martes, 17 de enero de 2017

Número 144. Rinconete y Cortadillo. La atracción del lenguaje


... y cumplirse al pie de la letra, sin que falte una tilde

Anda el mundo de las letras hispanas compartiendo un artículo de Elena Álvarez Mellado acerca de la controvertida tilde de solo, así que, para abrir boca, me ha parecido bien entresacar de la lectura en curso la expresión de cabecera para tenerla presente. 

No vamos a hablar de la importancia de las tildes en castellano, ni de la vieja controversia solo/sólo, pero sí del lenguaje de Rinconete y Cortadillo, pues solo por él ya merece la pena una relectura con detenimiento de esta novela ejemplar. 
Nube de palabras de Rinconete y Cortadillo generada con www.nubedepalabras.es

Cervantes, buen conocedor de Sevilla, no puede evitar la tentación de llevar a esta novela no ya los localismos y el lenguaje de la calle —«un tiesto que en Sevilla llaman maceta»—, sino también la lengua del hampa. Y así va insertando en la novela el germen de lo que podría ser un diccionario de argot, y sin duda lo que a día de hoy constituye un buen comienzo para ver el uso literario de la germanía, como representativa de una determinada clase social. 
Y así les fue diciendo y declarando otros nombres de los que ellos llaman germanescos o de la germanía, en el discurso de su plática, que no fue corta, porque el camino era largo.
Y aunque al día de hoy, y probablemente también entonces, sea necesario leer la novela con notas explicativas de eruditos editores, ya se preocupa Cervantes, dentro del mismo texto, de explicar algunas de las palabras empleadas, dando así un carácter metalingüístico a la propia narración:
Y, porque sé que me han de preguntar algunos vocablos de los que he dicho, quiero curarme en salud y decírselo antes que me lo pregunten. Sepan voacedes que cuatrero es ladrón de bestias; ansia es el tormento; rosnos, los asnos, hablando con perdón; primer desconcierto es las primeras vueltas de cordel que da el verdugo.
Siguen con atención Rincón y Cortado las explicaciones de la guía —atención al género gramatical de algunas palabras— felicitándose de haber encontrado tan buen trujamán para aquella nueva situación en la que se ven y aquella nueva tierra tan alejada de la suya. 

Llámales enseguida la atención la piedad de aquel personaje, representativo de tantos otros, siempre con la palabra Dios en la boca, y aunque han de ver que son meras frases hechas, vacías de contenido que diríamos hoy, ya les choca tanta devoción en boca de quien se adivina ganarse la vida robando y quién sabe qué otras fechorías. 
—¿Es vuesa merced, por ventura, ladrón?
—Sí —respondió él—, para servir a Dios y a las buenas gentes, aunque no de los muy cursados; que todavía estoy en el año del noviciado.
A lo cual respondió Cortado:
—Cosa nueva es para mí que haya ladrones en el mundo para servir a Dios y a la buena gente.
A lo cual respondió el mozo:
—Señor, yo no me meto en tologías; lo que sé es que cada uno en su oficio puede alabar a Dios, y más con la orden que tiene dada Monipodio a todos sus ahijados.
—Sin duda —dijo Rincón—, debe de ser buena y santa, pues hace que los ladrones sirvan a Dios.
A más de un estudioso le ha llamado la atención la corrección con la que se expresa la sin par pastora Marcela, tantas veces citada; pues bien, si nos fijamos también llama la atención la corrección, por no hablar de la gran cortesía, con la que se expresan Rinconete y Cortadillo en la novela. También nos ha asombrado cómo se expresa la gitana Preciosa, a la que su abuela gitana ha enseñado a leer y a escribir, pero en Sevilla todo parece ser diferente. ¿Acaso los pillos castellanos son siempre más cultivados que los sevillanos? 

Sabemos que Rincón ha sido instruido por su padre, «bulero, o buldero, como los llama el vulgo» al servicio de la Santa Hermandad, y a Cortado lo vemos, pese a su corta edad, ensartar refranes con la sabiduría de un aventajado Sancho: 
—Lo mismo digo yo —dijo Cortado—; pero para todo hay remedio, si no es para la muerte, y el que vuesa merced podrá tomar es, lo primero y principal, tener paciencia; que de menos nos hizo Dios, y un día viene tras otro día, y donde las dan las toman, y podría ser que con el tiempo, el que llevó la bolsa se viniese a arrepentir y se la volviese a vuesa merced sahumada.
Sin duda, estos rapaces en su recorrido por Castilla tuvieron como maestro al propio Cervantes y aprendieron a servirse de la lengua tan bien como de los naipes y las tijeras.

