En punto esperaban los guías, Ángel y Maru, junto al mayo, que, apenas un par de días antes, habían pinado (levantado) a pulso los jóvenes y no tan jóvenes del pueblo.
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(Pinado del mayo- Ángel Álvarez) |
La visita a Tórtoles de Esgueva, dentro del programa «¿Te enseño mi pueblo?», se inicia con los datos demográficos y prácticos del Tórtoles actual, que, pese a ser un pueblo que no llega a los 500 habitantes, cuenta con todos los servicios. Más tarde se situará la localidad en los tres espacios geográficos de los que forma parte. Espacios distintos, pero que comparten mucho de lo que es esta zona de Castilla: el valle del Esgueva, la Ribera del Duero y la comarca palentina del Cerrato, que tiene su prolongación en los pueblos limítrofes burgaleses, por lo que Tórtoles está en el llamado Cerrato burgalés.
Más que agrícola, Tórtoles tuvo en otro tiempo una gran importancia ganadera con numerosos rebaños de ovejas. Con la lana de las ovejas, se fabricaban paños y mantas, de ahí el seudogentilicio de pelaires que se da a los habitantes de la localidad. Tórtoles tuvo dos batanes, hoy arruinados, y de toda esta labor textil y ganadera, junto a otros oficios antiguos, quieren dejar recuerdo los murales a un lado del frontón.
Seguimos a nuestros guías camino de la parte alta del pueblo, acompañados por un buen olor a pan, proveniente de la panadería, que, además de buen pan, elabora unas excelentes magdalenas caseras. Doy fe.
Nos detenemos en un paraje donde la naturaleza se muestra generosa, abunda el agua, los árboles... El continuo paso del agua en otro tiempo ha dejado su surco en una pared de piedra caliza, donde pueden apreciarse todavía algunas pequeñas estalactitas.
Los romanos eligieron el lugar para su asentamiento, precisamente, por su agua abundante, dejando en herencia unos cuantos canales para el regadío, y, ¿cómo no?, el sistema de calefacción por glorias, tan popular en toda la Ribera. Al fondo nos espera un gran edificio, se trata de un molino del siglo XVIII, que perteneció al convento, y parte abajo de donde nos encontramos se hallaba uno de los batanes del pueblo, hoy rodeado de maleza.
El convento fue habitado por monjas benedictinas de clausura desde su fundación, en el siglo XII, hasta el XX. En 1977 las monjas se trasladaron a una nueva construcción en Aranda de Duero, a donde trasladaron algunos de los bienes muebles.
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Puerta del monasterio (Wikimedia Commons) |
Quizá lo que más interese en la actualidad de este convento sea la leyenda que habla de las propiedades de su fuente para curar la ictericia, ya que estando en el lugar las huestes de Fernán González batallando con las de Abderramán III, la ingesta de las aguas de su fuente curó de ese mal a las tropas cristianas. En agradecimiento a este hecho, considereado como «milagroso», Fernán González mandó construir una capilla, sobre la que más tarde se levantó el monasterio.
Aunque no se cuente en la visita, leyenda o no leyenda, esta agua milagrosa ha atraído durante siglos a enfermos de la comarca, aquejados del llamado mal de amarillo, la ictericia. Las monjas aceptaba una limosna y mandaban que el enfermo fuera a misa durante ocho días y rezara unas oraciones ad hoc. Al cabo de ese tiempo el enfermo quedaba curado.
En nuestro recorrido circular alrededor del convento, pasamos por el parque de los Caños, con abundante vegetación, agua y caños donde abrevar el ganado.
En nuestro camino hacia la ermita de San Cebrián o del Cristo, por la parte alta del pueblo, podemos apreciar todo lo que Tórtoles es, y observar la mole de su iglesia con aspecto de fortaleza. La ermita tiene un gran valor emotivo para los
tortolicos, pues hacia ella dirigen sus pasos el día de Viernes Santo. De
origen románico, la construcción actual es muy posterior. Cuenta con tres naves; sus columnas se rematan en capiteles con decoración
floral-geométrica. Está presidida por la imagen del
Crucificado en un altar barroco. La imagen de san Cebrián se sitúa en un
lateral.
Desde el cerro conde se sitúa, que sube al páramo, se aprecia bien la cuesta de las Atalayas, aunque en el pueblo se conoce como las Revueltas. Allí se cree que pusieron los moros sus puntos de vigilancia para controlar todo el valle del Esgueva. De la presencia árabe en el pueblo, quedan algunos recuerdos en la toponimia, como Fuente la Mora o Guadameya, hoy una marca de vino.
Seguimos nuestro camimo callejeando por lo que fueron los distintos barrios. En uno de esos puntos nos paramos, porque hemos llegado a la calle de las Tapias, calle en pendiente -los locales la llaman Arrastraculos-, terminada en un arco. Esta calle une los dos barrios, el primitivo, medieval, de calles intrincadas, y el más moderno, ya construido en la Edad Moderna, donde podemos encontrar algunas casas palaciegas.
Antes de abandonar este espacio, fijémonos en la capillita que la piedad popular ha colocado en uno de los muros del pasadizo.
De Tórtoles de Esgueva fue el obispo de Zamora, Ángel Molinos Tobar (1721-1786). Su casa está en la calle Mayor; aunque ha tenido distintos usos, como prueba un gancho de carnicero al lado de una de las puertas, presenta un aspecto noble con balcones y dos escudos en su fachadas. Dentro se conserva la escalinata y el báculo del obispo en las puertas.
En esta calle mayor se pueden apreciar también algunas casas en ladrillo visto, material que empezó a utilizar la mediana burguesía para sus casas a finales del siglo XIX y se prolongó durante buena parte del XX. Las fachadas solían adornarse con motivos geométricos.
Igualmente, en otras fachadas podemos encontrar molduras remarcando los vanos y otros adornos, con voluntad indudable de dar prestancia a las contrucciones
Los numerosos manantiales de los que se rodea el lugar, sin duda surtieron de agua para el consumo a la población durante siglos, pero fue en 1924 cuando esa agua se canalizó y llegaron las fuentes públicas al pueblo. La primera se instaló, como no podía ser de otra forma, en la plaza. Esa fuente se trasladó luego a la puerta del Sol para evitar su consumo directo por un vecino; el confilcto se resolvió bastantes años después al hacerse una réplica en la plaza.
Aprovechamos el agua de la fuente para tomarnos un descanso en el paseo.
Volvemos enseguida.