miércoles, 14 de octubre de 2015

Número 92. El licenciado Vidriera: Los niños y los locos dicen las verdades

Para algunos de sus contemporáneos, y para no pocos lectores y críticos posteriores, las andanzas de un estudiante en Salamanca, al servicio de unos amos ricos, y sus posteriores viajes por Italia y Flandes, y aun el fallido incidente amoroso que le llevó a la locura, no son más que pretextos, en el sentido más literal, para colar una serie de adagios —frases breves pero provechosas en el sentido— que, siguiendo una moda muy en boga antes de que la Inquisición empezara a hacer de las suyas, habían puesto de moda una serie de escritores e intelectuales encandilados por las doctrinas de un tal Erasmo, que había sido capaz de recoger el saber clásico en 4151 proverbios. Erasmo, por cierto, había escrito también una obra titulada El elogio de la locura.

Hagamos un poco de historia. En 1500 aparece en París la primera edición de los Adagios de Erasmo. En ella se halla buena parte del saber enjundioso de la Antigüedad, aderezado por los acertados comentarios del propio Erasmo, que afirma en el mismo prólogo que «las sentencias y los vinos mejoran con los años». La obra fue un éxito y el propio autor se encargó de irla enriqueciendo con su saber y nuevas aportaciones en sucesivas ediciones, siendo la de Basilea de 1536 la definitiva. 

La obra de Erasmo, escrita en latín, llegó pronto a España y tuvo gran difusión entre los intelectuales españoles que no dudaron en dar a la imprenta glosas de la propia sabiduría popular castellana. Recuérdese, por ejemplo, que la obra Refranes famosísimos glosados se publicó en Burgos, en la imprenta Fadrique de Basilea, en 1509. La llegada al trono de Carlos V propició esa difusión de la obra de Erasmo, cuyas sucesivas ediciones de los Adagios se convirtieron en un auténtico best-seller de la época. Solo el encarnizamiento de la Inquisición con las obras de Erasmo y los erasmistas consiguió frenar el entusiasmo por esta sabiduría. Luego vendría Trento y la Contrarreforma que dejarían durante muchos años los Adagios completamente expurgados.
vasijas de vidrio coloreado, la una con forma de cabeza humana y la otra en forma de racimo

En un mundo en que apenas se pueden decir las verdades, en que la crítica social es sin duda peligrosa, solo un loco, puesta su sabiduría en forma de adagios, puede andar gritando a los cuatro vientos esas verdades en el menor de los casos incómodas. Al bufón se le permite todo. 

El licenciado Vidriera podría habérnoslo presentado Cervantes ya loco, sin embargo, ha preferido mostrarnos sus orígenes y la forma en que adquirió esa sabiduría, esa sabiduría que desde que sabemos de él quiere alcanzar. La ha conseguido con el estudio y también algo con los viajes probando la vida del soldado, pero sin llegar a sentar plaza. 

Tomás Rodaja, víctima quizá del único pecado de lujuria que probó en su vida, tras grave enfermedad por envenenamiento se vuelve loco creyéndose de vidrio, y las distintas capas sociales empiezan a verse representadas en las transparencias de ese loco que dice las verdades en forma sapiencial. 

La primera sentencia que pronuncia el licenciado lo hace en latín, es un cita bíblica ¿puede concebirse mayor y solvente autoridad dentro de la ortodoxia?
Filiae Hierusalem, plorate super vos est super filios vestros (Lucas, 23, 28)
Pese a venir en latín la cita, el vulgo la entiende y duda de la locura del que se cree de vidrio.
Entendió el marido de la ropera la malicia del dicho y díjole:—Hermano licenciado Vidriera (que así decía él que se llamaba), más tenéis de bellaco que de loco.
¿Son dichos comunes puestos en bonitas palabras con los que Vidriera sentencia los juicios a los que se le somete? Sin lugar a dudas, Cervantes saca partido al juego entre lo culto y lo popular, como vimos en el comentario anterior en el pasaje de los azotes al muchacho. La letra con sangre entra, venían repitiendo los tratadistas desde el siglo anterior, en muchos casos tomándolo al pie de la letra, aunque también tomando la sangre como el vigor que da la juventud tan necesario para el aprendizaje. 