Rincón enseguida se da cuenta de la inferioridad intelectual del gran Monipodio, y de todos aquellos que lo rodean, y aunque desconozca la germanía, que sin duda aprenderá pronto, sabe distinguir también en el lenguaje de este hombre, las incorrecciones que comete el vulgo: 
 —Por cierto —dijo Rinconete (ya confirmado con este nombre)—, que es obra digna del altísimo y profundísimo ingenio que hemos oído decir que vuesa merced, señor Monipodio, tiene. Pero nuestros padres aún gozan de la vida; si en ella les alcanzáremos, daremos luego noticia a esta felicísima y abogada confraternidad, para que por sus almas se les haga ese naufragio o tormenta, o ese adversario que vuesa merced dice, con la solenidad y pompa acostumbrada; si ya no es que se hace mejor con popa y soledad, como también apuntó vuesa merced en sus razones.

De la importancia de los nombres propios para caracterizar a las personas con pocas palabras habla la colorida galería de apodos con la que Cervantes nos regala en esta novela: Escalante, Ganchuelo, Gananciosa, Pipota, Repolido, Cariharta... por no hablar del punto de ironía que pone por su parte al apodar a uno de los protagonistas con el sobrenombre de una figura histórica: 
...y Cortadillo se quedó confirmado con el renombre de Bueno, bien como si fuera don Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, que arrojó el cuchillo por los muros de Tarifa para degollar a su único hijo.
Por darle la vuelta, Cervantes se atreve hasta con los refranes, y si no véamoslo en este pasaje que no tiene desperdicio: 
—Pues, ¿a esto llama vuesa merced cumplimiento de palabra —respondió el caballero—: dar la cuchillada al mozo, habiéndose de dar al amo?
—¡Qué bien está en la cuenta el señor! —dijo Chiquiznaque—. Bien parece que no se acuerda de aquel refrán que dice: «Quien bien quiere a Beltrán, bien quiere a su can».
—¿Pues en qué modo puede venir aquí a propósito ese refrán? —replicó el caballero.
—¿Pues no es lo mismo —-prosiguió Chiquiznaque— decir: «Quien mal quiere a Beltrán, mal quiere a su can»? Y así, Beltrán es el mercader, voacé le quiere mal, su lacayo es su can; y dando al can se da a Beltrán, y la deuda queda líquida y trae aparejada ejecución; por eso no hay más sino pagar luego sin apercebimiento de remate.
En este comentario deberíamos haber hecho hueco también a la presencia del lenguaje musical en la obra, en la improvisación de los instrumentos, en las seguidillas tan necesarias como expresión del pueblo, pero su análisis alargaría en demasía este comentario para el medio en el que nos encontramos. Terminemos:

Por el lenguaje empieza Rinconete su evaluación de lo que ha visto y de la vida que le espera:
Era Rinconete, aunque muchacho, de muy buen entendimiento, y tenía un buen natural; y, como había andado con su padre en el ejercicio de las bulas, sabía algo de buen lenguaje...
Los muchos pecados cometidos contra el bien decir le llevan a pensar en mayores y verdaderos pecados, y la alegría con la que aquellos personajes se perdonaban los pecados:
... le admiraba la seguridad que tenían y la confianza de irse al cielo con no faltar a sus devociones, estando tan llenos de hurtos, y de homicidios y de ofensas a Dios.
Y le admiraba sobre todo la ciudad a la que habían llegado donde...
Finalmente, exageraba cuán descuidada justicia había en aquella tan famosa ciudad de Sevilla, pues casi al descubierto vivía en ella gente tan perniciosa y tan contraria a la misma naturaleza; y propuso en sí de aconsejar a su compañero no durasen mucho en aquella vida tan perdida y tan mala, tan inquieta, y tan libre y disoluta. Pero...
Su atractivo debía tener aquella ciudad, sin duda tanto para Cervantes como para sus personajes, porque todavía pasaron allí algún tiempo, pero sobre eso, Cervantes, cual prudente Sherezade que ve salir las claritas del día, pasa por encima un velo. 


Comentario para el club de lectura La Acequia.

2 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Las estancias en Sevilla marcaron a Cervantes. No olvidemos que la ciudad, en su tiempo, era la más viva de España y una de las de mayor movimiento de todo tipo en Europa. De todo tipo: llena de lo mejor y de lo peor de aquella sociedad. Y cómo supo extraerlo Cervantes. En Rinconete y Cortadillo dio un ejemplo. También del uso de la lengua sin necesidad de apéndices ni notas a pie de página.
Excelente tu análisis.

Abejita de la Vega dijo...

Sólo me tomé un café solo y me quedé solo. ¡Pongo la tilde porque me sale de las gónadas! Que le den a la RAE,la de las almóndigas.
A mí me gustan mucho también la gorja, el mosqueo, el rozno, las guripas, la aldabilla, el almojarifazgo y demás. Y de los nombres de los pícaros, Chiquiznaque y la Cariharta mis preferidos.

Mucha velita y mucho santo y luego a robar y matar. Y al cielo derechitos. Religiosidad externa, muy andaluza pero también de algunos castellanos. ¡Erasmo fulmínales!

Un placer leerte. Besos Carmen. Voy a la encuesta de tu amiga.