Tras ese largo preámbulo en la Argentina volvemos a Europa y a sus calles parisinas, donde coincidirán tipos diferentes, que irán exponiendo sus ideas hasta que les vaya llegando la hora de empuñar las armas, porque . 

no todos los que van a la guerra son soldados.


vista dentral de los Jardines de Luxemburgo (París)



Comentario para el club de lectura La Acequia de la novela de Vicente Blasco Ibáñez Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1916).

4 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Es una novela que comienza desbrozando el panorama: ya todo está claro desde el inicio. Blasco Ibáñez no se paraba en sutilezas psicológicas porque a él le interesaba contar esa historia. Y de una forma contraria a la que se daba -y se da- normalmente en la narrativa española: nada de lugares pequeños, sino la amplitud del mundo. Esa mirada es parte sustancial de esta novela.

Ele Bergón dijo...

La leí este verano y yo tuve la sensación, que sí, lo que es la contienda lo relata muy bien, pero creo que no profundiza en los personajes, claro que son tantos y de tan diferentes lugares, como apuntas tú, que es difícil detenerse en ellos.

Me gustó, pero quizás, no del todo.

Besos

Abejita de la Vega dijo...

Demasiado larga, panfletaria, folletinesca, personajes planos...pero hay que ver como vivimos la batalla del Marne. Relato eficaz, como dice Pedro Ojeda.

Leemos esta novela y comprendemos que Alemania necesitara dos guerras mundiales en un solo siglo. Pasa el tiempo y la gente las confunde. Si Blasco Ibáñez levantara la cabeza se sorprendería con la segunda versión cinematográfica de "Los cuatro jinetes del Apocalipsis" que cambió la primera guerra mundial por la segunda, con lo distintas que son, aunque haya alemanes haciendo de malos en ambas. ¿O no se sorprendería?

Besos, Carmen.

La seña Carmen dijo...

Yo creo que no se sorprendería, porque yo he visto en esta novela como una visión de todo lo que va a venir después, si tenemos en cuenta además que la escribió cuando todavía la I Guerra Mundial podía dar muchas vueltas.

Tristes guerras...