viernes, 27 de junio de 2014

Número 52. El río que nos lleva (y II): Creencias y supersticiones


Luna en creciente
«Eso es sabido, que la luna gobierna la mar, la sangre y las hembras.»

Así de contundente se muestra Quico, un curandero pastor al que don Pedro ha llamado para arreglar la maltrecha pierna de Shannon. 

Don Pedro es un hombre culto, no en vano ha sido catedrático de instituto en Cuenca. Hasta su jubilación, en 1931, impartió Psicología, Lógica y una asignatura de «interminable denominación: "Deberes éticos y cívicos y rudimentos de Derecho"», pero sabe que para arreglar las fracturas, nadie como el Quico. 

Nos puede parecer sorprendente que Sampedro se ponga de parte de los curanderos, tan denostados y perseguidos por la medicina oficial, y lo haga, precisamente, a través de otro personaje ilustrado, don Pedro, al que no podemos menos que imaginarnos como un Sampedro anciano, sabio y de barba blanca, dando consejos con voz firme. 

Don Pedro sabe que hay un médico cerca —«se ofreció a llamar al médico de Mazuecos»—, pero prefiere confiar en la sabiduría y buenas manos de un pastor, el Quico:
Anda, Quico, mira ese golpe... No tema; de huesos rotos sabe más este pastor que el médico. Deja las patas de ovejas despeñadas como si nunca se hubieran quebrado. Y sin rayos X, ¿verdad, Quico? Como un brujo.

Shannon acaba de perder un amuleto de coral, una manecilla, porque «ha debido cumplir ya su misión», se consuela para sí, mientras Quico se dispone a reducirle la fractura a lo vivo: «Aguantando, amigo, que más padeció Cristo en la columna».

Quico también sabe de medicinas: 
Limpia la herida, aplicó el Quico unas hierbas que acababa de machacar, y luego sujetó la pierna con unas tiras de corteza y unas tablillas.
[...]
Estas hierbas son mu rebajadoras, y las he cogido en luna tierna. 

Todavía recuerdo cuando alguien me habló de lo conveniente que era cortarse el pelo, precisamente, en luna tierna. Sabiduría no contenida en los libros, que Sampedro no duda en acreditar a través de la curación progresiva de su personaje, y la Luna, como reguladora de todo lo que fluye en la tierra y en la mar.

Ficción, literatura, podríamos pensar, pero en nuestros pueblos todavía quedan los testimonios agradecidos de pacientes de esos curanderos de la posguerra. Veamos uno de ellos para que podamos comparar con el pasaje que nos relata Sampedro: 
El médico me quiso cortar la pierna, pero me llevaron donde la curandera y [...] con un kilo de sal, un litro de vinagre y saúco, me vendaron la pierna así, con unas toallas, bien caliente, con las tenazas me las tenían que poner, hasta que se reventó todo el pus, que la tenía así. Me la curó de esas maneras. [...] Después me mandó que quemaría palos de gavilla, y que lo cribara con un cedazo y con vinagre y sal, las cataplasmas, y aquí me tienes con la pierna.(1) 

Las cabañuelas, esa práctica que predice el tiempo que va a hacer al año siguiente según el tiempo que hace los primeros días de agosto, es conocida por el Quico, pero ahí le pone el autor, a través del propio Quico, algo más de escepticismo y de «método científico» para la predicción a corto plazo. Hermoso pasaje este de la conversación entre don Pedro y el Quico:
—Y de pronto tendré que estar a verlas venir —dice el viejo—. Tal como se afigure el primero de agosto, así barruntará el enero que viene, y asimismo a cada día, cada mes.
—Entonces será fácil.
—¡Quia! ¿Y dentro del mes cómo se sabe? Hay que ponderar el viento y el tempero de cada hora, y si las nubes son machos o hembras, y si se buscan o si se huyen... ¡Más cosas...! No es fácil, no, don Pedro. Hay que llevar mucha historia a las espaldas, como yo... La historia es to, señor, pa que usté me comprenda... Yo de letras no sé, pero sé de convivencia... Claro, cada hombre tiene su dignidá.
Distintas fases de la Luna

Este mismo mes, en la misma Ribera del Duero, una amiga me hablaba de un hombre de campo de su pueblo, que anotaba desde siempre diariamente los datos meteorológicos y hacía ciertas predicciones:
—Lo que hace el día de la Ascensión hace durante el mes de junio.
—El día de la Ascensión, que fue el jueves pasado,(2) llovió, hubo tormenta.
—Eso le dije yo, pero me dijo que también hizo calor, así que el mes de junio va a ser caluroso y con tormentas. 
No merece la pena tratar de constatar que el calor en junio y las tormentas son habituales en este mes, y es que como decía un tío de mi madre entre San Juan y San Pedro hay tormentas porque los santos riñen por la misma novia. El pueblo le da valor a las cosas, amuletos, e interpreta los signos del cielo as su manera, incluso con su poética.

