viernes, 15 de enero de 2016

Número 102. El ojo de la cerradura: personajes y tramas

Continúo la lectura de El ojo de la cerradura, de Nelson Verástegui, sin duda un libro ideal para leer en el metro. 

Un ojo, muchos ojos

Libro de relatos de distinta longitud, algunos te los lees en apenas un par de estaciones, para otros necesitas más de un viaje, y hasta lamentas que tu trayecto se acabe justo cuando la narración está en el punto más interesante y apuras unas palabras más el momento de cerrar el libro, guardar las gafas y acercarte a la puerta del vagón. Unos y otros te dejan por lo general un regusto a buena literatura.

Relatos de personajes normalmente reconocibles, personajes que podrían ir incluso sentados junto a ti, o con los que te vas a encontrar en cuanto salgas a la calle, o no, porque sus vidas pasan en sitios que te quedan algo alejados y con los que nunca te vas a encontrar, pero en todo caso terriblemente humanos y palpables. 



cerradura de la portada del libro


A estos personajes tan normales, que podrían ser nuestro vecino, nuestro compañero de oficina, la chica que nos atiende en la cafetería donde desayunamos, ese hombre maduro que pasea un perro, la médica que nos ausculta, la profesora que nos enseña inglés, o el niño que juega en la calle, de pronto empiezan a pasarles cosas no tan normales, y ahí llega el conflicto y la intriga del qué va a pasar ahora, y empezamos a devorar las líneas sin darnos cuenta, y cuando nos vamos aproximando a nuestra estación nos empieza a entrar un pelín de ansiedad porque vemos que la historia se nos va a quedar colgada.  

Gusta Nelson de dar sorpresas, de dar un vuelco en los últimos párrafos a las historias, por lo general bien tramadas y con ese elemento tan fundamental en la narración bien dosificado. A veces sencillamente no ocurre nada, al menos nada que pueda verse desde el exterior, porque el conflicto ha sido interno y apenas ha dejado huella hacia afuera. Otras entrevemos el peligro y hasta adivinamos el final desde el principio, pero aun así se mantiene el interés por leer y leer.

Historias que ocurren en el presente, o en el pasado, en el futuro o en un tiempo atemporal, apenas un rato o largos periodos de tiempo. La ciencia ficción, o quizá sea tan solo un futuro previsible, está también presente en sus relatos: el secreto de la eterna juventud se esconde en una esquina de los hitos del siglo XX. 

Debajo de cada título hay una serie de palabras clave, que quizá pretendan ser también claves para el lector. Misterio es la palabra clave que más se repite, y le sigue psiquis. Están presentes el amor y el odio alguna vez en clara aposicióneros y muerte, la amistad y el sufrimiento, la tecnología, los sucesos insólitos, la infancia y el humor... Lo divino, lo humano y lo cotidiano se entremezclan, con frecuencia en un mismo relato. 

Hay un humor fino impregnando muchos de los episodios que dulcifican aquellos pasajes que puedan resultar más impactantes. 

Paseamos con Nelson por distintos puntos de Europa, América y llegamos hasta Asia, saltamos el charco en distintas ocasiones, nos movemos en ambientes cosmopolitas o campestres, visitamos anticuarios, pajarerías, lujosos apartamentos con terrazas que dan al mar en la Costa Azul, nos empapamos de paisajes con lagos, de playas casi desiertas. No es Nelson descriptor de paisajes, pero sí de ambientes, sabe recrearlos con pocas pinceladas que sin embargo, te colocan en situación:
El desayuno había sido servido en la terraza. El clima perfecto, la primavera instalada y el sol iluminando las flores del jardín hacían olvidar el trajinar de las ciudad abajo en las calles. 
¡Ay, Nelson! Un meteorólogo te tiraría de las orejas por confundir tiempo y clima, o quizás no, quizás es que el clima, el ambiente, era el apropiado para las confidencias, o aquella ciudad contaba sencillamente con un clima perfecto. Por lo demás un jardín en un ático varios metros por arriba de una ciudad bulliciosa nos llevan a un lugar de esos que solo conocemos por las películas. 

Las palabras, las palabras, que no se le pueden escapar a un buen jugador de Scrabble van formando la novela, y aquí aparece un colombianismo y allá una frase que suena rara a los oídos europeos. Arte, idiomas y escritura, tampoco podían faltar entre los temas clave de este amante de las letras. A las letras, y más concretamente a los refranes, dedicaremos el último comentario.

3 comentarios:

S.M. dijo...

Hola, que con lo que dices de que en los relatos se parte de situaciones normales para luego desembocar en el misterio me entran aún más ganas de leerlo. Impecable la medida de la extensión de los relatos según las estaciones de metro: me recuerda una idea mía según la cual quien mejor español habla no es un colombiano o un vallisoletano sino quien sabe entrar en el metro y salir a la estación siguiente con la tía más buena del vagón tras habérsela ligado. Y peor que 'clima' hubiera sido 'climatología' ese error tan en boga producido por la falsa creencia de que cuanto más larga es una palabra más intelectual soy si la digo.

La seña Carmen dijo...

Tomaremos lo del metro como una metáfora atrevida, de esas que dominas con maestría, y no como un comentario asquerosamente machista, que a mí personalmente no me trae ningún buen recuerdo.

Ele Bergón dijo...

No es fácil hacer un buen relato corto, pero parece que Nelson Verástegui lo ha conseguido y si además nos trasporta a otros lugares, quizá de ahí lo de leerlo viajando, no sé, mejor que mejor.

Que lo añado a la lista después de leer tus reseñas.

Besos