El autor vuelve una vez más sobre sí mismo, a hablarnos de sus insomnios, de sábanas vacías, que me recuerdan a Sabina, y de su largo viaje desde las piedras de la alcazaba de su ciudad natal a las de un sobresaliente edificio en Brooklyn, la sede de la Hispanic Society. En el camino encuentros en Roma con intelectuales, conferencias en ciudades germánicas donde hasta el ocio está organizado y otras anécdotas personales que van haciendo la vida de un escritor.
El Cid. Hispanic Society (Wikimedia Commons) |
Largo camino salpicado de paseos solitarios en los que el escritor puede viajar al interior de sí mismo.
Archer Milton Huntington, un enamorado de España, recorre sus caminos en las postrimerías del siglo XIX y primeros albores del XX. Va tras las huellas de sus héroes, de sus escritores, de sus artistas. Ante su cartera repleta se abren todas las puertas, todos los arcones, los ropavejeros revuelven en lo más profundo de sus almacenes, los farmacéuticos en sus reboticas, los bibliotecarios en sus fondos y los artistas abren sus ventanas a la luz del día para que el americano puede admirar y comprar sus obras.
... recorría el país comprándolo todo, comprando cualquier cosa, lo mismo el coro de una catedral que un cántaro de barro vidriado, cuadros de Velázquez, y de Goya y casullas de obispos, hachas paleolíticas, flechas de bronce. Cristos ensangrentados de Semana Santa, custodias de plata maciza, azulejos de cerámica valenciana, pergaminos iluminados del Apocalipsis, un ejemplar de la primera edición de La Celestina, los Diálogos del Amor de Judá Abravanel, llamado León Hebreo, judíos español refugiado en Italia, el Amadís de Gaula de 1519, la Biblia traducida al castellano por Yom Tob Arias, hijo de Leví Arias, y publicada en Ferrara en 1513, porque en España ya no podía publicarse, el primer Lazarillo, el Palmerín de Inglaterra en la misma edición que hubo de haber leído don Quijote, la primera edición de La Galatea, las ampliaciones sucesivas del temible Index Librorom prohibitorum, el Quijote de 1605, y tantos otros libros y manuscritos españoles que nadie apreciaba y que fueron vendidos a cualquier precio a aquel hombre que viajaba en automóvil por los caminos imposibles del país y vivía en un trance perpetuo de entusiasmo hacia todo, de prodigiosa gula adquisitiva...La labor de este filántropo también destacará durante buena parte del siglo XX por su labor editorial, la publicación de esos trabajos para los que siempre la madre patria fue madrastra, un catálogo de obras tan imprescindible hoy para los hispanistas que forma un buen trozo de esa España inmaterial.
Llega el autor al edificio de la Hispanic Society en autobús urbano, en uno de esos recorridos que hemos hecho todos alguna vez en las ciudades que visitamos una vez cumplida la visita a los monumentos principales. Un largo viaje en el que vemos bajar y subir tipos diferentes, miramos atentos por las ventanillas, empezamos a sentir inquietud a medida que nos alejamos del centro... En el horizonte, detrás, todavía pueden verse las Torres Gemelas, estamos aún en el siglo XX.
El señorial caserón les abre sus puertas como si fueran los únicos visitantes en mucho tiempo, realmente lo son; por los empleados tampoco parece pasar el tiempo, aunque sus ropas sí den claras muestras del pas inexorable.
A pesar de la atmósfera decadente que nos muestra el escritor, a pesar de que hace tiempo que murieron sus mecena, la Hispanic Society sigue moviéndose, a su ritmo eso sí. El Hispanic Seminary of Medieval Studies nos va abriendo poco a poco las puertas del conocimiento de Sefarad.
Cerradura de forja castellana (valle del Esgueva) |
Contribución a la lectura de Sefarad, Una novela de novelas en La Acequia
5 comentarios:
"Sefarad" comienza en un museo y termina en un museo, la Hispanic Society, tan llena de tesoros, tan lejos y un tanto abandonada, al menos hace quince años.
¿Escapó hasta allí la monja de Mágina?
¡Ay, Abejita! Sin querer desvelar intrigas, el último capítulo, y mirando hacia atrás toda la novela, me ha producido, precisamente, una sensación de abandono, de desván donde se van acumulando los trastos --las historias--, al que subimos de vez en cuando y nos para encapricharnos con algún recuerdo arrumbado y con el que nos entretenemos unos cuantos días, hasta que otro día, nos encontramos con otro diferente. Creo que si no fuera por la impecable prosa, esta novela de novelas se haría demasiado pesada.
He estado de viaje y me he llevado la novela de novelas, pero sólo la leí en el Ave, después la olvidé. Luego he vuelto a Pardilla y la seguí olvidando en Madrid. Ahora que he vuelto la retomaré.
Es una novela que cuando la estoy leyendo me apasiona,pero después, la puedo dejar, sin que quiera volver a ella.
Voy por el capítulo Münzenberg y creo que es una novela para leerla, aunque sea larga, sin muchos descansos, y a mi , en realidad me gusta comentarla después de tenerla toda leída. Abejita y tú habéis hecho mejor los "deberes". Yo lo voy a seguir intentando.
Cómo siempre me gusta mucho tu entrada por todo lo que nos vas descubriendo y esa palabra de ropavejeros, me la has hecho recordar y de cómo me gustaban esos hombres que iban de pueblo en pueblo recogiendo las "zarrias" que diría mi madre.
Besos
Dado que ya no nos tenemos que examinar, cada uno puede acercarse a la literatura al ritmo que quiera y como le dé la gana. Yo sabía que iba a tener tiempo antes y algo menos ahora, así que...
Me encanta ver escrito lo de zarrias, aunque no sé si termina de encajar.
¿Iba por Pardilla el tio Loco? Yo le recuerdo comprando de todo, pero no creo que ninguna de aquellas reliquias haya terminado en ningún museo.
La foto de la cerradura la saqué durante una entrevista a un personaje curioso, que en cierto modo me recordó un personaje de La gaznápira, pero hasta aquí puedo leer.
Me ha gustado tanto la entrada como este diálogo que hay entre vosotras en los comentarios, tan ilustrativo. En efecto, en esta referencia de Sefarad hay una parte de homenaje y una parte de desván o archivo: pero un archivo polvoriento que permite ser visitado de forma lenta para sacar de él lo mejor para el presente y el futuro. Y, sobre todo, que no nos permite olvidar.
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