miércoles, 13 de abril de 2016

Número 114. Nóches lúgubres: rompiendo moldes

Como bien dice por algún lado la contertuliana number one de La Acequia, María Ángeles, nos toca leer uno de esos libros que solo se leen porque entran en el programa de algún examen.

Un libro de esos que, una vez aprobada la asignatura, dejas perdido en la estantería y vas acumulando sobre él depósitos de nuevas lecturas. ¿Y dónde estarán ahora Las noches lúgubres, que recuerdas vagamente como de tapas negras —esta vez muy a propósito la presentación editorial— y precedida por las también imprescindibles para todo estudiante Cartas marruecas? Recuerdas, entonces, que el libro, tu libro, lo incluiste en el lote del amigo invisible en una comida con amantes de viajes.

vista nocturna de la iglesia románica de Pinillos de Esgueva
Pinillos de Esgueva (Burgos)

Convencida de que es inútil revolver más y resistiéndome a la lectura digital recomendada por el profesor Ojeda, ¡ay!, me pongo a buscarlo en las bibliotecas, pero ¡maldición!, en las más a mano está prestado hasta mediados de mayo por lo menos. Se ve que estamos en tiempos de exámenes, haya o no haya evaluación continua con eso de Bolonia. 

Resignada a la lectura en pantalla, decido ir un poco más allá y fisgar en la hemeroteca a ver con qué se encontraron los lectores de finales del XVIII, tratar de sentir qué pudo venírseles a la mente ante el relato que se anunciaba con tan lúgubre título en apretada tipografía sin ilustraciones.

La información que sobre la publicación en la que apareció por primera vez, Correo de Madrid (ó de los ciegos), da la Biblioteca Nacional merece realmente la intrusión en este trozo de siglo XVIII digitalizado.

El Correo de los Ciegos, llamado así porque estaba destinado en principio a la venta callejera, nació durante la explosión de publicaciones durante el reinado de Carlos III, tuvo desde el principio un carácter progresista, casi transgresor. Se describe a sí mismo como «obra periódica en la que se publican rasgos de varia literatura, noticias y los escritos de toda especie que se dirigen al editor». 

Mientras para algunos críticos es una publicación totalmente anodina, para otros es una interesante muestra del periodismo crítico de las estructuras del Antiguo Régimen, al denunciar la injusticia, la desigualdad, la intolerancia... Entre sus colaboradores habituales figuraron importantes ilustrados, Iriarte, Meléndez Valdés, Forner, Manuel María Aguirre, Manuel Casal... La ausencia de firma, la utilización de seudónimos, a veces meras iniciales, eran habituales en esta publicación, lo que no siempre era del agrado de los lectores, como podemos ver en la carta publicada en el número 323, de 30 de diciembre de 1789, justo detrás de la segunda parte de la segunda noche, aunque el contrariado lector no se quejaba del anonimato de Cadalso. La publicación da la sensación de pertenecer a una empresa colectiva, llevada a cabo por un grupo de amigos que compartían un ideal común ilustrado sobre la época y la literatura. Probablemente entre el grupo que hizo posible la publicación no se precisaban otras señas de identidad. 

Cadalso había muerto unos años antes de que esta publicación apareciera, pero su obra está muy presente en ella. Sus célebres Cartas marruecas se publicaron a lo largo de 1789, justo antes que Las noches lúgubres. Estas aparecen sin firma y sin indicio de quién es su autor en ninguno de los cuatro números, ¿era suficiente el tema que trataban para identificarlo? ¿Seguía viva la leyenda de los amores necrófilos de Cadalso una década después? La primera noche apareció completa en el número 319 el 16 de diciembre de 1789, miércoles.

La presentación es humilde, una mera imitación de un tal poeta inglés Young y una cita en latín de Virgilio. Luego la NOCHE PRIMERA como título que da paso al inquietante diálogo entre Tediato y un sepulturero. El escenario pavoroso nos lo presenta el protagonista en el primer parlamento: noche, tormenta, silencio, la cárcel, el llanto, el lecho conyugal...

