miércoles, 1 de octubre de 2014

Número 55. ... es agua passada con la cual, como dizen, no puede moler el molino... (III)

A decir verdad, en la entrada anterior, no pensaba haberme entretenido con las mujeres de este Quijote apócrifo, pero se me cruzaron en el camino y por algo sería.

Volvamos pues aguas arriba, una vez más, hacia donde queríamos ir y detengámonos en las cartas del capítulo segundo, la que don Quijote le escribe a su amada y la respuesta que esta le da, y que llevaran al protagonista al desamoramiento explícito del capítulo cuarto, donde ya diré que encuentro todo una logro esa nueva denominación del protagonista, El Caballero Desamorado, aunque poco le dure, pues enamorado o no de la moza de la venta, querrá vengarla y redimirla de las infamias sufridas, volviendo así a tener una nueva musa al servicio de la que poner sus armas.

Mosaico con temas quijotescos de la estación de Alcázar de San Juan
La carta de don Quijote a su amada se nos presenta de tal forma que, incluso rodeada de un texto para nosotros hoy «antiguo», sabemos reconocer en ella esos arcaísmos, esas efes forzadas a principio de palabra: fermosura, finojos, fallar..., esa sintaxis imposible: «maguer que muchas vezes ando embuelto en sangre de jayanes cedo» (p. 130); y ese, en fin, juntar palabras altisonantes sin ton ni son, y a poder ser con los adjetivos por delante: enojoso reproche, dulce enemiga, imperial acatamiento,..., que la sitúan fuera de lugar y de época. Don Quijote, todavía Caballero de la Triste Figura, le escribe a su amada una elevada carta —siempre según su criterio— a fin de obtener un hipotético perdón por alguna falta, y conseguir con ello que siga siendo la musa que le guíe en sus aventuras.

No sabemos la edad de don Álvaro, enamorado de una joven de dieciséis años, de un serafín, pero notamos la burla que hace el mismo don Álvaro de los amores desiguales del hidalgo:
adminore no poco, señor Quijada, que vn hombre como v. m., flaco y seco de cara, y que a mi parecer passa ya de los quarenta y cinco, ande enamorado, porque el amor no se alcança sino con muchos trabajos, malas noches, peores días, mil disgustos, zelos, çoçobras, pendencias y peligros, que todos estos, y otros semejantes, son los caminos por donde se camina el amor. Y si v. m. ha de passar por ellos, no me parece tiene sujeto para sufrir dos noches malas al sereno, aguas y nieues como yo se por experiencia que passan los enamorados (p. 124.)
A juzgar por la descripción de don Álvaro, los enamorados del siglo XVII debían tenerlo muy difícil con tantos trabajos, y sin duda, por ello también, el señorito don Álvaro no duda en cambiar los versos a la luz de la luna de las noches frías granadinas por una juerguecita en Zaragoza con los amigos. Curiosa forma de entender los amores. 

Por otro lado, lo de que no era sujeto don Quijote para sufrir penalidades queda descartado no solo por lo pasado de sus aventuras, sino por la gran resistencia física que mostrará a lo largo de la novela ante apaleamientos, golpes, puestas en cepo, y mil penalidades físicas que sufrirá en esta nueva salida.

«Malas noches y peores días» ya había pasado don Quijote en la primera parte, según el pasaje en el que Sancho sospecha de la bella Dorotea:
—Esto digo, señor, porque si al cabo de haber andado caminos y carreras, y pasado malas noches y peores días, ha de venir a coger el fruto de nuestros trabajos el que se está holgando en esta venta, no hay para qué darme priesa a que ensille a Rocinante, albarde el jumento y aderece al palafrén,pues será mejor que nos estemos quedos, y cada puta hile, y comamos (El Quijote, I, cap. XLVI).
Ahora bien, ¿qué lleva al enamorado don Quijote a desamorarse de Dulcinea en este Quijote apócrifo?

