martes, 20 de febrero de 2018

Número 182. El hombre pez



«No es posible bañarse dos veces en la misma lengua», dice Elena Álvarez Mellado, rememorando a Heráclito, al recoger el premio Miguel Delibes.
Es claro que no podemos bañarnos dos veces en el mismo río, pero no solo en cuestiones de lengua, al fin y a la postre, tampoco podemos bañarnos dos veces en la misma literatura.
La literatura escrita ha estado siempre más prestigiada frente a la literatura oral; algunos puristas incluso niegan a esta última la condición de literatura, puesto que literatura remite a letra, pero aquella se ha inspirado no pocas veces en esta y aquí estamos en uno de esos casos, en los que no, tampoco se nos contará la historia siempre de igual forma.
Al estar en un soporte material más o menos perenne, afirman los defensores a ultranza de la forma escrita, nadie podrá poner en duda cuáles fueron las palabras de Cervantes, ni cómo quiso utilizarlas, dejamos a un lado, naturalmente, las ediciones críticas. Lo que escribió Cervantes está ahí, y el texto con el que se encuentra un lector del siglo XXI va a ser el mismo que el que leyó el lector del silgo XVII, pero no, las historias que se contaron en el siglo XVII no pueden contarse, ni leerse, de la misma manera en el siglo XXI. 

Niños bañándose en el Miera, bajo la tranquila mirada del hombre pez
Por otro lado, cada lector y cada circunstancia es distinta:
No podemos bañarnos dos veces en el mismo libro. 

Me apresuré la pasada primavera a comprar y leer El hombre pez  por recomendación directa de María Ángeles, que vino a decirnos algo así como «me lo tragué de un tirón y hasta las raspas». Yo no llegué a la voracidad de nuestra amiga, pero reconozco que su lectura, que me duró varios días, me proporcionó ratos de verdadero placer e, incluso sabiendo un poco la historia, algún rato de ansiedad por ver qué ocurría al volver la página.
Luego presté el libro a una tercera amiga, porque estoy convencida de que los libros como el dinero deben circular, y ella se lo llevó a Liérganes, donde se mojaron imperceptiblemente las tapas de algo de lluvia y del espíritu de aquel pueblo, y de esa amiga pasó a otra amiga, y así hasta que ha vuelto otra vez a mí.
Me encuentro ante un libro cambiado, un libro que ha recogido experiencias de distintos lectores, desde los que no habían oído nunca hablar de la historia hasta aquellos que la han visto ahora en papel de molde lo que con anterioridad habían oído de labios de sus abuelas.
Era el caso de mi amigo J. R., al que recuerdo haberle comentado el libro cuando estaba en plena lectura: Tú tenías algo que ver con Liérganes, ¿no? Veraneabas allí, así que sabrás quién era el hombre pez.

—¡Por supuesto!—, y como había otros contertulios que no habían oído hablar del fenómeno, se apresuró a contar que se trataba de un hombre que desapareció en aguas de la ría de Bilbao, la víspera de la noche mágica de San Juan —dato importante—, para reaparecer años más tarde en la Bahía de Cádiz. 

¿Cómo pudo llegar hasta allí? ¿Cómo pudo sobrevivir todo ese tiempo aun suponiendo en él unas dotes natatorias extraordinarias? A dar una explicación verosímil del fenómeno dedica Abella su novela, en la que ha conseguido aunar lo tradición y la modernidad, el mito y la ciencia de una manera encomiable. 
Abella ha humanizado, nos ha traído al cuarto de estar otra vez, un relato mágico, despojándolo de esos elementos que nos relegan la historia al capítulo de la leyenda y trayéndola al cesto de las historias creíbles, magníficamente contadas. 

Tan bien contada que asomados al puente sobre el Miera nos decimos: Si no sucedió así, bien pudo suceder. Y tan bien contada que cada vez que nos asomemos a sus páginas, lo disfrutaremos de forma diferente, porque no es posible bañarse dos veces en el Miera.

Comentario para el club de lectura La Acequia

4 comentarios:

Ele Bergón dijo...

Pues sí he vuelto a leer tu entrada con algo más de atención y me parece que lo has resumido estupendamente, desde su principio hasta su final. Y no puedo añadir nada más a lo dicho por ti.

Besos

Paco Cuesta dijo...

Contada con tanta capacidad como la del protagonista para sumergirse.

Abejita de la Vega dijo...

Lo devoré hasta las raspas y ahora lo vuelvo a leer, en plan más gourmet. Dos lecturas distintas, ni siquiera es la misma la que realiza la misma persona. Las aguas de Heráclito no vuelven jamás.

Cada libro deja enseguida de ser uno. Tantos como lectores, tantos como lecturas. Progresión geométrica.

Un placer, Carmen.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Excelente comentario y perspectiva lectora. Me gusta de la novela precisamente lo que dices: que es novela pero también una explicación tan verosímil que se instala en la cabeza. Como si hubiéramos estado allí y pudiéramos verlo volver a su pueblo...
Me gusta lo del libro viajero. Regresó a ti: es una duda de los libros viajeros...
(Gracias por la paciencia en mi paréntesis. Regreso.)