¿A quién espera este hombre en tan pavorosa noche? Lorenzo, el supulturero, muestra su miseria en toda su crudeza a los ojos de los lectores:
Él es. El rostro pálido, flaco, sucio, barbado y temeroso; el azadón y pico que trae al hombro, el vestido lúgubre, las piernas desnudas, los pies descalzos, que pisan con turbación; todo me indica ser Lorenzo, el sepulturero del templo, aquel bulto, cuyo encuentro horrorizaría a quien le viese.
Estamos en el siglo XVIII y todavía falta para que los decretos napoleónicos obliguen a enterrar a los muertos fuera de las iglesias. Las losas que cubren los suelos de los templos de España encierran numerosos cadáveres pudriéndose poco a poco y volviendo a fundirse con la tierra. El oficio de sepulturero es duro y solo la posibilidad de que las tumbas de los desafortunados devuelvan alguno de sus tesoros parecen compensar la dureza del oficio. 

¿Y qué es lo que mueve a Tediato a arriesgarse en el mundo de los muertos?

Mientras avanzan e intentan mover las losas, se interesa Lorenzo por lo que mueve a ese hombre a actuar de forma tan siniestra. No es la codicia, ni el amor al padre —mucho merece un padre—ni a la madre —mucho debemos a la madre —, tampoco un hermano o un hijo o un amigo...

La crudeza con la que Tediato rechaza las posibilidades familiares, las palabras dirigidas contra los progenitores, obligan a su editor, algunos años después cuando las Noches (1798) aparecieron independientemente, a hacer una llamada al lector para justificar esas palabras que sin duda escandalizarían en su momento más que la propia profanación de las tumbas: 
esta moralidad se debe entender de los malos padres, y del mismo modo las siguientes.
pero nada de ello se avisa en esos párrafos apretados en los que el joven Tediato da rienda suelta a su alma.

El mal olor y los gusanos, que empiezan a abandonar la tumba, hacen caer la losa y con ello se frustra la aventura por aquella noche. El sol asoma por el horizonte, Lorenzo se va, vuelve al mundo de los vivos, y Tediato cierra su aventura con un lamento que nos recuerda demasiado al pretendidamente enterrado barroco. 
Objeto antiguo de mis delicias... ¡Hoy objeto de horror para cuantos te vean! Montón de huesos asquerosos... ¡En otros tiempos conjunto de gracias! ¡Oh tú, ahora imagen de lo que yo seré en breve! Pronto volveré a tu tumba, te llevaré a mi casa, descansarás en un lecho junto al mío; morirá mi cuerpo junto a ti, cadáver adorado, y expirando incendiaré mi domicilio, y tú y yo nos volveremos ceniza en medio de las de la casa.
¿Primer romanticismo, tal como señalan las historias de la literatura, o último barroco?

Nos han acostumbrado demasiado a clasificar todo con etiquetas, demasiadas etiquetas, que anteponemos a la lectura de la obra y su disfrute.

Valdes Leal - Finis Gloriae Mundi


Los lectores de finales del siglo XVIII se quedarían sin duda sorprendidos cuando se empezara a saber que el autor de aquellas truculencias, de aquellos espantos injustificados, no era otro que el cultivado militar José Cadalso, hombre elegante donde los hubiera, que había puesto en solfa la sociedad de su tiempo a través de unas cartas, supuestamente llegadas desde Marruecos, y que habían ido leyendo a lo largo de ese año, 1789. Era verdad que aquel distinguido militar había querido desenterrar a su amada, y él mismo lo confesaba, en un arrepentimiento póstumo. Finis gloria mundi, todo lo puede la muerte, ni el rey ni el papa de la muerte escapan. 


Comentario para el club de lectura La Acequia

7 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

El amor y la muerte, querida Carmen, el amor y la muerte. Y todo quedaría en gusanera si no fuera por la literatura.
Me ha gustado la contextualización de la prensa. Sometida a férrea censura, solo se podía publicar jugando entre lo que se decía y lo que no se decía. No deberíamos olvidarlo a la hora de comentar algunas páginas de estos periódicos. Ya se sabe, hay que leer mucho entrelineado.

