lunes, 7 de septiembre de 2015

Número 86: Virginia Woolf (El tiempo incinerado)

Tu habitación está llena de retratos de Virginia Woolf.
collage de retratos de Virginia Woolf (Wikimedia Commons)

La segunda persona se apodera del autor ese domingo, 1 de febrero. Vuelve a su casa con una cierta inquietud. ¿Qué o a quién ha visitado? ¿Alguna exposición? ¿Quizá en el hospital y de mañana a algún familiar enfermo?

No lo sabemos, el músico, la persona, se desdobla, deja su cuerpo y observa cómo ese otro personaje evoluciona: 
Enciendes un cigarrillo. Bajas las escaleras. Pisas la calle como cuando sales al escenario para dar un concierto. Vuelves a casa.
Ya en el refugio del hogar, busca sosiego en su biblioteca, pero no vale un libro cualquiera. Seguimos sin saber por qué tiembla y por qué escoge precisamente escritura femenina: 
Buscas un libro. Diarios de Alejandra Pizarnik: "Escribir es querer darle algún sentido a nuestro sufrimiento". Y recuerdas a Marguerite Duras: "Escribir es intentar saber qué escribiríamos si escribiésemos". Sí, las dos tenían razón. Pero tienes que marcharte. Y no quieres.
Contagiándote de la segunda persona, tú te preguntas por qué fuerza el autor la puntuación, por qué corta o entrecorta las frases. ¿Una forma de exteriorizar ese desasosiego que siente? ¿Una forma de transmitirnos una de las melodías que pueblan su mente y que sus dedos trasmiten con maestría en el teclado del piano? ¿Intenta hacer lo mismo en el teclado del ordenador? 
Sólo deseas leer en silencio, lejos del ruido de ahí fuera. Hay mujeres que amas rodeándote: Virginia Woolf, Anne Sexton, Sylvia Plath... Desconoces la razón por las que hoy son ellas las que te llaman desde las estanterías de tu biblioteca.
Nombres femeninos, escritoras que conoces, aunque solo sea de nombre... y entre ellas Virginia Woolf, en su propia habitación:
Pero me diréis, le hemos pedido que nos hable de las mujeres y la novela. ¿Qué tiene esto que ver con una habitación propia? (Virginia Woolf).
No hace falta leerse todas las páginas del delicioso ensayo de Virginia para comprender que las mujeres necesitamos de una habitación propia, y alguna renta, para poder escribir con libertad. ¡Una habitación propia! ¡Un cuarto de atrás!


portada del libro Una habitación propia de Virginia Woolf

El gran poeta romántico inglés Wordsworth, en el que me sumerjo en estos días a través de un MOOC, también afianzó su vocación poética tras recibir una herencia. ¿Quién no? ¿Novelas o poemas? ¿Hombres o mujeres? Volvamos a nuestro músico poeta y diarista en ese día en que las manos femeninas le llamaban especialmente: 
En una ocasión Clive Bell [bendita Wikipedia que te desasna] se rió de un sombrero nuevo que llevaba Virginia Woolf. Ella, según sus propias palabras, se sumió en una "negra desesperación". La primera vez que lo leíste hace años te pareció una exageración. Ahora no. 
Extrañas las relaciones entre las mujeres y los sombreros, sobre todo en aquella época en la que era imprescindible llevar sombrero para salir a la calle. Un elogiable proyecto de RTVE, Las sinsombrero, trata de rescatar las figuras, ocultas más que olvidadas, de las mujeres de la Generación del 27, de esas intrépidas que rara vez están presentes en las exposiciones de la Residencia de Estudiantes, y que sin embargo, ocupan una página importante de la literatura que poco a poco va saliendo a la luz, porque sin ellas la «historia de nuestra literatura no está completa».  

Busco entre mis fotos del viaje a Londres alguna de la plaza de Bloomsbury, pero no la encuentro, solo entre mis recuerdos la breve anécdota a la vuelta, al comentarlo con los compañeros:
—Y en Bloomsbury traté de descubrir a Virginia Woolf.
—¿La encontraste? —se reía divertido Andy, un británico que no sé si ha pisado mucho las calles de Bloomsbury.

Bloomsbury Square


Fernández Magdaleno, sin duda, conoce muchísimos más detalles que cualquiera de la vida de la escritora británica, y se para en ella, sus gestos y sus retratos: 
Virginia Woolf 1927





Virginia Woolf tiene la mejilla derecha apoyada sobre su mano extendida, como si se estuviera acariciando, absorta. ¿En que estaría pensando? Quizá en Leonard Woolf, o en Las olas, o en Vita Sackville-West, o en el río. O quizá en nada.




