martes, 29 de noviembre de 2016

Número 139. Niebla. Hablar sentencioso

Recuerdo ahora a don Manuel Guerrero, el que fue mi profesor de Literatura e Historia en preu, que decía a menudo: «Como aconsejaba Unamuno, lo que puedas llevar en el bolsillo no lo llevéis en la cabeza». Con buen criterio nos recomendaba guardar el fósforo para aquellas cosas imprescindibles y las importantes confiarlas a medios más seguros, menos volátiles, como un cuaderno de notas sabiamente guardado en el bolsillo. Hoy con todos los medios electrónicos a nuestro alcance, podríamos sustituir el bolsillo por el móvil, por la nube o por Internet, que no es que sean mucho más seguros que las propias neuronas, pero la idea subyacente permanece: lo importante hay que guardarlo en lugar seguro.
No hay más arte mnemotécnica que llevar un libro de memorias en el bolsillo. Ya lo decía mi inolvidable don Leoncio: ¡no metáis en la cabeza lo que os quepa en el bolsillo! A lo que habría que añadir por complemento: ¡no metáis en el bolsillo lo que os quepa en la cabeza! 

Pintada: Nunca recuerdo lo que sueño, sueño con no olvidarme de quien soy. Fdo. 6+1-

El lenguaje utilizado por Unamuno en Niebla da para escribir una tesis: los muchos coloquialismos que introduce en los diálogos, las frases sentenciosas, desde refranes a máximas latinas, los titubeos bien traídos al papel y otros detalles contribuyen a dar una vivacidad a la obra, que se nos hace real, no soñada.

El lenguaje, a través del diálogo, va haciendo la obra. Los amigos juegan o intercambian sobre estilística literaria en un tono distendido, las familias discuten en sus casas y algún grito llega al cielo, los criados de toda la vida aconsejan echando mano de la sabiduría popular, los filósofos nos dejan sus pensamientos a través de citas que osan a veces discutir.

Sin embargo, hay un personaje que no parece encajar en este orden natural. Se trata de Rosario, la planchadora, muy probablemente analfabeta si hemos de guiarnos por los estándares de la época, que presenta un tono contenido, ni una palabra fuera de lugar en ningún sentido, sus frases son pensadas y están impecablemente construidas. Rosario parece haberse educado en un internado suizo. Mientras que Augusto trata de mantener ese nivel coloquial utilizado con las personas del entorno familiar, Rosario no abandona el registro, incluso cuando se sienta en las rodillas de su señorito y Augusto le pide que le tutee, es solo un momento, enseguida la distancia entre ellos, el cada uno en su sitio vuelve.
—Es que yo, don Augusto...
—Augusto, Augusto....
—Es que yo, Augusto...
¿Y si hablamos del lenguaje especializado de ciertas artes? ¿Esa habilidad que conocían bien los autores del 98? ¿Qué podemos decir de ese párrafo para cuya interpretación necesitamos acudir a un diccionario especializado?
Mira, Orfeo, las lizas, mira la urdimbre, mira cómo la trama va y viene con la lanzadera, mira cómo juegan las primideras; pero, dime, ¿dónde está el enjullo a que se arrolla la tela de nuestra existencia, dónde?
La novela está llena de frases sentenciosas ya desde el prólogo de Goti, personaje que nos deja numerosas perlas a lo largo de la obra:
  • La espada lleva la cruz en el puño.
  • La religión es guerrera, la metafísica es erótica y voluptuosa.
  • No hay por debajo de ella sino la estupidez de un aficionado a toros, colmo y copete de estupidez.
Esta última haría hoy sin duda las delicias de más de un antitaurino. 


Placa con el nombre de la calle Generación del 98



Citas, frases contundentes de las que se burla el propio Unamuno: 
—Pues a mí, Víctor, eso de ser o no ser me ha parecido siempre una gran vaciedad.—Las frases, cuanto más profundas, son más vacías. No hay mayor profundidad que la de un pozo sin fondo. ¿Qué te parece lo más verdadero de todo?
—Pues... pues... lo de Descartes: «Pienso, luego soy».
—No, sino esto, A es igual a A.
[...]
—¡Claro! Y, figúrate, eso equivale a decir que ser es pensar y lo que no piensa no es.
—¡Claro está!
—Pues no pienses, Augusto, no pienses. Y si te empeñas en pensar...
Frases, lugares comunes que nos llevan al ámbito doméstico tan lleno de paradojas: 
  • Estos son los que nos hacen viejos.

O aquellas con un tinte misógino:
  • Las mujeres saben siempre cuando se las mira, aun sin verlas, y cuándo se las ve, sin mirarlas.
Frases que nacen y se repiten con vocación de ser universales: 
  • Enseña mucho la vida, y más la muerte.
  • La ley nace del pecado.
  • Solo está verdaderamente cuerdo el que tiene conciencia de su locura.
  • El que no confunde se confunde. 
  • Dicen que nadie conoce su voz.
Alguna inventada, con su correspondiente autoridad, que luego la historia pondrá en boca de Wiston Churchil:
Lo que dice el refrán árabe: «Si vas a detenerte con cada perro que te salga a ladrar al camino, nunca llegarás al fin de él»
Refranes verdaderos que todos nos sabemos:
  • Nadie puede decir de esta agua no beberé.
  • Viene de fuera quien de tu casa te echa.
  • No hay mal que por bien no venga.
  • Más mató la cena que sanó Avicena.
  • El que juega no asa castañas.
La prudente Rosario de nuevo dejándonos sus pensamientos:
Lo que no se sabe es lo que no se hace. 
En definitiva y como resumen:
No se sueña dos veces el mismo sueño, 
le dice Augusto a su creador cuando ambos sueñan sus sueños respectivos.

Contribución al club de lectura La Acequia.

4 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Esta obra -por genio del autor y también por reflexión literaria... y metaliteraria- es diálogo y como tal ha sido todo un acierto que nos regales este extraordinario análisis en el que no falta ni la niebla ni los refranes, claro. Es parte de esta genialidad Unamuniana: los personajes son verbo, son lenguaje y, por lo tanto, acción pura sin intermedio de un narrador.

Ele Bergón dijo...

La verdad es que esta obra de Unamuno es para leerla, releerla, pensarla y reflexionar con todas las frases que nos va dejando. Me encantan esas sentencias que deja con doble sentido, llenas de ironía. Es verdad que no tiene párrafos muy largos, pero en sus diálogos deja una gran contundencia.


Muy buen estudio. Me gusta y mucho.


Besos

Abejita de la Vega dijo...

La planchadora desconcierta...
Me encantó y lo apunté, en la cabeza y en las notas del móvil, lo del amor como enjullo. Fui al diccionario y vi el telar de nuestras vidas.
Mucho para una sola lectura. Mi Austral necesitará más ración de pegamento.
Beso, Carmen.

La seña Carmen dijo...

Pues no veas los celos que lleva mi ejemplar, también de Austral, y lo amarillito que está el pobre. Casi se me hace un animalito doméstico de esos que gusta acariciar.