lunes, 13 de junio de 2011

Número 16: La primera romería que Dios envía...

Hace tiempo y en otro blog, ya le dediqué unas líneas a San Antonio de la Florida, la primera romería que Dios envía. Terminaba entonces diciendo que algún día volvería de mañana, y hoy lo he hecho:
Largas colas rodean la ermita para recibir el par de panecillos que la tradición manda. El primero es para comer y el segundo es para guardar durante todo el año, porque de esa manera no faltará el pan en tu casa. Hasta aquí todo el mundo parece estar de acuerdo, y hay quien al recogerlos besa los panes con devoción. 



—¿Qué se hace con el pan viejo?
—Pues tirarlo, porque después de un año a ver cómo va a estar...
Aunque hay quien afirma que lo mejor es dárselo a los pájaros, y una señora que está sentada en un banco intentar recordar la canción de Los pajaritos, pero definitivamente no le sale.
Otros aseguran que no vale guardarlo en cualquier sitio, sino que ha de ser en una bolsa blanca, pero las colas por recoger el pan siguen y siguen...

Dan a besar también reliquias, y se reparten estampitas con el Responsorio de San Antonio, sí esa oración cantable que empieza Si buscas milagros, mira...; pero sin duda los alfileres es otro de los atractivos populares de la fiesta. 

Antes, la pila en la que se echaban los alfileres, trece pero uno doblado estaba dentro de la iglesia, pero debido al revuelo que se organizaba, hace bastantes años que la sacaron al jardín. Hoy está en la acera, por donde pasa la gente, y una señora protesta de que a este paso la van a poner en la acera de enfrente. 



Los alfileres se compran, los venden en los puestecillos de recuerdos religiosos y unas chicas al pie de la pila:
—Alfileres, alfileres, a cincuenta céntimos. 

Un señor, vestido de chulapo, ejerce guardia para explicar a los que se acercan, prácticamente todas mujeres aunque la tradición sirve tanto para hombres como para mujeres, el rito:

Hay que echar los alfileres, luego hay que moverlos un poco y finalmente hay que meter con fueraz la palma de la mano y apretar: «Apreta, apreta», no se cansa de repetir, para a renglón seguido, cuando los alfileres han quedado prendidos en la piel sentenciar: «Dos novios, guarda los alfileres de recuerdo». Luego, ante los micrófonos de la tele despliega toda su sabiduría acerca de esta costumbre:

—Lo tradicional es comprarlos —se oyen voces de protesta al fondo y hay quien no duda en llevárselos de casa—, se echan, se revuelven, así..., así, y luego se mete la palma con fuerza. Si no ha se ha enganchado ninguno se puede repetir hasta tres veces. 

Fuera de micrófono, una devota que dice venir desde Hortaleza porque tiene gran devoción y todos los años repite, completa junto a una chica de las que venden los alfileres, que hay que prenderlos en un sitio en el que se puedan perder, porque a medida que se van perdiendo van saliendo los novios y es que San Antonio da novio, y San José matrimonio. 

La moza que a san Antonio besa el pie, casará bien, aunque lo de los alfileres parece que sirve tanto para ellas como para ellos, lo mismo que sirve el hacer un nudo en el pañuelo, acordándose del santo, para que inmediatamente aparezca un objeto perdido. Me asegura una señora que es verdad y que no hace falta ni tan siquiera rezar el consabido padrenuestro.

—Sí, que es verdad, sí —afirma una mujer de mediana edad—, que a mí me salió novio después de que se me clavaran tres alfileres, y ya han pasado cinco años.

—Lo importante es que sea bueno, porque novios sobran —dice resuelta una señora de las que hacen cola para recoger los panecillos. Y a la mente me vienen los deseos de las chicas leonesas:
San Antonio, bendito,
dame un marido,
que no fume ni beba,
y duerma conmigo.
Otro señor, impecablemente vestido de chulapo, nos da otro destino para los alfileres: «hay que prenderlos en una de las estampas», y saca del bolsillo una que dice llevar con él muchísimos años, puede que tantos como lleva su mujer, también impecablemente vestida a la madrileña.
Se ven bastantes mantones y alguna que otra parpusa, pero menos. Luego, al acercarnos apreciamos que la parpusa (gorra) suele ir acompañada del safo (pañuelo blanco), mañosagabriel (chaleco), babosa (chaqueta de pata de gallo), (camisa)... un clavel en la solapa y algunas insignias de devoción al santo. Hay mantones, ya lo hemos dicho, y vestidos de chiné, aunque también goyescas con redecillas amadroñadas y sombrillas para protegerse del sol. Pañuelos blancos a la cabeza y claveles asomando por debajo el pañuelo.


Cuenta Iribarren, siguiendo a otros autores, que la expresión Ser más chulo que un ocho, proviene del número del tranvía que comunicaba el centro con la Bombi, es decir la Bomibilla, allí mismito donde a orilla del Manzanares se expansionaban los chisperos en figones y merenderos.
Ha llegado el buen tiempo, los más madrugadores han tomado posesión en Casa Mingo, a esperar tranquilos tomando un tentempié a que pase la procesión.
El santo espera tranquilo, con el Niño en brazos, a la puerta de su ermita, los devotos pasan  a su lado santiguándose: San Antonio de Padua tiene un niñito, que ni come ni bebe y está gordito.


Actualización (09-07-2014): Según leo en un curioso artículo publicado en Estampa (1932), robar un San Antonio, tenía que ser robado, y rezarle hasta el día de su festividad aseguraba matrimonio: Un San Antonio robado, es el matrimonio asegurado. Además, si se juntaban trece monedas de dos céntimos, pidiéndoselas a los amigos, tampoco valía ir a una casa de cambios, y se echaban en el cepillo, el éxito estaba asegurado. 


Bibliografía
Cantera Ortiz de Urbina,  Jesús y Julia Sevilla Muñoz (2001): El calendario en el refranero español. Madrid: Guillermo Blázquez, Editor. 138 pp.
G. de L., L (1932): «Señorita, ¿quiere usted casarse?», Estampa, 11-06-1932, p. 28.
Iribarren,  José María (1994): El porqué de los dichos. Pamplona: Diputación Provincial, 6.ª ed. 422 pp. 

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