martes, 19 de septiembre de 2017

Número 171. Retahílas: las piedras del saco

Unos libros llevan a otros y yo llegué a este de Carmen Martín Gaite totalmente de rebote. 

¡Me ha encantado!

Y me ha sorprendido por responder a un tema muy actual: la comunicación. La necesidad de decir, de hablar, de comunicar, pero sobre todo de comunicarse. 

Empecemos por la anécdota, el pretexto, que no es ni de lejos lo mejor de la novela, sino quizá su único punto flaco. 

Una anciana centenaria, con ese sexto sentido que parecen tener todos los moribundos en las novelas, siente llegar sus últimas horas. Aún con genio, organiza ella misma, con ayuda de una nieta, su marcha al pueblo donde quiere morir. Va con ellas un baúl, que es el desencadenante de toda una serie de recuerdos. 

La nieta, Eulalia, es una mujer de cuarenta y cinco años, independiente, pero en pleno bache existencial. Llegan al pueblo en ambulancia y Eulalia, espantada por la proximidad de la muerte, huye al monte próximo por donde paseaba de niña, dejando a la abuela al cuidado de una extraña doméstica, en la que enseguida adivinamos que es algo más que una simple criada. Perdida en el monte, se encuentra un caballo, negro, salvaje, desbocado, que le trae oscuros presagios. 

En la casa, el telegrama que ha mandado con las malas noticias a casa de su hermano, ve que ha tenido respuesta en su sobrino, Germán, que se ha recorrido media España de este a oeste, de avión en avión, para estar en esos momentos al lado de su tía. 

Empiezan a hablar, a comunicarse, movidos por una fuerza casi sobrenatural, represada durante años. 




Eulalia desencadena una serie de declaraciones, de reflexiones, de viajes al interior y al exterior, sin solución de continuidad, enhebrando unos hilos con otros, en una estructura de párrafos inmensos en los que muchas veces ni tan siquiera las pausas que marcan los puntos aparecen, pero las pausas se hacen, porque el viaje intimista de Eulalia es para leerlo y saborearlo despacio, pasando casi el dedo por las palabras, por las frases, por los sintagmas... 

Emplea Martín Gaite un lenguaje coloquial lleno de expresiones de andar por casa que, sin embargo, se engarzan con metáforas que explota en todos su matices, ese mundo marino que envuelve todo el cuarto monólogo de Eulalia, por ejemplo: 
—Perdidos andamos todos, hombre. Lo único que a veces puede despertar curiosidad es saber con respecto a qué brújula. Porque a lo largo de la vida no hace uno más que inventarse brújulas... 
Antes de perderse en el mar, quizá sea bueno buscar el cobijo de los muros de casa, por viejos que estos sean, para sentirse seguros allí y dejar salir los temores que queman dentro: 
Incluso, ya ves, puede que alguna vez le preguntara yo a mamá que era la ruina, es probable y me gusta imaginar a mamá que se lo pregunté y que ella buscó la palabra en el texto trayendo el dedo a la línea, como hacía siempre [...] Son como las arrugas de la cara las grietas de una casa, que existen cuando empiezan a importar. 


Es Retahílas un libro de orfandades, de soledades vividas en lo más íntimo, sin que apenas salgan por las grietas de los muros el más mínimo indicio de lo que se cuece en el interior. Hasta que algo hay que rompe el muro y los sentimientos afloran. Tía y sobrino, dos generaciones distintas, dos personas que más allá de los lazos de sangre nada tienen que ver, dos personajes que se han estado buscando durante buena parte de su vidas. 
Y fue pasando un tiempo que no calculo, veteado de cuando en cuando por aquellas tarjetas postales que mandabas desde lugares distintos, y poco a poco dejé de esperar aquel sobre abultado a mi nombre con la explicación que me debías; días y días, noches y más noches y nada, yo creciendo, acostumbrándome al saco de piedras, hay un refrán italiano que dice una amiga de Marga: «El saco de piedras se va acomodando por el camino», pues eso me pasaba a mí según llovía tiempo encima del reinado de Colette. 
No sé si existe ese refrán en italiano o es un invento de la Gaite, en cuya obra no abundan los refranes, pero en cualquier caso es una imagen muy bien traída, la metáfora del tiempo que todo lo cura, porque con el tiempo todo vuelve a su ser. 

Hay demasiadas muertes en esta novela en la que una anciana ha sobrevivido a algunos de sus descendientes... Muertes representadas en ese poderoso caballo negro que se le ha aparecido a Eulalia, y ante el que la mujer siente frío y siente pavor en esa madrugada del verano. 

«Mira a ver ante quién te desnudas, y no me refiero a quitarte la ropa», dice una frase que recorre Facebook, y estos dos personajes, quizá porque en el fondo son tan desconocidos como dos avatares en una red social, parecen encontrar el ambiente adecuado entre los muros de la vieja casa, mientras en un cuarto interior, separado por una pesada cortina, agoniza su abuela y bisabuela. Ninguno de los dos se atreve a entrar, solo Juana, ayudada por el alcohol, parece dispuesta a cumplir con ese deber cristiano de ayudar a los moribundos a pasar el tránsito. 

pintada en el suelo con una cita de O. Paz: "porque las desnudeces enlazadas saltan el tiempo y son invulnerables".


Eulalia, la mujer independiente que ha escandalizado con alguna de sus ideas, que no se ha detenido ante nada, que ha hecho su voluntad, de pronto se ve superada por la edad y por la muerte, por ese caballo de la Muerte que se se le ha aparecido. 

Germán nos deja la imagen del niño pijo, al que no le faltan amigos con los que divertirse, estancias en Londres, dinero en el bolsillo para ir y venir, novias, que se da cuenta, justo la noche anterior cuando pasea con una amigo por la playa, de lo importante que es hablar, coger el hilo de la propia vida...

Retahílas, una novela con tantos aciertos, a la que habrá que volver para saborear cómo Eulalia y Germán van acomodando a fuerza de reflexiones las piedras en el saco de sus vidas. 


3 comentarios:

Paco Cuesta dijo...

Por lo que leo es un libro para reflexionar en el recuerdo. Me lo apunto.

La seña Carmen dijo...

Totalmente. Es un libro que según empiezas a leerlo te das cuenta de que es un libro para ir despacio, que el discurso desenfadado de los protagonistas va a dar mucho de sí.

Abejita de la Vega dijo...

Es una novela bien construida pero deprime...Las retahílas de Eulalia nos llevan a cada uno a nuestras retahílas.
Besos Carmen. Sigamos con nuestras retahílas. Me gusta la palabra con esa tilde en la i.