Ya dijimos que la presentación que de la labradora Aldonza Lorenzo nos hace Avellaneda por boca de Sancho no puede ser más demoledora. Desabrida y puerca, pero también trabajadora, aplicando estiércol en días de lluvia, la honrada labradora no puede por menos que sentir que le están tomando el pelo al verse llamar Emperatriz y Dulcinea de la Mancha, nombre este de Dulcinea que hoy por fuerza de la costumbre puede parecernos normal, incluso bonito, pero que en la realidad manchega de la época no podía por menos que sonar ridículo. Así que la honrada mujer no puede por menos que resumir su realidad reafirmando, al final de la carta, su verdadera identidad (p. 132):
Mi nombre propio es Aldonza Lorenço, o Nogales por mar y por tierra. 
Nada se nos dice, aunque entendemos que es esta negativa, este querer ser tratada como lo que es y no como  emperatriz, la que lleva a don Quijote a desamorarse, así, de la noche a la mañana, y que quiera hacer bien notorio este su nuevo estado del ánimo. Así decide que hará de su desamoramiento divisa de tal forma que un pintor le pinte en la adarga (p. 151):
dos hermosíssimas donzellas enamoradas de mi brío y el Dios Cupido encima, que me esté asestando vna flecha, la cual yo reciba en el adarga, riendo del, y teniendolas en poco a ellas, con vna letra que diga alrededor de la adarga
El Caballero Desamorado
La locura, o más bien la ridiculez de este caballero se pone de manifiesto a continuación con unos disparatados versos, que al lector moderno se le escapan, pero que seguramente en su época encerraran buena parte de las disputas entre aquellos hombres que vivían muy cerca unos de otros en el Barrio de las Letras:
Sus flechas saca Cupido
de las venas del Pyrú,
a los hombres dando el Cu,
y las danas dando el pido.


Bibliografía

FERNÁNDEZ de AVELLANEDA, Alonso (1614 - 2011): El Quijote apócrifo. Ed. Alfredo Rodríguez López-Velázquez. Madrid, Cátedra. 

Contribución para el club de lectura La Acequia.




3 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Avellaneda construye un don Quijote más lineal que Cervantes, pero sin duda interesante porque lo hace enfangarse con la realidad continuamente. De ahí que se desenamore por eso mismo, porque es consciente de los desplantes de Dulcinea, perdón, de Aldonza ya.
Gracias por la contribución. A mí también me gusta esa nueva denominación del personaje.

Ele Bergón dijo...

Hola seña Carmen.

Por estos sitios sin círculos creo que la Ele se entiende mejor.

He de decirte que a mi también me gusta eso del desamoramiento; ahora que el Alonso acabe desamorado, no lo creo tanto. Menudo es.

Yo de momento no ando en esos estados, que ya los tuve en sus días y menudo follón tuve en mi cabeza, no fue tanto como se empeña en decir el tal D. Álvaro, pero tuve mis preocupaciones, con una y con otra.

La Ducinea es la que el Alonso quiere ver además la ve, por eso se enamora y sin embargo, mi padre tiene algo de razón en presentar a la que en realidad es la Aldonza Lorenzo que no tiene desperdicio y es que la realidad y el deseo tienen su desarmonía ( por seguir con el des)

Señá Carmen, cuánto entiendes de palabras, me doy cuenta en eso que dices de fermosura, finojos, fallar...
que las tendré que mirar en el diccionario, pues son de la época de mi padre y ya sabes que yo ando en estos siglos del XXI que todo es tan distinto.... como mi family y yo.

Ya me voy reponiendo de la resaca de las fiestas de este mi otro pueblo donde también habito.

Choque de manos

El Sanchico

Abejita de la Vega dijo...

Un Quijote enamoradizo, que no desenamorado o desamorado. Así veo yo al Quijote de Avellaneda, que no es el que a mí me gusta. Que yo soy incondicional al de Dulcinea, al cervantino.
A tontear a las justas, nunca hubiera hecho don Alonso Quijano. Don Martín Quijada es otra cosa, es fruto de unos tiempos de palo y tentetieso, en el que los curas de pueblo podían enviarte a la cárcel con cadenas. El cura cervantino es metete y lector a escondidas de libros de caballerías, mas no es familiar de la Inquisición.

No me extraña que se te cruzaran las mujeres, son las antiheroínas de esta novela. Las de la venta, la mondonguera, la Aldonza repostona, qué condición tan dura la de su vida.

Un abrazo. Caarmen, encantada de leerte y seguirte.