martes, 23 de diciembre de 2014

Número 60. A la sombra de la paz

Los pueblos prosperan a la sombra de la paz

Comentario para el club de lectura La Acequia de La sonrisa robada de José Antonio Abella.


«Y es que en las guerras, lamentablemente, solo hay muerte, dolor y vergüenza, nada más; la razón y la justicia quedan al margen.»
«En las guerras los soldados deberían volverse de culo y disparar contra los que los mandan.»
«Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen.»


Las citas anteriores, no todas anónimas, pero anonimizadas intencionadamente, quieren resumir el horror de los horrores: las consecuencias de las guerras para los inocentes e incluso para los culpables. El pueblo es quien sufre todas sus consecuencias, el pueblo en sentido amplio, el pueblo personificado en cada individuo, en cada hombre, en cada mujer, en cada niño, en cada anciano, incluso en cada soldado: 

A la guerra me lleva mi necesidad;
si tuviera dineros, no fuera en verdad.

No siempre los dineros sirven hoy para librarse del frente o de las calamidades, aunque sí pueden ayudar a poner tierra por medio, a ponerse a salvo en otro país, en otra tierra, mientras vuelve la paz a la propia. 

El Rin a su paso por Colonia
La ciudad está en ruinas, las iglesias reducidas a escombros, las cañerías reventadas, la leña agotada y los cuerpos siguen tiritando de frío al abandonar el invierno. Los pocos habitantes que no han podido o no han querido salir de la ciudad sobreviven ateridos, apretujados, dándose calor y sostén unos a otros, con profundas heridas en el alma cuando no en los cuerpos. Miran con esperanza la primavera que se anuncia en esas briznas y florecillas que quieren salir entre los escombros, y cuando el final y la paz parecen tocarse con los dedos, entonces llega el horror.

Las violaciones masivas y sistemáticas son utilizadas como un arma de guerra. No solo quieren producir un efecto psicológico de desgaste, sino que con frecuencia quieren también borrar toda semilla del enemigo y sustituirla por la propia: no solo los niños son enemigos potenciales, también los futuros representan una amenaza y deben ser aniquilados.

Las violaciones de mujeres alemanas, principalmente por parte del Ejército Rojo, fueron un hecho constatado históricamente, aunque poco conocido. La imagen que nos ha llegado de los alemanes durante la II Guerra Mundial va unida unívocamente a los crímenes del nazismo, a los horrores de los campos de concentración, pero poco se habla de los horrores que ellos mismos sufrieron al término de la guerra, ni de las vejaciones que sufrieron ellos mismos, y sobre todo sus familias, a medida que los ejércitos aliados avanzaban.

El número de violaciones, de abortos y de suicidios entre las mujeres fue tan notable que son estadísticamente comprobables. De hecho, al contemplar todavía estampas de los horrores del final de la guerra y la destrucción de las ciudades —Colonia, por ejemplo, quedó destruida casi en su totalidad— hay quien susurra que no entiende cómo no se lanzaron los supervivientes al Rin, pero el orgullo de ser alemán —«somos alemanas», repite la madre de la protagonista— y la constancia volvieron a levantar esas ciudades en poco tiempo. De hecho, fueron las mujeres, principales sobrevivientes de la masacre, las que iniciaron ese remover los escombros y empezar a edificar una Alemania nueva.

Berlín. Postdamer Platz

Edelgard, la protagonista de La sonrisa robada, lo ha perdido todo, todo menos la dignidad de vivir, la sensibilidad para contemplar las estrellas y tender puentes imaginarios, y para defender la memoria de los que se fueron antes que ella. Edelgard y Sigrid, dos mujeres de la nueva Alemania, que aun dentro de su enfermedad, de su minusvalía, terrible secuela de la guerra, no dejan de mirar al futuro, aunque saben que por fuerza ha de ser limitado. 

A Natalia, que sufre ahora mismo una de esas malditas guerras.

5 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

En un mundo desolado la única forma de guardar la dignidad es interior. Excelente comienzo para leer la obra.

Abejita de la Vega dijo...

Los libros de Historia hablan muy poco de todo eso. Se vengaron del horror con más horror. Horror superlativo. Nos viene muy bien tu entrada, Carmen. Es el punto de partida.

Edelgard y su hermana quedaron destrozadas pero se refugian en la música, la poesía, la Naturaleza, la correspondencia y el amor. Belleza.

José Fernández quedará atrapado en el sueño de la muchacha sin sonrisa. Su amigo José Antonio Abella también.

Un abrazo navideño.

Ele Bergón dijo...

He leído ya unas cuantas páginas y al igual que el poeta José Fernandez, y el autor Abella, como bien dice Abejita, me estoy quedando atrapada en este libro que tiene tantas lecturas; una de ellas, la de lo que pasó con los vencidos y que pocas veces se ha dicho, como tan bien los lo apuntas, es de las más interesantes.
.

Besos

Luz

La seña Carmen dijo...

Después de escribir el comentario recordé cómo en el final de la película El pianista se apunta la suerte de los vencidos, especialmente de los soldados.

Definitivamente todos perdemos en las guerras.

La seña Carmen dijo...
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