Ele Bergón dijo...

No sé qué me ha pasado a mí con Cadalso, pero nunca lo he leído.Se me quedó pendiente sus Cartas marruecas y ahora, todavía no he empezado con Las noches lúgubres. Ya voy terminando La herencia del Centeno y tenemos pendiente el comentarlo. En general me está gustando pero con sus altibajos.

También he buscado la novela de Cadalso en la biblioteca de Velilla, pero no lo tienen y eso que no anda muy mal de fondo, así que he descargado la versión digital y ahí está esperándome.

Como podrás ver en mi entrada, también he buscado la publicación del Correo de Madrid (ó de los ciegos) en la biblioteca virtual de Madrid, pero no me he dado cuenta del final de se número 323, ahora al poner tú el enlace lo he visto muy bien.Se nota que tú estás acostumbrada a bucear mucho más que yo en los soportes digitales, a mí todavía me cuesta y eso de los enlaces no lo domino. Si vi en un enlace lo de Las carta marruecas en esta misma publicación, pero no me entretuve en mirarlo. Del contenido nada puedo decirte, cuando termine con Tirso y su abuelo ¿el Centeno? ya la comenzaré a leer.

Muchos besos

Abejita de la Vega dijo...

Me gustó lo de la number one que se veía desde mi blog sin entrar en el tuyo. La number one de los maltratadores de teclas, qué pobres las teclas de mi ordenador, sobre todo la ce. ¿Qué clase de locura me posee las noches de los miércoles a los jueves? Ni Luz,que es psicóloga, sabe responderme.

La foto que encabeza tu entrada será de alguno de esos templos madrileños, imagino, donde apilaban cadáveres en el XVIII, antes de las medidas higiénicas de Pepe Botella. Menudo olorcito el de los templos aquellos, las miasmas a sus anchas y las epidemias haciendo la ola. Así pillaría el tifus la pobre Ignacia.

Me gustó entrar en esas páginas mal tintadas del Correo de Madrid, sintiéndome como una lectora dieciochesca amiga de los ilustrados, qué pocos serían los lectores y no digamos las lectoras. Una pena no tener una chupa y una peluca. Un buen chocolate no estaría mal.

No, no es un libro para leer por gusto; pero desaparece de las bibliotecas, en tiempos de exámenes. Algún día esos estudiantes dará con el Pedro Ojeda que les encamine hacia la senda de la lectura placentera.

Último barroco o primer romanticismo, qué poco sirven los encajonamientos de los manuales.
Tediato usó la razón y llegó a la mayor irracionalidad.

Un placer leerte. Y aprender contigo. Sigamos con los gusanos lúgubres, digo con las Noches lúgubres.

Besos, Carmen.

La seña Carmen dijo...

La foto no es de ningún templo madrileño, lo siento. Es de un pequeño pueblo del valle del Esgueva en Burgos, Pinillos de Esgueva, pero de las que tenía era la única o casi la única nocturna, aunque no supe cómo matar la luz, para darle un aspecto más lúgubre.

Abejita de la Vega dijo...

Poco lúgubre y el románico es raro en Madrid pero lo hay. Merecería la pena visitar el Valle del Esgueva. La provincia de Burgos guarda innumerables tesoros. Lúgubres dependiendo de la hora y la iluminación.
Besos Carmen.

La seña Carmen dijo...

Sí, hay románico en Madrid capital. De hecho creo que lo más antiguo en pie pertenece, precisamente, a la capilla del antiguo cementerio de Carabanchel, solo en uso para los que tienen comprada sepultura allí.

Enlace a la Wikipedia https://es.wikipedia.org/wiki/Ermita_de_Santa_Mar%C3%ADa_la_Antigua

Abejita de la Vega dijo...

No conocía la capilla del cementerio de Carabanchel. Románico tardío y mudéjar, pero tiene su encantom
Por cierto, que yo he puesto imágenes del que fue cementerio de peregrinos de San Amaro y no lo indiqué.
Un abrazo Carmen