Los amuletos son personales, como ese que Shannon ha perdido en el río, pero también como ese nuevo amuleto que le llega en forma del mensaje que el niño salvado de las aguas le envía escrito en un trozo de papel de envolver.

Observemos cómo el autor escoge con cuidado las palabras en este pasaje, casi diríamos que las mima:
A Shannon se le saltaron las lágrimas. Dobló el mensaje religiosamente y lo guardó en su cartera, mientras se le agolpaban muchas emociones. Aquello era que un ciclo se cerraba y otro se abría; era que el padre río no robaba amuletos, sino que cambiaba la mano de coral por este escrito —la superstición por la lectura; era que Shannon no solo había salvado una vida, sino, además, una mente; era que el mundo desbordaba de cosas por hacer y que con ellas podían llenarse muchas vidas de hombre; era... tantas, tantas cosas, resumidas todas en un gran orgullo, en una enorme humildad.
Hermosa antítesis con la que se cierra el pasaje, y en seguida vuelve a aparecer la vena popular para cerrar el capítulo, y por nuestra parte la lectura de la novela:
Las maderadas se vienen,
las maderadas se van,
y nosotros nos iremos,
y no volveremos más.

Notas
(1) Testimonio real extraído de una entrevista realizada en un pueblo de la Ribera del Duero a una mujer de 86 años, a principios del 2014.
(2) Es curioso que tras muchos años de que la Iglesia católica haya trasladado la fiesta de la Ascensión al domingo, en la sabiduría popular se siga «celebrando» en jueves, que nos hace recordar el todavía conocido refrán: Tres jueves hay en el año, que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christie, y el día de la Ascensión.

Contribución a la lectura del club La Acequia

5 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Sampedro quiere resaltar los valores del pueblo, de ahí esa atención a las creencias y supersticiones. Hay toda una meditación antropológica en un momento en el que el único lugar en el que ampararse de la historia era, precisamente, la continuidad de esos saberes y creencias populares.
Magnífica aportación la tuya. Gracias.

Abejita de la Vega dijo...

En los años cuarenta no era mucho lo que podía saber un médico, y lo que podía hacer. No me extraña que se acudiera a los curanderos. A veces era mejor no caer en manos de un galeno...lo deduzco de lo que me cuentan los que vivieron aquellos años. La de los sesenta de mi infancia no era muy allá pero, al menos, había antibióticos.
La luna nos gobierna, ejerce su influjo sobre las mareas, sobre el agua..y nosotros somos agua.
Sampedro muestra la sabiduría popular con respeto y cariño.
Pasaré por tu interesante entrada otra vez cuando llegue a esas alturas del libro. Estoy en La Esperanza.
No gastas galbana al escribir. Un abrazo.

La seña Carmen dijo...

Mis recuerdos son muy vagos, pero a mí también me llevaron una vez a una curandera, me había torcido un pie y no terminaba de ponerse bien. La mujer me masajeó el pie, me dio algún tipo de loción, me lo vendó y en pocos días estaba andando bien.

Yo, por el contrario, sí estoy convencida de los conocimientos de los médicos de los años cuarenta, y quizá tenían más mérito que los de ahora. Ahora, si no fuera por todos los aparatejos por los que nos miran, no sabrían qué diagnosticar.

El que te curen o te sanen ya es otra cosa.

He disfrutado especialmente los últimos capítulos del libro por este contraste de visiones: ciencia/creencia.

Deja, deja, que entre julio y entonces ya verás galbana :-).

Ele Bergón dijo...


Lo que existe al alcance de nuestra mano en la naturaleza, es también uno de los principios que están presentes en los libros y la filosofía de Sampedro.

Nací en Pardilla, un pueblo de la Ribera del Duero y cuando voy por allí, que lo hago con frecuencia,aún me quedo muy sorprendida del saber popular que tienen los ancianos.

Más de una vez me he curado de un picotazo de avispa con el barro de la tierra roja.

Conozco las Cabañuela que he cantado en mi infancia, pero las mías son de diciembre, terminando en "en enero estás y en enero te quedas" que coincide con la Noche de Reyes.

Hay una planta, con hojas carnosas que nosotros llamábamos "hoja que lo cura todo" y nos lo colocábamos en las heridas y éstas sanaban. Así podríamos continuar.

Enfrente de mi casa vivía el "curandero" del pueblo y yo le recuerdo como una persona sabia, aunque otros decía que El Román estaba loco.

¿ Me podrías indicar cómo se llama el pueblo de la Ribera del Duero al que haces referencia? Me he quedado un poco intrigada.

Besos y gracias por pasarte por mi blog.

La seña Carmen dijo...

La curandera vivía en Aranda y era muy conocida en toda la comarca durante los años 40 y 50.

También he oído contar de un curandero de Brazacorta, pero sobre él tengo menos testimonios o son muy vagos, pues son anteriores.