lunes, 12 de junio de 2017

Número 161. Pasos en la piedra. Blanco viacrucis

Apenas amanecido el día de Viernes Santo, el autor se nos permite una pequeña y poética intromisión en la historia para hablarnos de la nieve:
¡Qué bendición este manto de nieve en la mañana luminosa!

Burgos puente San Pablo nevado

Y los verbos impersonales modifican su régimen para darnos la visión del Altísimo, muy propicia para el día que amanece, uno de los días santos.
Dios nevó en el Edén el día siguiente a la expulsión de Adán y Eva. Los echaba de menos y quería ocultar todo rastro de su salida.
No tardará el autor de mostrar leves huellas en la nieve, incluso huellas borradas, pero mientras ese punto de la narración llega seguimos recreándonos en el lenguaje alegórico que busca el Paraíso a un lado y otro de la orilla del río. Y de pronto:
El niño que grita dentro de mi alma se ha cansado de suplicar una nevada gloriosa, esa gran toalla con la que limpiarle la cara al mundo, borrón y cuenta nueva que nos devuelva al sueño de la infancia.
La lengua se ha hecho familiar, cotidiana, casera, hay una toalla, probablemente blanca como los de antes, como aquellas con las que nuestras madres restregaban nuestras caras antes de ir al colegio: borrón y cuenta nueva, no importa que alguna de aquellas plumas haya estropeado la tarea, se empieza de nuevo.

Si las locuciones y expresiones fijas no formaran parte de nuestro acervo idiomático, si no estuvieran tan inmersas en nuestro modo de hablar que a veces se nos hacen invisibles, nos preguntaríamos qué hace aquí en medio de la blancura poética, ese borrón y cuenta nueva, emborronando la blancura de la hoja escolar.

Uno de los méritos de esta novela es sin duda el lenguaje que bien pudiéramos calificar de cervantino. No son solo las palabras precisas, ya sean de un campo semántico o de otro, que el autor busca, es la naturalidad con la que emplea expresiones coloquiales, muchas de las cuales llevan con nosotros tantos años como las palabras más prestigiosas de nuestros viejos diccionarios, y otras nos suenan más recientes, pero en cualquier caso es un modo de hablar, de escribir, dentro del castellano más universal. 

En aquella blanca mañana el gobernador se une a la comitiva de inspección del camino por el que ha de transcurrir el viacrucis, porque no pudo endilgar el muerto a ningún subordinado. 

No solo encontramos estas expresiones más populares en boca de sus personajes, es que él mismo las adopta como modo expresivo de transmitir la mala gana con la que el gobernador debía cumplir con sus obligaciones, aquella mañana más para estar en entre las sábanas blancas que para andar por esos blancos caminos.

Y para poner la guinda al pastel, la comitiva se encuentra tras jadeante ascensión con el monumento al Movimiento pintarrajeado con pintura roja, ¡un sindiós!. A fin de cuentas son hombres civilizados que saben entenderse, pronto logran un consenso de hacia dónde ha de dirigir sus pasos la procesión, y llegado ese momento, tras fumar la pipa de la paz, el gobernador mira por su honrilla y les pide que de lo de la pintada ¡ni mu!,  y como suele ocurrir con estas anécdotas del lenguaje, que a tantos motes han dado lugar,  el doctor Ojeda se quedaría para los restos con el sambenito de Nimú

Aunque no abundan en la obra, también hacen su aparición los refranes, puestos esta vez al menos en boca del pueblo que trabaja obligatoriamente —servicios públicos— en día festivo, más que festivo, santo: 
—¡Pa vosotros no hay descanso! —les gritó un nazareno de la Vera Cruz.
Donde hay patrón... —respondió un operario sin mirarle a la cara, mientras cargaba la pala y amontonaba la nieve contra las paredes de la calle que descendía al río. 
¿Sabrán todos los lectores completar ese refrán que por muy conocido se deja en el aire?

Mientras todo esto ocurre a la intemperie, en el taller del imaginero Tapias, este pega la hebra con el fraile Alas, el único que puede colarse en su taller para ver cómo va la restauración del Cristo lleno de mataduras, el Yacente.


Cristo yacente, foto de medio cuerpo
Cristo yacente (Foto: Pablo Lashayas)
Creo que es la primera vez que veo la palabra matadura aplicada a una talla, y más a una imagen religiosa. Dice el DRAE:



matadura.
De matar 'llagar a un animal'.
1. f. Llaga o herida que se hace la bestia por ludirla el aparejo o por el roce de un apero.