Vidriera es llevado a la corte en unas «árguenas de paja, como aquéllas donde llevan el vidrio» y siguiéndole el juego consiguen que se manifieste sobre distintas causas y sobre todo oficios: clérigos, poetas, arrieros, alcahuetes, dueñas, escribanos, músicos, hasta las propias ciudades en pugna por al corte —Madrid y Valladolid— son sometidas a su locura ejerciendo de juicio.
De Madrid, cielo y suelo; de Valladolid, los entresuelos.
Actuando como hombre prudente, vuelve con frecuencia a apoyarse en las Sagradas Escrituras, y en las citas clásicas de Ovidio. Sabe nadar y guardar la ropa, ante quien, pese a su locura, puede llevarlo ante el Santo Oficio:
Nadie se olvide de lo que dice el Espíritu Santo: Nolite tangere christos meos.Y, subiéndose más en cólera, dijo que mirasen en ello, y verían que de muchos santos que de pocos años a esta parte había canonizado la Iglesia y puesto en el número de los bienaventurados, ninguno se llamaba el capitán don Fulano, ni el secretario don Tal de don Tales, ni el Conde, Marqués o Duque de tal parte, sino fray Diego, fray Jacinto, fray Raimundo, todos frailes y religiosos; porque las religiones son los Aranjueces del cielo, cuyos frutos, de ordinario, se ponen en la mesa de Dios.
Recupera Vidriera la cordura, por intervención de un fraile jerónimo, y  con ella, al igual que don Quijote, recupera su verdadero nombre, o aun más el nombre que heredó de sus padres. Renacido en el licenciado Rueda, vestido como procede, porque el hábito hace al letrado y un abogado pobre no deja de ser un pobre abogado, intenta ganarse la fama con su sabiduría, pero ¿quién hace caso a un loco?
Señores, yo soy el licenciado Vidriera, pero no el que solía: soy ahora el licenciado Rueda; sucesos y desgracias que acontecen en el mundo, por permisión del cielo, me quitaron el juicio, y las misericordias de Dios me le han vuelto. Por las cosas que dicen que dije cuando loco, podéis considerar las que diré y haré cuando cuerdo. Yo soy graduado en leyes por Salamanca, adonde estudié con pobreza y adonde llevé segundo en licencias: de do se puede inferir que más la virtud que el favor me dio el grado que tengo. Aquí he venido a este gran mar de la Corte para abogar y ganar la vida; pero si no me dejáis, habré venido a bogar y granjear la muerte. Por amor de Dios que no hagáis que el seguirme sea perseguirme, y que lo que alcancé por loco, que es el sustento, lo pierda por cuerdo. Lo que solíades preguntarme en las plazas, preguntádmelo ahora en mi casa, y veréis que el que os respondía bien, según dicen, de improviso, os responderá mejor de pensado.
Excelente discurso donde caben todas las figuras de la retórica, pero sin duda no suficientes para convencer al público. El licenciado Rueda no puede ganarse como cuerdo el pan que tan fácilmente se ha ganado como loco: los aforismos de un cuerdo ya no sirven, y puede que hasta estén proscritos. 
¡Oh Corte, que alargas las esperanzas de los atrevidos pretendientes, y acortas las de los virtuosos encogidos, sustentas abundantemente a los truhanes desvergonzados y matas de hambre a los discretos vergonzosos!
El Cervantes soldado tiene para su personaje un fin digno, aun dentro del fracaso que supone no poder dar cumplimiento a su verdadera vocación. Las armas son tan dignas como las letras, la espada lo es tanto como la pluma, y Flandes el territorio idóneo para empezar una nueva vida: 
Esto dijo y se fue a Flandes, donde la vida que había comenzado a eternizar por las letras la acabó de eternizar por las armas, en compañía de su buen amigo el capitán Valdivia, dejando fama en su muerte de prudente y valentísimo soldado.

monumento en el castillo de Cartagena semejando lanzas


Comentario para el club de lectura La Acequia

4 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Bien vista esta conexión erasmista del licenciado cervantino: solo loco, recoredemos, uno se permite jugar con fuego...
Un beso.

Abejita de la Vega dijo...

Cervantes echa en su redoma un mucho de su biografía, un mucho de las tradiciones antiguas, bíblicas o grecolatinas, y también un mucho de sus autores favoritos. Erasmo como acertadamente indicas. Coge una novela italiana con su libertad, recordemos las procacidades del Decameron, le añade un sinfín de ingredientes, los cervantiza y zas, una obra genial y única. Cervantes y está todo dicho.
Los niños y los locos dicen la verdad. En todos los pueblos y ciudades había antes la figura del loco que iba por la calle diciendo lo que no se atrevía nadie a decir. En el Burgos de mi infancia había uno muy conocido. Nadie le molestaba.
Un placer entrar aquí sin galbana alguna. Un abrazo fanfic, Carmen.

Anónimo dijo...

Hay demasiadas incógnitas en la vida de Cervantes, pero sus obras, al filtrarse en los personajes, nos dejan algunas pistas. Cervantes se traviste de loco para decir en forma de sesudas sentencias lo que no pudo decir como pobre soldado.

Ele Bergón dijo...

Como dice Abejita, en todos los pueblos siempre ha habido un loco. En Pardilla ya te hablé del Sr. Román, pero además teníamos al Juanines, y a dos de sus hermanos, que si no estaban locos, poco les faltaba. Curiosamente eran mis vecinos, así que algo se me habrá pegado a mí.

¡Qué curioso que el licenciado Vidriera, hablase tanto y tan bien cuando se creía de cristal y menos en los ratos que anda cuerdo!

Besos