Pese a tener pleno conocimiento de quién fue y qué escribió María de la O Lejárraga García -como diría mi amigo Alvear, la gente en España tiene madre y por lo tanto, segundo apellido-, reconozco que apenas he leído cosas de ella, aunque vería y volvería a ver mil veces, ya fuera en teatro o en cine, esa joya humanamente literaria que es Canción de cuna.
Por todo ello, cuando en la estante de «novedades» de la biblioteca de mi barrio vi Cartas a las mujeres de España, no me quise resistir. Había llegado la hora de leer algo más de la Lejárraga y de los feminismos históricos.
En edición de Renacimiento realizada por Juan Aguilera Sastre e Isabel Lizarraga Vizcarra, se recogen en el volumen las cartas que publicaron en Blanco y Negro, durante 1915 y 1916, María Lejárraga y su marido Gregorio Martínez Sierra. Como se sabe y se recuerda en el ensayo previo de los editores, aunque las firmaba él, era ella quien escribía los textos; Martínez Sierra los repasaba antes de mandarlos a la revista. Las cartas se publicaron en un volumen de 1916 firmadas igualmente por G. Martínez Sierra.
Sorprende hoy este tejemaneje, esta «usurpación» de la personalidad, que solo el tiempo y la investigación posterior han sido capaces de dar a cada uno lo suyo; pero para entender esta obra, quizá haya que viajar de verdad en el tiempo y situarnos en aquella sociedad pacata, que quería ser moderna. Sorprende, además que, visto con los ojos del siglo XXI, estemos ante un libro «ferminista», aunque quiero entender el esfuerzo realizado por el matrimonio, y sobre todo por Lejárraga, para hacer que ciertos principios mínimos llegaran a las mujeres de aquella sociedad española de comienzos del siglo XX.
Martínez Sierra no solo firma, sino que desde una voz y una posición «masculinas», da consejos y no solo consejos, recetas morales, en un auténtico ejercicio de lo que hoy llamaríamos un mainsplaining, claramente excesivo, a las mujeres de la burguesía española. Porque no nos engañemos, pese a que las obreras aparecen en estas cartas, las destinatarias son las mujeres de la alta sociedad, seguidas por las pobres mujeres de la clase media, y digo pobres, porque probablemente a la mayoría de ellas no les quedaría demasiado tiempo para leer revistas después de encargarse de la casa y el cuidado de los hijos y demás miembros de la familia.
Hay un capítulo curioso en el que él, el varón, trata de dignificar ese trabajo doméstico que recaía sobre las espaldas de las mujeres en la Edad Media, mientras que en los albores del siglo XX, las máquinas las han liberado de las más penosas tareas: la ropa se compra hecha, ya no se teje, ya no se hila, no se lava, no se friega... Aunque todo eso sucede en Norteamérica, tomada como modelo, donde ya existen las máquinas de lavar y donde ya no se enciende la lumbre, pues existe el gas y la electricidad. Nada que ver esta estampa americana con la que nos dejó el gran fotógrafo Alfonso de su mujer, lavando la ropa con balde y banquilla en la buhardilla donde vivían en sus primeros tiempos de matrimonio.
Mi mujer (1904) por Alfonso Sánchez García |
Algunos capítulos, algunas cartas, sorprenden porque parecen salidas directamente de los mejores consejos de la Sección Femenina algunas décadas después, ese estar contentas para alegrar a los maridos que llegan cansados tras una agotadora jornada de trabajo. La mujer, el ama de casa, a pesar de su también dura jornada debe mandar a los chiquillos caprichosos a la cama prontito para poder gozar de cierta intimidad con su marido a la hora de la cena y posteriores momentos de sosiego. De no hacerlo así, el marido terminará por irse de casa a buscar lo que no encuentra en ella.
El ánimo religioso tampoco está ausente, Dios quiere que seamos felices, y para ello, nada mejor lo que tan bien resumían mis monjas y Lejárraga y Martínez Sierra desarrollan en varios párrafos: «Hay que estar siempre alegres para hacer felices a los demás». Junto a estos alegres consejos una gran lección en lo que respecta a la caridad, que debe empezar por la justicia laboral. Paguen justos salarios a sus sirvientas, les dicen a las ricachonas.
Dentro de los capítulos curiosos, «¿Qué deben estudiar las mujeres?». Bueno, pues de todo, aunque por orden: primero Ciencia, Derecho e Historia, y luego todas aquellas materias que llenaban los bachilleres de otros tiempos -por supuesto una mujer de su casa debe saber de cuentas, cálculo-, y para nuestra sorpresa en dos personas de letras, ¡consideran la gramática totalmente inútil! No hay que perder el tiempo en tratar de entenderla.
En ese dar una de cal y otra de arena, en otro capítulo se aconseja a las mujeres de la burguesía que busquen tiempo para ellas, que junten unos cuartos para poder alquilar un local y creen sociedades en las que poder reunirse a charlar de sus cosas, a oír música, a ser ellas mismas... ¡Qué importante este consejo sobre todo hoy día en los pequeños pueblos!
Madrid, 3 de marzo de 2024 |
Para terminar, me detengo en uno de los últimos capítulos en el que los autores «responsabilizan» a las madres de que los hijos persistan en el «Vicio, así, con mayúscula». Un poco excesivo cargar sobre las madres la responsabilidad de eliminar el Vicio, es decir, la prostitución, de la sociedad. En realidad los autores remiten a la necesidad de una educación afectivo sexual, tan necesaria en aquella sociedad como en la presente.
En este 8 de Marzo en el que el feminismo se ha declarado claramente abolicionista no está de más recordar alguna frase del libro: «¡Mejor que abrir casas de maternidad para mujeres deshonradas es evitar la tolerancia infame que hace de la deshonra de la mujer un juego para el hombre que se llama honrado!...»
Título: Cartas a las mujeres de España
Autores: María de la O Lejárraga y Gregorio Martínez Sierra
Editores: Juan Aguilera Sastre e Isabel Lizarraga Vizcarra
Editorial; Renacimiento.
Año: 2022
2 comentarios:
Es difícil establecer un perfil para las destinatarias de este texto "feminista". No veo yo ni a las marquesonas, ni a las clase media más bien pobre, agobiadas por la prole, ni mucho menos a las obreras. ¿Quiénes leían revistas? Una mujer que escribe y un hombre que firma, es triste.
Me recuerda esto una imagen de la mujer de M. Pidal, la gran Goyri, con un pedazo de aspirador, menudo cacharro, en una revista de la época. El texto incidia en la idea de que no por ser intelectual ha de abandonar su casa, por Dios. No se libran ni las empollonas, dos tazas de caldo.
Triste realidad de la Lejárraga y las de su tiempo. Feminismo, que era eso.
Un besazo, Carmen. Gracias por u entrada.
Bueno, mirando un poco lo que escribes con optimísmo, creo que aunque haya costado,sudor y lágrimas, hoy en día hemo avanzado bastante. Eso no quiere decir que ya abandonemos la lucha, pues en muchas sociedades y la nuestra también, todavía hay tela que cortar, porque a más de una persona, le sale el ramalazo machista que aún no ha abandonado.
Puede que más de una vez nos encontremos una Lejárraga, sacándole las castañas del fuego a su compañero. Tiempo al tiempo.
Besos
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