Elementos populares en La saga/fuga de J. B.
Releer La saga/fuga de J. B, aparte de otros placeres y dulzuras, me está regalando un encuentro directo con las expresiones coloquiales, que hace algunos años eran fáciles de encontrar en las líneas de nuestros mejores escritores, y de las que hoy huyen como de la peste nuestros escritores más jóvenes.
Portada de la edición manejada |
A decir verdad, no pensaba acudir a la cita, hoja de papel y boli en ristre, como si fuera a hacer un estudio académico, dispuesta a anotar todo aquello que me llamara la atención en la obra de don Gonzalo, pero debo confesar también que tras la lectura de varias páginas y que varias de esas expresiones hubieran saltado a mis ojos como cuasiprotagonistas de la novela, me decidió a buscar esa hoja y ese papel con el que ir anotando.
En esta relectura hacia atrás de la relectura, se me han quedado agazapadas algunas expresiones, por ejemplo ese cantar la palinodia, que no consigo localizar en el texto, pero que sé que está. Hoy ya nadie canta la palinodia, ¿qué es eso de la palinodia?, pero en otro tiempo fue una locución bastante habitual.
Acudo al diccionario de María Moliner para saber más sobre esta palabra y esta expresión.
palinodia,
palinodia (del lat. "palinodia", del gr. "palinodía") f. *Retractación pública hecha por alguien de una cosa que ha dicho. Se emplea corrientemente sólo en la frase informal "cantar la palinodia", que significa "reconocer de mala gana un yerro" o "darse por vencido en una discusión".
A la vista de lo que nos dicen los diccionarios parece demasiado complicado esto de cantar la palinodia, pero en otro tiempo ¡con qué facilidad se cantaba!
El que Torrente Ballester construya su novela en un tono coloquial, y no solo por las expresiones utilizadas, hace posible que se vayan avanzando páginas, a la búsqueda de los secretos de ese pueblo mítico, Castroforte del Baralla, que aparece y desaparece por arte de birlibirloque (p. 73).
Algunas expresiones algo más crudas, aunque atenuadas —más negra que el culo de una vieja, con perdón (P. 47)— nos llevan a un mundo masculino, un mundo de tabaco, café y olores reconcentrados, un mundo de sombras acrecentado por la noche, la niebla y los sótanos a los que se accede por vericuetos ocultos, iluminados apenas por la discontinua luz de las linternas. ¿Qué buscan esos hombres en esos escondrijos malolientes?: El busto desnudo de una antigua diosa, que se nos antoja mascarón de proa, reconvertida en musa de una tertulia de café.
Las mujeres parecen plato de segunda mesa, aunque a lo mejor habría que añadir pero en el buen sentido, como se corrige Torrente Ballester, porque cuando toman cuerpo, aunque sea fugazmente desplazan a los hombres a un segundo plano.
Al lado de versos imposibles en una lengua inventada y de alguna máxima en latín, no duda el maestro en echar mano de la cultura popular más a pie de calle, y adaptar para su texto una canción escolar, o de quintos, o de campamento, o de excursión en autobús, que todos en otro tiempo nos sabíamos:
Si te he visto, no me acuerdo (p. 40), se reirá para sí el maestro.
El que Torrente Ballester construya su novela en un tono coloquial, y no solo por las expresiones utilizadas, hace posible que se vayan avanzando páginas, a la búsqueda de los secretos de ese pueblo mítico, Castroforte del Baralla, que aparece y desaparece por arte de birlibirloque (p. 73).
Algunas expresiones algo más crudas, aunque atenuadas —más negra que el culo de una vieja, con perdón (P. 47)— nos llevan a un mundo masculino, un mundo de tabaco, café y olores reconcentrados, un mundo de sombras acrecentado por la noche, la niebla y los sótanos a los que se accede por vericuetos ocultos, iluminados apenas por la discontinua luz de las linternas. ¿Qué buscan esos hombres en esos escondrijos malolientes?: El busto desnudo de una antigua diosa, que se nos antoja mascarón de proa, reconvertida en musa de una tertulia de café.
Las mujeres parecen plato de segunda mesa, aunque a lo mejor habría que añadir pero en el buen sentido, como se corrige Torrente Ballester, porque cuando toman cuerpo, aunque sea fugazmente desplazan a los hombres a un segundo plano.
Al lado de versos imposibles en una lengua inventada y de alguna máxima en latín, no duda el maestro en echar mano de la cultura popular más a pie de calle, y adaptar para su texto una canción escolar, o de quintos, o de campamento, o de excursión en autobús, que todos en otro tiempo nos sabíamos:
José Bastida,Y yo, mentalmente, no puedo por menos que continuar con la canción:
hombre inmortal
que a los cosacos
dio la libertad;
y los cosacos,
agradecidos,
le regalaron
un orinal (p. 32).
¿Para qué?Sin duda, don Gonzalo sabía todas estas cosas de buena tinta (p. 73), y no le importaba hacer borrón y cuenta nueva (p. 44) y dejar a las generaciones venideras con un palmo de narices (p. 66), no sin antes haber armado un buen pitote (p. 64) entre sus coetáneos, pues sin duda sus palabras llevaban gatos en la barriga (p. 51).
¡Para qué!
¡Para me-!,
¡para ca-!,
¡y para toda
necesidad!
Si te he visto, no me acuerdo (p. 40), se reirá para sí el maestro.
Mi cuarto a espadas para la lectura colectiva del club La Acequia.
... seguiremos...
Referencias
- Seco, Manuel, Andrés, Olimpia y Ramos, Gabino (2004): Diccionario fraseológico documentado del español actual. Madrid: Aguilar.
- Torrente Ballester, Gonzalo (1981 = 1972): La saga/fuga de J. B. Barcelona: Ediciones Destino, 2.º ed.