A esta sinsombrero inglesa y universal le dedica el autor de El tiempo incinerado otra entrada cuanto menos. Es la del 9 de marzo, y en ella se da noticia de la biografía escrita por Nigel Nicolson, el hijo de Vita Sackville-West, amiga y amante de Virginia. La observación sorprende:
... no oculta algunos rasgos menos favorables de la escritora, como cierta xenofobia, o un feminismo que no llegaba a las mujeres más humildes.
La admiración del escritor por ella no se resiente: 
Y no es que yo piense que eso supone demérito alguno para Virginia Woolf, sino que le da credibilidad a la biografía de Nicolson, y me hace amar más, si es que se puede, a esta mujer maravillosa.
«El deber primordial de un biógrafo —escribe Virginia en su Orlando— es rastrear, sin mirar a izquierda o derecha, las huellas indelebles de la verdad».

La siguiente entrada en el diario es la del 11 de marzo del 2004.

Contribución al club de lectura La Acequia.

6 comentarios:

Gelu dijo...

Buenas noches, María del Carmen Ugarte:

Me ha parecido muy interesante todo lo que has conseguido interpretar en esta lectura.
Una bonita ilustración ese aciano bordado al lado del libro de Virginia Woolf.
Y otra sorpresa estupenda, al final del video que has enlazado, aparece una fotografía en la que se reconocen poetas y personas relevantes de la generación del 27.

Abrazos.

Ele Bergón dijo...

Estoy casi terminando este Diario del 2004, que es El tiempo incinerado. Según vaya haciendo entradas, iré releyendo sus palabras, porque con una vez no basta su lectura.

Esa inquietud que nota el autor, tiene su porqué y va a ir llenando las páginas de su diario. Quizá ya lo hayas leído.

Virginia Woolf, Sylvia Plath.. son algunas de las mujeres que también han marcado su vida, con sus novelas y sus poemas. Las dos autoras me encantan.

Diego Fernández Magdaleno, da tantos datos literario, filosóficos y en especial musicales, que dan ganas de algunos buscarlos, por no conocerlos, y otros volverlos a releer, pero con ellos, ya sería suficiente para llegar al final del curso.

Me gusta tu entrada, en este resalta de Virgina Wollf, su vida, sus amores y sus escritos, junto con los lugares donde los vivió.

Besos

La seña Carmen dijo...

Gelu, soy de las que suele estar en varias cosas a la vez, y las interrelaciones llegan solas.

El proyecto de Las sinsombrero hay que seguirlo muy de cerca, porque nos van a dar muchas sorpresas. Tienen página e interesantes contribuciones en Facebook.

Ele, estamos todos de acuerdo en lo de las relecturas, no es un libro para el verano y la piscina, aunque no viene mal para estar tardes frías de septiembre que ya tenemos aquí.

Virginia Woolf siempre fue una figura que me atrajo, lo mismo que casi todas las sinsombrero, aunque tampoco supiera de algunas de ellas.

Suelo ir a algunos de los actos que organiza la Residencia de Estudiantes y más de una vez he comentado con alguna amiga lo invisibles que eran las mujeres de aquella época, me refiero al de ese círculo intelectual, y creo que este proyecto les va a hacer algo de las justicia que les debemos.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Qué magnífica forma de enlazar el tema, comentarlo y ampliarlo. En efecto, Fernández Magdaleno usa la segunda persona aquí como un distanciamiento del acontecer diario, quizá para separarse de algo que aún no puede afrontar en primera persona.

Abejita de la Vega dijo...

No sé si sirve refugiarte en tus lecturas favoritas ante el sufrimiento. Tal vez lo ponga peor, como apunta Pedro Ojeda. Y el pianista elige mujeres escritoras sufridoras. Y siente especial debilidad por Virginia Woolf. La Plath y la Sexton tampoco son unos cascabeles, creo... Me gusta lo de las sinsombrero que comentas, en España no serviría porque la mayoría, rebeldes y sumisas, hacemos nuestro eso de "cabeza loca no quiere toca". Habría que buscar un equivalente dentro de las costumbres españolas. ¿Sin faja? Uy, qué barbaridad se me ha ocurrido.

Un placer compartir impresiones. Un abrazo, Carmen.

La seña Carmen dijo...

Seguro que siempre habrá una prenda, como los sostenes en Mayo del 68, que podamos quemar las mujeres. ¿Sin faja? ¡Qué ocurrencias!

Mira bien el proyecto de Las Sinsombrero (http://www.lassinsombrero.com/) porque va de mujeres españolas, las invisibles de la Generación del 27. Te va a gustar.