lunes, 1 de agosto de 2016

Número 127. ¡Ay, Barbi!

Hace días que, como estaba previsto —«se lee en dos días», es la opinión general— terminé de leer la novela de Barbijaputa La chica miedosa que fingía ser valiente muy mal. No es una autobiografía, ella lo ha aclarado mil veces, pero sí tiene muchos elementos autobiográficos, ha declarado también en las numerosas entrevistas. Es autoficción, ha clasificado algún crítico, y yo avanzaría más: es un poco la biografía de todas.

La chica miedosa, Bárbara, engancha porque casi desde el primer momento nos vemos identificadas en esa joven aterrorizada ante una entrevista de trabajo, temerosa de meter una y otra vez la pata, como todas, aunque a ella, al final, le sonría la suerte y consiga el trabajo, algo que en la realidad solo le pasa al elegido mientras que el resto de los candidatos se queda esperando la próxima oportunidad. También nos gusta porque es mujer de carne y hueso, no ficticia, y tiene una regla normal, no de novela, con dolor de riñones, mal humor y excitación añadidas, y reniega, como todas, del castigo que la naturaleza nos ha impuesto una vez al mes. 

Engancha porque, pese a ser miedosa, quiere vencer ese miedo volando lejos del hogar, cortando los invisibles hilos que a modo de cordón umbilical la mantienen unida al sofá de su casa, a sus padres y a sus hermanos, unos hilos fuertes y débiles a su vez. 

Bárbara, la andaluza de pelo rebelde, llega a Madrid con la maleta llena de ilusiones, dispuesta a volar en el sentido más literal, porque enseguida conseguirá un trabajo como auxiliar de vuelo en una compañía aérea de primer orden, cuyo convenio parece haber sido hecho por el mismísimo Marx, una compañía que cuida a sus trabajadores alojándolos en hoteles de lujo y dándoles los merecidos descansos entre vuelo y vuelo, menos cuando toca puente aéreo, porque esos días son agotadores.

Barbi tiene el trabajo ideal, la compañía ideal, los colegas ideales... Comparte piso con otra chica y dos chicos cerca del aeropuerto, lo que le permite llegar puntual a los vuelos cuando la avisan en el último minuto. Solo parece molestarle de su trabajo el color corporativo, esa uniformidad impuesta a rajatabla y esa sonrisa más impuesta aún, que consigue al segundo intento.

Además en uno de los vuelos conoce al que sería EHMMDM (o algo así), es decir, el hombre ideal, el compañero ideal, del que se enamora y con el que consigue sin demasiados esfuerzos mantener una relación, que durará hasta que...

Al principio de la novela vemos una Barbi que busca nuevo piso en un barrio alejado del primero, porque EHMMDM (o algo así) ha dejado de serlo, o al menos han roto la relación y ella debe recuperarse de ese trauma, de ese y de algún otro...

Visto desde fuera, aunque la novela esté escrita en primera persona, todo es bastante previsible. Hay pocas sorpresas en las relaciones de pareja de Barbi, en las relaciones con los compañeros de piso, en las relaciones ocasionales, en sus relaciones en ese trabajo a tanta altura...


primer término de unos calzoncillos de rayas tendidos en una cuerda. Al fondo, más ropa.

De lo mejor de la novela, sin duda, son las relaciones familiares, esa familia formada por papá, mamá y hermanos, y esa familia más extendida, la abuela, los primos y esa tía que todos hemos tenido. Barbi ha sabido muy bien distribuir como nadie los roles, y ahí vemos a ese padre de familia, profe de matemáticas en los ratos libres, tendiendo la ropa o dando la vuelta al puchero mientras le explica a su hija que el corazón lo tenemos a la izquierda y no a la derecha. De la madre se nos dice que tiene jornada partida y que también está siempre ahí, para terminar de explicar lo que el padre, con su mente demasiado lógica, no ha sabido rematar. Una madre que un día, con los hijos ya grandes, decide volver a conducir, entre otras cosas.

Conocía a la Barbijaputa articulista de los medios digitales y en menor medida por sus tuits, siempre redactados impecablemente en una prosa ágil y un castellano envidiable en estos tiempos en los que todo el mundo parece ir a la carrera y en los que incluso los catedráticos comenten deslices ortográficos. Barbi domina el lenguaje en todos los registros, y esto es un plus a priori para lanzarse a leer una novela en pleno verano y con la que está cayendo.