Esta casi irreverencia nos pone acertadamente en antecedentes de la reflexión sobre estas imágenes semanasenteras, sádicamente laceradas, y que sin embargo, mueven a devoción:

¿Cómo era posible que un pueblo entero se arrodillara ante semejante espectáculo de sadismo? «¡Un cadáver, Tapias, un muerto! ¡Un vampiro que vuelve a la vida con su gesto terrorífico...! ¡Ahí lo tienes, ese amasijo de ulceraciones, sin dedos y con un brazo perforado, representa la Resurrección en esta tierra!»
Las procesiones en las ciudades de la Castilla profunda no alcanzan los delirios de otras latitudes, pero tampoco les van a la zaga. La cruda realidad queda bien reflejada en la conversación entre fraile y artista, con acertadas intervenciones del narrador:
Ahí estaba el milagro, que una pandilla de supersticiosos alcanzara su particular éxtasis, mientras alguno de ellos no se aguanta las ganas de soltar: 
—¡Pero, míralo, pobrecillo, si parece que me está queriendo hablar! ¡Ay, Señor!
A pesar del laicismo que se va adueñando de la sociedad española, lo cierto es que las representaciones de la pasión de Cristo siguen efectuándose y hasta acrecentándose, algunas con bastante realismo, y año tras año, enfilan cofrades y acompañantes su particular viacrucis.


Imagen del viacrucis: Jesús llevando la cruz, cofrades vestidos de blanco, público y tres cruces en primer plano.

Venid, venid, lamentos, 
cercad mi corazón 
pues canto tu pasión, 
Jesús, y tus tormentos.
Enciendan mis acentos,
  el pecho más helado. 
Llorad, pues, ojos míos,
llorad por vuestro amado.(1)

Notas

(1) Primera estrofa y estribillo de Los sayones, canción que con distintas melodías se canta en varios pueblos de España durante los actos de la Semana Santa.

Comentario para de la novela Pasos en la piedra para el club de lectura La Acequia.

11 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Tu acertadísima entrada me ahorra una similar que pensaba hacer. El trabajo con el lenguaje en esta novela es magnífico. Va de lo coloquial a lo lírico, de lo costumbrista al juego irónico, de Torrente Ballester a Valle Inclán. De hecho, esto provoca que haya que leerla con mucha atención.
Gracias por esta brillante entrada.

Ele Bergón dijo...

Me encanta tu foto de la nieve y más en estos tiempos de calorina.

Después de leer tu entrada y el comentario que te hace Pedro, no voy a tener más remedio que volverla a empezar y esta vez continuarla hasta el final. Tengo todo el verano por delante.

Besos

La seña Carmen dijo...

No es "mi foto", es una foto bajo licencia Crative Commons, sacada de Wikimedia. Está correctamente codificada, pero como las credenciales no son visibles al ojo humano, lo aclaro.

Buen, si se trata de disfrutar del lenguaje, también la puedes leer a saltos, esto sin que se entere el autor :-).

Abejita de la Vega dijo...

Leerla a saltos no es mala idea ni creo que al autor le parezca mal. Es majo, el mejor piropo que dedica un burgalés a alguien.

El chivitero del poeta ermitaño convertida en iglu me gustó especialmente una mañana en que abrí la novela al azar. Confirmado,se puede leer a saltos, ya sabes Luz.

Le sacas el jugo con maestría filológica. Si yo fuera el autor y leyera lo de cervantino te perdonaría automáticamente lo del bacalao salao y el mantel guarrindongo de sudario.


Besos, Carmen.

Abejita de la Vega dijo...

"Donde hay patrono no manda marinero" se decía mucho cuando yo era niña. Aceptar las jerarquías era parte de la educación, ahora no sé, no sé. Había que obedecer a los mayores en edad, dignidad y gobierno. Ahora tendrían que buscar en Google qué significan palabras tan extrañas.
Besos, Carmen.

La seña Carmen dijo...

Donde hay patrón no manda marinero se sigue diciendo y mucho, o por lo menos se decía hasta que llegó mi jubilación. El jefe no siempre tiene razón, pero es el jefe también se dice, pero tiene un carácter mucho más anglosajón.

A mí me gusta mucho la variante terruñera Donde manda el amo se ata la burra, y si se ahorca, que se ahorqué, cuya segunda parte me enseñó nada menos que Óscar Esquivias.

Una característica de los refranes, que pocas veces se registra, es que solemos recordar, sobre todo en algunos casos, a quién se lo oímos por primera vez.

Abejita de la Vega dijo...

Artículo primero: el jefe siempre tiene razón.
Artículo segundo: cuando el jefe no tiene razón se aplica el artículo primero.
¡Heredado del Duce!

La seña Carmen dijo...

Hay por ahí una versión por lo menos con un paso intermedio, pero bien está ir recuperando estas cosas.

Gracias, maja.

Mery Varona dijo...

Tu crítica me parece tan estupenda que ahora mismo voy a buscar el libro. Aquel viernes santo del 77 que recuerdo mejor que la de este año.
Gracias.

Myriam dijo...

Me encantó esta entrada tuya, la disfruté mucho y me llevaste a prestar atención a detalles que se me habían pasado y a saborearlos realmente (leí todas tus entradas jajajajaja ya vi que mandaste a de la HUERGA a lavar el mantel, por ej, mañana te pongo comentario en las anteriores y que ahora lo hago desde el móvil, que este bobo puede escribir cualquier cosa).

Me hiciste reír con lo del Nimú para los restos, pero sí... Jajaja.

Un abrazo, Cármen

Paco Cuesta dijo...

Al acierto del lenguaje, yo añadiría la claridad y eficacia para mostrar ese "fervor" atávico costumbrista que algunos vivimos en la tierra de Castilla.