domingo, 7 de mayo de 2017

Número 157. Emilia

Ayer tuve ocasión de asistir a esta obra de teatro de la que llevaba tiempo oyendo hablar y leyendo algunas críticas, todas bastante positivas, pero ¡quién se fía de las críticas a estas alturas en las que todas suelen repetir lo mismo!

Casi todas destacan el feminismo patente en el texto, porque antes de que existieran los feminismos ya había feministas. Poca novedad es esta, ciertamente, porque ya sabemos que desde siempre existieron mujeres extraordinarias, pero quizá la novedad no sea tanto que de vez en cuando salga a la luz una, sino que detrás de esa vayan apareciendo otras, otras conscientes de que no son menos que los hombres, y menos en ciertos áreas donde la biología nada cuenta, y sí los aspectos de educación, de tradición, de voluntad, de poder, sobre todo de poder.

Sobre un fondo negro y letras rojas aparece la imagen de Emilia Pardo Bazán de medio cuerpo, de frente, apuntando con una escopeta al espectador
Cartel promocional de la obra tomado de la web Teatro del Barrio
La imagen elegida por Teatro del Barrio para su cartel promocional no se corresponde a ninguna escena real de la obra, no hay una escopeta física apuntando al espectador o a otro personaje o personajes, pero sí es una buena metáfora de la palabra directa, la palabra como arma que acusa a esos académicos que desde sus poltronas vetan sistemáticamente la entrada en la Academia de una mujer, porque es mujer. 

Esa escopeta es esa frase «¿verdad, don Leopoldo?» que repite la protagonista fijándose en un determinado punto del patio de butacas. Don Leopoldo es Clarín, uno de los mayores enemigos literarios de la Pardo Bazán, que en la obra permanece cobardemente mudo:  «Ya se cansará esta loca», parece decirnos con su silencio. Él, Clarín, creador de una Ana Ozores que se ahogaba entre las paredes de su casa porque su marido solo pensaba en ir de caza, no podía ver con buenos ojos a aquella descarada capaz de recibir a sus amantes, especialmente a su «ratoncito» en la propia. Y doña Emilia, siempre directa, nos recuerda la palabra con la que la calificaron sus coetáneos una y otra vez: puta, puta, puta. 

Sin embargo, este comentario no quiere ir por terrenos ya trillados, sino destacar la excelente labor de una actriz, Pilar Gómez, que ha sabido ponerle cuerpo, talle y voz a doña Emilia Pardo Bazán. No solo por aguantar sin titubeos los 60 minutos que dura el monólogo, sino también por la serie de matices que introduce en las distintas escenas: desde un marcado acento gallego en las escenas más coloquiales, más de calle, hasta ese acento dulce, familiar, nada meloso, de las escenas más intimistas. De diez la escena erótica de ese encuentro con Galdós a través del cual entendemos por qué la escritora quiere poner a su amigo, a su amante, un monumento. 

Excelente también la iluminación que va marcando los distintos escenarios de la obra, desde los públicos a los más domésticos pasando por los luminosos, florales y festivos de una Valencia que homenajea a la escritora con una gran fiesta y una gran paella. 

El vestuario ayuda también a la recreación del personaje, una falda con un discreto polisón que viene a dar volumen al contorno de la artista, ya sabemos por sus retratos que doña Emilia era abundantes carnes, y con los consiguientes guiños a ese físico: «Mis posaderas caben en un sillón de la Academia», y ese «yo me miro al espejo y no me veo fea, guapa no, pero fea tampoco». 

El texto, salido de la pluma de Noelia Adánez, no puede ser más ajustado y preciso; un texto que en 60 minutos hace llegar al espectador las inquietudes de una mujer del siglo XIX, extraordinaria, privilegiada, pero mujer. 

En definitiva, un espectáculo muy recomendable.

Teatro del Barrio ha iniciado una gira interna por los barrios de Madrid y en sus planes está llevar sus obras a otros puntos de España. No os perdáis Emilia, si tenéis la ocasión.

1 comentario:

Abejita de la Vega dijo...

Espero poder verla. Emilia qué gran personaje real. Esa palabra de cuatro letras cuánto veneno exprime. Mujer libre e inteligente, no se lo perdonarían.

Besos, Carmen.