Decíamos que la iglesia de Ciruelos de Cervera se nos presenta al final del pueblo, presidiendo una plazoleta. Por fuera presenta un conjunto heterogéneo, destacando su sencilla portada apuntada, con arquivoltas que presentan sencillos adornos vegetales. Dos ventanas ojivales, cuya función no está demasiado clara, se sitúan a su mano derecha. Ningún adorno se observa hasta que no atravesamos su umbral.
Es una iglesia amplia, de tres naves, y luminosa, pues en el presbiterio, poligonal de cinco lados, se abren algunos ventanales. Fue por donde se empezó a construir la iglesia.
El suelo de la iglesia estuvo lleno de tumbas, estando las de los niños situadas al fondo de la nave de la epístola, junto a la capilla del Nazareno. Esta capilla cuenta con un especial interés. Barroca y separada por una reja de madera cobija en un altar barroco la imagen de gran expresividad de Jesús Nazareno. Esta imagen sale en la procesión del Viernes Santo por la noche, levantando entre los asistentes una gran emotividad. El manto de Jesús fue bordado por la misma artesana que hizo el estandarte de la Virgen del Carmen que hemos visto en la ermita.
Por ligeras pendientes, el pueblo es bastante llano, pasamos por una zona donde vemos más casas antiguas, más casas nuevas, todas en piedra, como la que llaman «del caracol», una casa en adobe con entramado de madera, que ha sido comprada por el Ayuntamiento con intención de rehabilitarla. Y en uno de esos recovecos la antigua cilla, donde todavía se puede apreciar una chimenea de cesto.
La cilla, se nos recuerda, era el almacén comunal donde se guardaba el grano para que los años de penuria hubiera con qué sembrar al siguiente, una especie de «seguro agrario solidario».
Llegamos a la zona de los lavaderos, situada en la zona más baja del pueblo, junto al arroyo. Allí, en otros tiempos, diversos edificios -la fragua, la panadería, una carpintería...- convertían el espacio en el gran salón social del pueblo. Los lavaderos están formados por tres pilas sucesivas, situadas a nivel de suelo, ante las cuales las mujeres debían arrodillarse. En la primera pila, donde el agua era más limpia, se reservaba al aclarado. El agua provenía de la sobrante de la fuente y el pilón de la plaza.
La ropa se tendía a secar en el propio espacio.
Camino del museo, donde haremos una parada importante, dejamos a un lado el edificio de usos múltiples. En eĺ está el consultorio médico, pero ahora, después de la pandemia, ya solo pasa consulta la enfermera. Para el médico hay que ir a Lerma, recordemos, a 30 kilómetros de carretera local. Esta es la realidad que nos encontramos cada vez más en la España vaciada. ¡Cómo podemos extrañarnos de que los pueblos se vacíen y solo resistan en invierno un puñado de valientes en ellos!
Sin duda el museo, dedicado a la escuela, a la juventud, a los días felices y a las marzas, nos muestra otra perspectiva. Un pueblo con escuelas para niños y niñas, niños de primera comunión. Desde hace años, los niños de Ciruelos deben bajar a Gumiel de Izán a la escuela, los recogen en autobús, pero actualmente no baja ningún niño a la escuela. Hay fotos en las que aparecen jóvenes guardias civiles alternando con las chicas del lugar, y multitud de jóvenes que posaban alegres los días de fiesta luciendo sus mejores ropas:
-Y van todos con gabardina.
-Sí, pero fijaos en la calidad. Y lo mismo los abrigos y trajes de ellas.
La sociedad imponía sus reglas a la mocedad: «Cuando éramos novios, de la Piedra de la Hiedra, no se podía pasar, era pecaminoso», se lee en un panel. Y esto otro: «La primera vez que entramos al bar nos echaron, y casi nos tiran al pilón por no haber pagado la cuartilla»; la cuartilla o la media cántara, el peaje que había que pagar para hacerse mozo. Y las marzas...
Porque en Ciruelos, como en otros pueblos de la zona, la última noche de febrero se cantaban las marzas. Hoy se siguen cantando, aunque lo dejan para el sábado, por aquello de ser alguno más. Y para que no se olviden del todo, se las enseñan a los jóvenes en el verano, cuando el pueblo se llena de niños y veraneantes.
Hablando de niños y de fiestas, Ciruelos tiene también su leyenda particular, la leyenda de los confites. Cuentan que un confitero venía con su caballo a las fiestas del pueblo, pero antes de llegar a él, una gran piedra se le cayó encima y allí quedaron el caballo, el confitero y los confites. Desde entonces, si los niños escarban un poco alrededor de la piedra, pueden conseguir algunos de aquellas golosinas que quedaron sepultadas, porque la piedra los cría para ellos, y nunca se acaban.
Dejamos la visita donde la empezamos. Donde en otro tiempo fueron eras y espacios de labor, hoy el pueblo se ha expandido con algunas construcciones nuevas, y sobre todo con el frontón y el polideportivo. Allí, en la explanada junto a el se celebra cada dos años un festival internacional de circo, con una animación muy especial.
Si líneas arriba hablábamos de la España vaciada, no podemos por menos de alegrarnos de que cada dos años, unos días de junio, el pueblo se llene y resuene más allá de la Peña Cervera.
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