lunes, 7 de marzo de 2016

Número 110. Andarás perdido por el mundo: con cariño

Hecho con cariño y buen oficio tenemos entre nosotros Andarás perdido por el mundo, el último libro de relatos de Óscar Esquivias, y estas primeras líneas van dedicadas, con todo merecimiento, a la labor de la editorial. Un libro, que como objeto material ronda la perfección, algo que en estos días se echa tanto de menos, incluso entre las más tradicionales y viejas familias editoras.

La portada, de ese verde suave degradado y relajante, ha sido muy alabada por todo aquel que se ha acercado físicamente al libro; suave es el tacto, también de todo el libro. La sugerente fotografía de Asís G. Ayerbe nos invita a perdernos entre las páginas del libro, donde hasta la fecha no he encontrado una sola errata. Algún defecto sabrán encontrarle, sin duda, los perfeccionistas de la edición, pero lo perfecto es enemigo de lo bueno, y sin duda estamos ante la buena labor de todo un equipo de profesionales, que vienen a arropar unas historias tan increíbles como cercanas.

Me detendré hoy en el cuento que para mí —probablemente para muchos lectores también— está escrito con más cariño de todo el volumen, el dedicado al tío Lolo, sea el personaje real o ficticio, interno en el psiquiátrico de Oña. 


Parque infantil en los jardines de Carlos París (Madrid)
La primera persona es en este cuento la voz de un niño de seis años, un niño que junto a su hermano lo primero que hacen al llegar a ese pueblo antes de iniciar la visita es jugar en esos columpios en los que todo adulto se hace niño, porque con ojos de niño hay que entrar en el «complejo».
—¿Qué significa «complejo», mamá?
—«Difícil». Algo complejo es algo complicado de hacer o de comprender.
Difícil atender con dignidad a los enfermos mentales, difícil incluso en estos tiempos de adelantos en que la actualidad nos hace volver la cabeza, y no vale mirar hacia otro lado, hacia ellos una vez más. Sin embargo, en Oña, y de la mano de sor María y de los habitantes del pueblo todo parece más fácil, todo más humano.

Es sencillamente cercano y totalmente plausible ese paseo por el pueblo del tío Lolo acompañado de su familia, saludando a los vecinos:
Qué bien se te ve, Bartolo. ¿Tienes visita? ¿Estás con tu familia?
Y tras esos paseos, algún vinito y algún pitillo fumado a escondidas y en familia, el tío Lolo quiere volver a lo conocido, a lo familiar, a su casa;
—¿Dónde quieres ir?
—A casa.
—...
—Al psiquiátrico.
El mundo de las enfermedades está llena de eufemismos, aunque la hermana de Lolo no esté muy ducha en la materia. Velamos nuestras debilidades, ciertas partes del cuerpo, los estados anímicos, y cuando alguna de ellas nos mata sin remedio se la nombra como «la terrible enfermedad». El mundo de los locos —¡qué bien viene en este cuento aplicar el refrán de los locos y los niños!— no se libra de este querer evitar la realidad a través del lenguaje, y ese punto de inflexión, necesariamente traumático en la vida familiar, pasa a difuminarse: «cuando enfermó».

Hasta los seres más apáticos tienen derecho a su minuto de gloria y el tío Lolo lo consigue de la mano de su sobrino un año lejano en el que sor María le había copiado curiosamente en un papel cuatro versos que hablan de un ser pequeño, nacido de un huevo, pero que puede volar, como los ángeles.   

Al tío Lolo ni se le pasa por la imaginación lo de echar a volar, se conforma con fumarse tranquilo un pito a escondidas, o quizá recordar momentos de juventud con la ayuda de una foto arrugada de periódico. El tío Lolo solo quiere que le dejen mear tranquilo, y tener alguien a mano que le ayude con la cremallera, y para eso tiene a su sobrino que amén de no dejarle solo le «socorre en un momento de gran necesidad».

 Años después aquel niño recordaría como especial aquella fiesta en la que su tío leyó una poesía hecha para niños.


Comentario para el club de lectura La Acequia.

6 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Es un cuento lleno de ternura y con un perfecto retrato de los dos personajes. Tan cercano que se hace próximo.

Unknown dijo...

Aunque todo está muy fabulado, sí hay un trasfondo biográfico o, mejor dicho, un conocimiento directo del psquiátrico de Oña y de La Florida y de las fiestas del sanatorio. Allí estuvo ingresado mi tío José Luis (Pepe) durante muchas décadas y el personaje de Lolo está inspirado en él (aunque no sea su retrato exacto).
Mil gracias por tus palabras, Carmen, también por las que dedicas al cuidado en la edición y la belleza de la portada (hecha expresamente para este libro lleno de jóvenes músicos y de bicicletas).

Abejita de la Vega dijo...

Los que lo conocen dice que el retrato del psiquiátrico de Oña no puede ser más atinado.
Me encanta el tío Lolo porque parece un personaje de Delibes. El niño está también muy bien trazado.
En Burgos decimos "voy a acabar en Oña". En Guipúzcoa decían "voy a acabar en Mondragón". En Madrid "voy a acabar en Ciempozuelos" o en Leganés.

Un abrazo, Carmen.

La seña Carmen dijo...

Así es. En cada provincia hay o había un lugar preciso donde iban a parar los dementes, y ello dejó su impronta en el lenguaje. Bien recordado, Abejita.

Myriam dijo...


Tienes mucha razón, las enfermedades asustan
"esta terrible enfermedad", más aún cuando son
mentales además por una serie de prejuicios
fruto del desconocimiento y los temores.
Este es un cuento lleno de ternura
a la vez que muestra el lugar físico
del hospital y sus rutinas y tradiciones,
muestra personajes entrañables y cercanos,
que desmistifican y hacen perder el miedo
a "eso".

Besos y perdona la demora en venir a comentarte.

Myriam dijo...

Efectivamente, Carmen, este e sun cuento entrañable y lo es aún
más cuando sabemos que tiene, aunque novelado un trasfondo biográfico.

Un abrazo