En un salón ricamente alhajado del alcázar, las damas esperan que los señores vuelvan de la partida de caza. Las damas son jóvenes y bellas, pese a que la ausencia de los hombres les ha hecho descuidar un poco el atuendo. Su entretenimiento no es otro que las labores propias de su sexo y condición.
A una parte del hogar se veía una mujer joven y asaz bien parecida, vestida con descuido a la moda del tiempo y sentada en una pesada poltrona, notable por su madera y por el mucho trabajo de adornos y relieves con que se había divertido el artista en sobrecargarla; descansaban sus pies en un lindo taburete, y se hallaba ocupada en una delicada labor de su sexo.¿Cuántas veces no hemos visto en las películas de época reproducida esta escena? Parece como si Larra tuviera delante una de ellas y la cámara fuera recorriendo uno a uno los detalles de mobiliario y personas que adornan la estancia:
Ayudábala enfrente de ella a su trabajo y a pasar las horas de la primera noche otra mujer todavía más sencilla en su traje y poco más o menos de su misma edad. Todo lo que la primera le llevaba de ventaja a la segunda en dignidad y riqueza, llevaba la segunda a la primera en gracia y en hermosura. Tez blanca y más suave a la vista que la misma seda, estatura ni alta ni pequeña, pie proporcionado a sus dimensiones, garganta disculpa del atrevimiento y fisonomía llena de alma y de expresión. Su cabello brillaba como el ébano; sus ojos, sin ser negros, tenían toda la expresión y fiereza de tales; sus demás facciones, más que por una extraordinaria pulidez, se distinguían por su regularidad y sus proporciones marcadas y eran las que un dibujante llamaría en el día académicas o de estudio. Sus labios algo gruesos daban a su boca cierta expresión amorosa y de voluptuosidad a que nunca pueden pretender los labios delgados y sutiles, y sus sonrisas frecuentes, llenas de encanto y de dulzura, manifestaban que no ignoraba cuánto valor tenían las dos filas de blancos y menudos dientes que en cada una de ellas francamente descubría.Gran y clásico retrato de la dama que pronto sabremos será la protagonista. Están todas las metáforas, todos los símiles para hacernos partícipes de su belleza. De las cualidades físicas se pasa a las morales, bastante más parca la descripción de este aspecto, seguramente intencionado. Algo le ocurre a la dama, algún pesar enturbia su existencia, y el narrador nos deja un breve apunte, la dama es irresistible:
Cierta suave palidez, indicio de que su alma había sentido ya los primeros tiros del pesar y de la tristeza, al paso que hacía resaltar sus vagas sonrisas, interesaba y rendía a todo el que tenía la desgracia de verla una vez para su eterno tormento.La cámara se mueve por la estancia para terminar de completar el cuadro con la presencia de otras damas, algo alejadas de la escena principal:
En el otro extremo del salón bordaban un tapiz varias dueñas y doncellas en silencio, muestra del respeto que a su señora tenían.La distracción es momentánea y la cámara vuelve sobre las damas principales:
—Elvira—decía doña María de Albornoz a su camarera—, Elvira, ¡cuánta envidia te tengo!El conflicto está servido: los ricos también lloran.
En esquema la novela de Larra es un folletín romántico, donde no falta ningún elemento, muchos de ellos previsibles. Caballeros arrogantes, damas desconsoladas, pajecillos traviesos, la noche, canciones, cruce de espadas... De la razón por la que doña María de Albornoz se siente desgraciada ya nos han dado un avance las murmuraciones de otros dos personajes de la corte, su marido quiere repudiarla para escalar nuevos títulos y prebendas. La dama es u obstáculo en su camino.
Mas ¡ay!, si la alta dama tiene seguro que su marido no la ama, su camarera tampoco es completamente feliz en el matrimonio: ha caído en la rutina, y a pesar de la honestidad de su corazón, el terreno está presto a recibir la semilla de las canciones galantes.
Llegados a este punto, y pese a que la mayor parte de los especialistas vean en esta obra un trasunto de los amores prohibidos del autor con Dolores Armijo, o a lo mejor por ello, Larra nos ofrece una visión bastante banal de las mujeres. Sus buenos sentimientos pueden llevarlas a hechos heroicos, o descabellados, según se mire, pero a la condesa, ante la no anunciada llegada de su marido lo único que le preocupa es su aspecto demasiado sencillo, impropio para recibir a tan alto esposo:
—¡Cielos! No le esperaba. ¡Ah! estoy demasiado sencilla; Dios sabe si no será perdido el trabajo que emplee en adornarme.El altivo marido no se muestra indiferente al atuendo de su esposa, que ha pedido a sus damas que la atavíen deprisa y convenientemente.
—¡Pesarme a mí de tu venida! Yo que no deseo otra dicha sino tu presencia y que sólo para ti existo.
—Y que sólo para ti me engalano, pudierais añadir, hoy que os encuentro tan prendida sabiendo que estoy en el monte.
Contribución al club de lectura La Acequia.
3 comentarios:
Esta entrada tuya me ha resultado de gran interés. En primer lugar, por su visión desde la perspectiva de los estudios de géneros. En segundo, por esa conexión con el propio Larra.
Los románticos dieron avances notables en esta perspectiva (la libertad de elección en el amor, los derechos individuales, etc.), pero también construyeron unos ciertos tópicos con su literatura que nos han llegado hasta la actualidad y no han sido del todo beneficiosos. Ese ideal de belleza o la dualidad entre mujer ángel/demonio, por ejemplo.
Y sí, Larra no dejaba de estar ciertamente resentido...
No había visto esta entrada.
Acertaste: banal. La mujer es vista en toda su banalidad. Y yo con estos pelos. Era el siglo XIX, tampoco se podía pedir peras a los olmos. Eso sí, las heroínas medievales de Larra son capaces de jugarse el pellejo, como Elvira ante el rey, muy simpático él, le sugiere el tormento...
¡Qué aburrimiento, borda que te borda! Pienso que harían algo más...
Todavía hoy queda mucho de esa visión romántica y banal. Toda sentimiento y nada de materia gris.
Besos, Carmen.
Interesante Perspectiva, Carmen.
Gracias!
Saludos
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