Pero ¡ay!, y llegamos a ese ¡ay!, que me ha llevado a titular este comentario. Pero, hija de mi alma, ¿cómo se te ha ocurrido en ciertas páginas hablar de tener sexo como sustituto del castizo follar? Si se te habían acabado los sinónimos siempre puedes recurrir a las perífrasis o a las metáforas, o incluso, a la desesperada, y si me apuras, ilustrarte en el Diccionario secreto de Cela, que ya sabemos que es muy machista, pero de lengua sabía algo. Lo que tú quieras antes de caer en ese vulgar anglicismo que en español, por más que se empeñen algunos, suena horrendo y ambiguo, porque tener sexo, tenemos todos, aunque solo sea el que aparece en el carné de identidad.

No te perdono ese detalle, ni el más grave de no haberte dejado llevar por la literatura, el no haberte recreado en las situaciones, en los personajes, en los paisajes, en las descripciones, para que tus lectores hubiéramos podido recrearnos también contigo. Vas demasiado deprisa, nos dejas con las ganas en más de un momento, dejas algún cabo suelto, aunque al final consigues que nos sintamos también todos un poco huérfanos, y no diré más. Vas por buen camino, pero sosiégate, mujer, y recréate en lo que nos estás contando, que una novela no ha de leerse en un asalto, como si fuera un artículo en el periódico. 
Cartel: ¡Precarios, parados, indignados! ¡¡Sol-idarizate!! ¡¡Sol-uciones!! 17 mayo, 2011


Pertinente la inclusión de la gestación del 15M, de ese 15M que tanta huella ha dejado en algunos de nosotros, aunque a decir verdad tu cronología no se corresponde con la mía, pero este es un detalle menor: dormíamos y despertamos. 

Y sí, entre los méritos de Barbijaputa también está la inclusión de refranes en lo que escribe, aunque solo sea para dejar claro su desacuerdo con algunos de ellos, pero de ellos, de los refranes, hablaremos en una segunda entrega, porque hay aspectos interesantes.

7 comentarios:

Contando los sesenta dijo...

Voy con retraso de tus lecturas pero me apunto también esta.
También yo sigo a Barbi en twitter y leo sus columnas con fruición.
Me gustan tus críticas, permíteme que te lo diga.
Saludos.

Abejita de la Vega dijo...

Tamaña sorpresa al ver esos calzones...Una vez repuesta, te agradezco que me des a conocer a Barbijaputa. Si te enteras de su identidad, ya sabes mi dirección. Me gusta, aunque no lea a Cervantes, ni a Larra...Ya es un triunfo que domine la ortografía. Pienso en las treintañeras de ahora, tan distintas a las que peinamos canas y cincos o seises en las decenas.
Un abrazo y disfruta del verano gomellano.

La seña Carmen dijo...

Acabo de decirle a una amiga, más o menos de nuestra edad, que lo poco que han cambiado las cosas.

Yo también llevo retraso de tus viajes. Es el verano, que las siestas quitan tiempo, peor ¡qué bien vienen!

Contando los sesenta dijo...

Déjame que, por una vez, difiera. Las cosas han cambiado mucho. Ahora, las mujeres podemos elegir. Elegir si queremos casarnos o no. Si queremos aguantar al marido o no. Si queremos vivir solas, no tendremos que dar explicaciones. Elegir si queremos tener hijos o no. Y, sobre todas las cosas, podemos trabajar y disponer de nuestro dinero, que es lo que, finalmente, nos permitirá elegir.

La seña Carmen dijo...

Abejita, no pillo lo de la identidad. Como seudónimo para mí el suyo es tan válido como otros, y visto lo visto hace bien en ocultarse.

La seña Carmen dijo...

Vale, Mery, pero nosotras ya habíamos dado ese salto. Aún quedan otros que dar más sutiles, como al que a ciertos trabajos, y no precisamente el de azafata, hayas de ir con tacones. Sí, los chicos han de ir con corbata, pero eso llevaría a un análisis en detalle para el que ahora mismo no hay líneas.

La seña Carmen dijo...

Se me olvidaba, los calzoncillos en la cuerda son un guiño a la novela. Uno de los pasajes que más me han gustado es ese en el que la madre se empeña en tender la ropa --nunca lo hace porque es labor que siempre hace el padre-- mientras habla con su hija, y el padre, que asiste de espectador le va dado indicaciones de cómo tender lo pantalones para que no se formen arrugas, porque luego cuesta quitarlos con la plancha.

Me hizo recordar una anécdota personal en la que hace años salíamos de trabajar a altas horas de la noche y un compañero, al ver que llovía, comentó: "Seguro que Yolanda (su mujer) no se ha dado cuenta de quitar la ropa de la cuerda". Mi compañero podría ser muy bien el padre de Barbi.